ANÁBASIS (Martí y los jóvenes frente al Poder en Cuba)
«Al perder la Cultura incluso a nivel de gestos, los comunistas han perdido definitivamente la posibilidad de seguir manipulando nuestra historia».
Mis amigos saben que no soy fechista. Me considero un guardián de la memoria histórica, y la recomiendo a todas las personas y a todos los pueblos. Sabemos que somos, en el plano individual, porque tenemos memoria; pero en la dimensión colectiva a menudo nos extraviamos por no saber de dónde venimos, que es como fallar en la dirección en que queremos ir. La celebración de fechas históricas, sin embargo, se ha convertido en nuestro país en una colección de ritos estatales perfectamente vacíos de espíritu, y también de letra, y una traición a cualquier intención positiva que pueda albergarse en la mente de los patrocinadores. Todavía recuerdo los espectáculos del centenario de Lezama, inútiles y a ratos ridículos. En el caso de Martí, los ritos ateos del 28 de enero y del 19 de mayo forman parte del escamoteo de la verdad histórica en aras de razones de poder, que dejan al Apóstol en autor intelectual de todas las desgracias que vive nuestro país, sin que la minoría ilustrada pueda protestar esgrimiendo un texto martiano, una reflexión distinta. Nunca me presté para ese tormento. La Peña del Júcaro, por ejemplo, ha eludido esas fechas durante veinticinco años. La memoria histórica tiene que ser de todos los días, en la mente y en el alma, sin que haya que desdeñar la celebración de fechas. De manera que este año me preparaba a ignorar la fecha de hoy, y continuar trabajando por Martí y por su peña como toda la vida.
Pero los acontecimientos de la última hora son también memoria histórica. Por una cercanía de fechas, la rebelión de intelectuales del 27 de noviembre pasado, que cumplía dos meses que parecen dos siglos, y de hecho lo son, resultó una celebración de vísperas del natalicio de Martí. En la tradición católica, las vísperas valen tanto como la fiesta. La lectura de Dos Patrias, un poema que sigue vivo en la experiencia de tantos y en la dramática música de Louis Aguirre, me dejó más allá de la irrealidad de la historia. He esperado este suceso durante muchos, muchos perseverantes años. Recuerdo cómo se reían de mí y de la Peña incluso personas brillantes y cercanas, en la época del globo de la globalización y del odio contra Martí protagonizado por firmas cubanas. Como si fuéramos unos arqueólogos del pensamiento, unos comunistas disimulados, unos tontos que no han pasado por las realidades del Primer Mundito, en las que Martí es un tipo atrasado, con sombrero, no con peluca como el realmente demócrata y valiente y comprobadamente racista Jefferson. Porque en Cuba no hubo nada, no hay nada y nunca habrá nada. Pero ya lo vemos: hay 27 de noviembre, vísperas de un renacimiento.
Entonces no nos preocupemos demasiado por un conjunto de personajes de poder que están suicidándose. Duele lo que hacen, sí, y es peligrosísimo para la vida de los nuestros, pero cada día van pudiendo menos. Están sin salida, y lo único que se les ocurre es mostrarse como realmente son: bárbaros. A la vista del planeta, incluso de la izquierda elegante, de la que reciben propaganda, viajes, contactos, dinero, mucho dinero. Estuve y seguiré estando a favor del diálogo, y tal vez los personajillos mismos comprenden que hay que dialogar, y lo dicen, pero ellos carecen de poder para dialogar, y comprenden además que están derrotados de antemano por la potencia intelectual de los rebeldes, y por el amor a la libertad que heredaron justamente de Martí. Lo único que los comunistas podían darle a los intelectuales son esas pequeñas libertades que se ofrecieron como maravillas en los noventa, para que se callaran: hacer dinero, viajar, una casa, unos negocios, decir algo irritante de cuando en cuando, citar a Octavio Paz sin que te pase nada, publicar el librito incómodo, incluso exhibir tu esposo gay. Ampliar un poco esas pretendidas libertades se ha vuelto difícil, porque lo esencial, que es dar más dinero, es imposible porque dinero no hay y no va a haber. ¿Qué quieren esos agentes del imperialismo que pasan por artistas, escritores, pensadores? ¿Más libertades? ¿Las que no tenemos nosotros, los mayimbes, que somos esclavos de nuestro propio régimen? El diálogo será posible cuando una parte de los mayimbes se den cuenta de que ellos pueden ser libres también, que el problema no son las libertades, sino la Libertad. Eso está fuera de las posibilidades de esos personajillos cuya conducta hunde más en la barbarie a la clase mayimbe, cuando más necesitaría un chapisteo del Mercedes. Tal vez también de toda esa clase, atragantada con la irrealidad de su soberbia, con el desprecio por el prójimo, por su omnímodo y perpetuo poder.
¿Se puede acabar con la actividad intelectual independiente del poder en Cuba? Claro que sí: se trata de una tarea de la policía política, para lo que están dispuestos todos los mecanismos. Matar, encarcelar, o por lo menos aterrorizar a unas personas pacíficas y nobles es una tareíta para un aparato represivo inmenso, y con ganas de hacer algo para alcanzar algo, al menos el grado de coronel que garantiza ciertas ventajas. Desde luego, hay que pagar un precio de descrédito universal. Pero el otro precio es la pérdida paulatina de poder, que conduce a la pérdida del Poder. Y para ellos el Poder Total es el ídolo ante el cual resulta legítimo cualquier precio, incluso el de sangre. No importa que haya Internet porque la desconectan cuando quieren, como acabamos de ver. La dictadura a nombre del proletariado no tiene por qué disimularse en exceso.
Pero frente a esas desgracias previsibles, es un hecho que la Cultura cubana regresa a sus orígenes. Hay un liderazgo de jóvenes martianos. Los conozco, son de mi casa. Pero conozco a tantos y tantos que están callados, obedientes. No, simplemente están callados. Pero pensando. Pensando en su futuro, como creadores y como personas. Son lo suficientemente listos para darse cuenta de que estamos en la crónica de una muerte retrasada. Y no tienen ganas de inmolarse en la pirámide del faraón. Como creadores, saben que les conviene la Libertad, no unas libertades traicioneras y suprimibles. Al reprimir a los muchachos del 27 de noviembre, el gobierno ha perdido lo que le quedaba de la Cultura Cubana. Le quedan los cuerpos de algunos personajes, encerrados en sus propiedades horizontales, ofreciéndoles un apoyo hipócrita, que cesará en cuanto puedan. Ya lo hacen, conversando en privado, susurrando.
Como expliqué hace un tiempo en el Taller de INSTAR, en Cuba los fundadores de la nación fueron hombres de la cultura. Varela, violinista, defensor de la soprano Adelina Patti. Céspedes, poeta, traductor de la Eneida. Agramonte y Amalia, de la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe. Y claro, Martí, nuestro mayor hombre de la cultura que es al mismo tiempo nuestro único líder político exitoso. Nada que ver con esta principalía de la mediocridad y la barbarie. Precisamente porque nuestro país siempre fue pobre, la cultura ha ejercido un protagonismo en nuestra historia. Al perder la Cultura incluso a nivel de gestos, los comunistas han perdido definitivamente la posibilidad de seguir manipulando nuestra historia. Y para nada hablo de un protagonismo de intelectuales. El protagonista es el pueblo que hace cola para el pollo. Pronto pasaremos de moda. Pero sí, comunistas, hay una vanguardia en Cuba. La Cultura de Martí. Y detrás, el pueblo.
(28 de enero de 2020.)