Cultura y ArtesLiteratura y Lengua

Patricia Highsmith: El germen de una idea

Patricia Highsmith, la gran escritora del misterio, realizó en ‘Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga’ una completa disección del proceso creativo. Para evocar a la genial autora en su centenario publicamos un fragmento de ese libro paradigmático.

———-

Al escribir un libro, a la primera persona a la que deberías complacer es a ti mismo. Si eres capaz de divertirte durante todo el tiempo que te lleve escribir el libro, más adelante también divertirás a los editores y a los lectores.

Toda narración que conste de un principio, una mitad y un final tiene suspense; es de suponer que una narración de suspense se llama así porque tiene más. En el presente libro utilizaré la palabra “suspense” en el sentido en que se emplea en el mundo editorial: un relato en el que hay una amenaza de violencia y peligro, amenaza que a veces se hace realidad. Otra característica de la narración de suspense es que proporciona una distracción llena de vitalidad y normalmente superficial. En una narración de esta clase el lector no espera encontrar pensamientos profundos o páginas y más páginas sin acción. Pero lo bueno del género de suspense es que el escritor, si así lo desea, puede escribir pensamientos profundos y páginas sin ninguna acción física, porque el marco es esencialmente un relato animado. Crimen y castigo es un espléndido ejemplo de ello. De hecho, creo que a la mayoría de los libros de Dostoievski se les llamaría libros de suspense si se publicaran ahora por primera vez. Pero, debido a los costos de producción, los editores le pedirían que los acortase.

Desarrollo del germen de una narración

¿En qué consiste el germen de una idea? Probablemente en todo hay el germen de una idea: en un niño que cae sobre la acera y derrama el helado que lleva en la mano; en un señor de aspecto respetable que está en una verdulería y, furtivamente, pero como si no pudiera evitarlo, se mete una pera en el bolsillo sin pagarla; o puede estar en una breve secuencia de acción que se nos ocurre inesperadamente, sin que hayamos visto u oído nada que nos la inspire. La mayoría de mis ideas germinales pertenecen al segundo tipo. Por ejemplo, el germen del argumento de Extraños en un tren fue: “Dos personas acuerdan asesinar a sus enemigos mutuos, lo que les proporcionará una coartada perfecta.” La idea germinal de otro libro, El cuchillo, fue menos prometedora, más difícil de desarrollar, pero la llevé metida en la cabeza durante más de un año y me estuvo importunando hasta que encontré la forma de escribirla. Era la siguiente: “Dos crímenes presentan un parecido sorprendente, aunque las personas que los han cometido no se conocen.” Creo que a muchos escritores no les interesaría esta idea. Es muy sencilla. Necesita que la adornen y la compliquen. En el libro que nació de ella hice que el primer crimen lo cometiera un asesino más o menos frío y que el segundo fuera obra de un aficionado que intenta copiar al primero, porque cree que éste ha quedado impune. De hecho, así habría sido si el segundo hombre no hubiese actuado chapuceramente al imitarle. Y el segundo hombre ni siquiera llega hasta el final, sólo hasta cierto punto, un punto en el que el parecido es lo bastante notable como para llamar la atención de un inspector de policía. Así pues, una idea sencilla puede tener sus variaciones.

Algunas ideas no se desarrollan por sí solas, sino que necesitan la ayuda de una segunda idea. Así ocurrió con la idea original de Ese dulce mal. “Un hombre quiere beneficiarse con el viejo truco del seguro. Primero se hará un seguro de vida, luego aparentará morir o desaparecer y finalmente cobrará el seguro.” Me dije a mí misma que tenía que haber alguna manera de dar a esta idea un sesgo nuevo, haciendo que resultase original y fascinante en un relato poco corriente. Durante varias semanas estuve dándole vueltas. Quería que mi héroe-delincuente se instalase en una casa distinta, bajo un nombre diferente, una casa en la que pudiera vivir permanentemente después de la supuesta muerte de su verdadero ser. Pero la idea no cobraba vida. Un día apareció la segunda idea: en este caso, un móvil mucho mejor que el que yo había imaginado hasta entonces, un móvil amoroso. El hombre estaba creando su segunda casa para la muchacha a la que amaba pero que nunca sería suya. Al hombre no le interesaban el seguro y el dinero, porque dinero ya tenía. Era un hombre obsesionado por su emoción. En mi cuaderno de apuntes, después de todas las notas infructuosas, escribí: “Todo lo que he escrito hasta ahora es una porquería”; y me puse a trabajar de acuerdo con la nueva idea que se me había ocurrido. De pronto todo cobró vida. Fue una sensación espléndida.

*Este ensayo pertenece a Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga, Anagrama, Barcelona, 1986.

Traducción de Jordi Beltrán.

Botón volver arriba