Diálogo con “un difunto autor”
La literatura tiene sus modos de contradecir a la muerte, y esta novela, del gran escritor brasileño Machado de Assis (1839-1908), cumple 140 años de vigencia, tanto por su calidad enorme, como por el tema que desarrolla: el personaje escribe sus memorias después de su muerte, y el lector, en más de un sentido, lo acompaña y participa.
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Joaquim Maria Machado de Assis ve la luz por vez primera en la bella y simbólica ciudad de Río de Janeiro, en 1839. De origen sencillo, autodidacta, desde muy joven tuvo contacto, literalmente, con las letras: fue aprendiz de tipógrafo a los dieciséis y poco después empleado en una editorial. Sin embargo, es de suponer que la esencia de su arte proviene de la parte más profunda de su ser, no tanto de lo exterior, aunque cabe mencionar que lo que nos rodea, lo superficial, también alimenta el alma de los artistas, de los espíritus aguzados, sensibles, acaso silenciosos y contemplativos como, se dice, fue el escritor brasileño.
Machado de Assis tuvo una infancia difícil: muere la madre y la hermana, el padre contrae nupcias de nueva cuenta pero también fallece. Un pequeño Joaquim Maria queda a los cuidados de la madrastra quien, según palabras de Lúcia Miguel Pereira, es una “pobre mulata de gran corazón”, y gracias a ello “fue para el niño como una segunda madre”. La temprana pérdida de los seres más cercanos le da tiempo para digerir aquellas tristezas y, tal vez por ello, cuando se dispuso a hablar de la muerte no lo hizo con un cariz trágico.
Para comprender lo antedicho podemos recurrir a la que fue su primera gran novela: Memorias póstumas de Blas Cubas (1881), donde, por el contrario, para nuestro escritor la muerte es sólo un recurso literario. Cabe mencionar que antes de Memorias… Machado de Assis ya había publicado varias obras; empero, dicha novela es la que le da un lugar privilegiado en la historia de las letras. Carlos Montemayor dice: “El inmenso escritor que crearía obras fundamentales para nuestro continente fue el que surge con las Memorias póstumas de Blas Cubas.” Además, esta novela es un buen pretexto para recordar al artista carioca, pues celebramos ciento cuarenta años de su publicación.
La muerte: cómplice y coartada
Memorias póstumas de Blas Cubas es un libro donde, de entrada, la idea de la muerte se contrapone a la concepción de que, después de ésta, no existe algo. Lo que para algunos pensadores a lo largo de la historia comenzaba con la muerte –es decir “la nada”–, para Machado de Assis se torna en un sitio apto para la reflexión, la ironía y la sátira. Es la muerte también una coartada perfecta, es decir, una estrategia discursiva para tomar distancia de los hechos narrados sin restarle la dosis de subjetividad que un personaje “yo narrador” detenta. Así, el protagonista relatará sus memorias con la mirada objetiva, y displicente, de un espectador, un circunstante en una función de cine que va describiendo lo observado, consciente de que es su propia vida, o, mejor dicho: “fue” su propia vida lo que cuenta a través del frágil e incognoscible velo del “más allá”.
Pero el “más allá” habitado por el personaje principal es un sitio ambiguo, dúctil, donde conviven las palabras y los pensamientos del “difunto” Blas Cubas con la comprensión de quien tiene el libro en las manos. Sin vacilaciones de ninguna índole, y desde el inicio del texto, el protagonista entabla un diálogo directo con el lector. Es, pues, un muerto apelando a un lector vivo, haciéndole cómplice, incluso, en los traspiés que encuentra a la hora de narrar sus memorias, sí, en los traspiés escriturales, ya que, en vida, Blas Cubas no se dedicaba a las letras: “yo no soy propiamente un autor difunto, sino un difunto autor”. Lo anterior contribuye a la complejidad de la estructura de la obra, pues, aunque la diégesis es coherente en cuanto a la linealidad del tiempo –Blas Cubas cuenta su vida partiendo del nacimiento y finalizando con la muerte–, titubeos, digresiones, capítulos que aparentemente no tienen nada que ver con la historia, apelaciones al lector como si el último habitase el mismo “plano existencial”, todo ello hace que nos sintamos un tanto confusos con la narración, pero, claro está, también asidos a la trama.
¿Y qué expone la trama? Entre otras cosas, que pesimismo y apatía son consustanciales en la vida de Blas Cubas, una vida holgada donde el protagonista no encuentra obstáculos considerables para llevar a cabo lo que le viene en gana. El reflejo de una clase social privilegiada que engaña, maltrata, que manda a sus hijos al extranjero para que, allá lejos, se formen… y después se integren de manera sobria a la sociedad. Además, es muy probable que en la vía de los privilegios, de los puestos políticos, de los caprichos, no exista algo que libere, salvo perder la razón, olvidar aquello que nos hace abúlicos, porque Blas Cubas ya nos dijo que ni muerto ha logrado deshacerse de los fastidios de una vida insulsa.
¿Será entonces la locura un paliativo para aliviar el tedio que proporcionan los privilegios? Machado de Assis publicará diez años después Quincas Borba (1891), otra gran novela ligada a las Memorias póstumas de Blas Cubas, donde los mismos vicios y mañas de la clase social acomodada terminan con la cordura del protagonista, Rubião, y donde nos enseña que, tal vez, la locura es la única redención, aunque una redención bastante dolorosa.