Para sus sufridos habitantes, la Guajira está ‘marginada y sin un real

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Estados de Excepción no resuelven crisis fronteriza

Lo único que no escasea en la región es la corruptela

Prensa Unidad Venezuela (Caracas, septiembre de 2015).- En lo que cabe a la perspectiva religiosa, no podemos aseverar que se trata de un lugar cuyo clamor Dios desoye, pero sí, desde la óptica sociopolítico y económica, que es un rincón de Venezuela, sin lugar a dudas, olvidado por el Gobierno Nacional: nos referimos a la Guajira.

La jurisdicción, que se encuentra bajo Estado de Excepción desde el pasado 8 de septiembre, cuando el Ejecutivo de Miraflores decidió el cierre de la frontera con Colombia en los municipios zulianos homónimo, Mara y Almirante Padilla – a los cuales agregarían, luego, siete más de la entidad -, pareciera redescubrir ahora su miseria para el resto de los venezolanos.

Las medidas de suspensión de garantías no han solucionado los aludidos problemas de contrabando y escasez por los cuales fue acogida la orden oficialmente y en la coyuntura se ha despertado el interés de todo el país para conocer a fondo la realidad de un drama de ayer, de hoy y de siempre en la tan afligida área del mapa patrio, demográficamente consustanciada con la etnia wayuu.

“Esto se parece a la tierra que Jesucristo quemó, a Sodoma y Gomorra. Aquí no nace ni el cadillo. La gente se encuentra abandonada desde hace años”, es la lánguida expresión de Ediberto González, un habitante de Paraguaipoa, a unos 120 kilómetros de Maracaibo, en estos lares castigados por la Providencia y por el Hombre, cuya opinión fue recabada por el equipo de la Unidad Democrática en contacto directo con la comunidad. Y es que es irónico pensar que en el Zulia, asociada a elementos de luz, calor y energía – ‘Tierra del Sol Amada’, por la capital estatal o ‘Relámpago del Catatumbo’ – , cuando se pretende aclarar, oscurece.

La salud, la educación, los servicios básicos – en principal, el agua potable -, la seguridad, el empleo y un sinfín de dificultades que no tienen, precisamente, “fronteras”, constituyen la cotidianidad de los pueblos asentados en las localidades de esta zona noroccidental, a los cuales se suman las circunstancias propias de no poder conseguir alimentos esenciales y medicinas, o, en todo caso – lo que no es consuelo -, de adquirirlos pero a precios exorbitantes.

El arroz lo están vendiendo a 400 bolívares, a 500 el azúcar, a 700 Bs. el aceite” informa Ediberto, quien, para más señas, es trabajador de la salud, en una enumeración ascendente de los precios de algunos rubros, circunscritos ya no a las tradicionales reglas de la oferta y la demanda o a regulaciones sino a la caprichosa cotización que impone el ‘bachaqueo’.

“Entonces, me pregunto, ¿qué es lo que está haciendo la Guardia Nacional aquí, con sus controles?; ellos no están haciendo nada, lo que están es atropellando. Y entre más alcabalas pongan más corrupción hay, eso es lo que nos está matando, la corrupción. El Gobierno debería enviar a agentes secretos para que descubran lo que ocurre en Paraguaipoa, porque si uno hace una denuncia sin pruebas lo meten preso”, reclamó.

Nadie cambiaría sus problemas por los de los wayuu

Por su parte, Alexis Montiel, fiscal de la cooperativa Shejena wayuu, con radio de acción entre Los Filúos y Cojoro, propone, en este aspecto, que los efectivos castrenses sean cambiados mensualmente, “porque si se quedan más de un mes, se corrompen”.  

“Aquí, el guardia viene quitándole todo a todo el mundo; llega el paisano y dice ‘toma 100 mil Bs’., entonces, el efectivo dice ‘no’, ‘toma 200’, ‘no’, ‘500’, ‘dale, pues, pasa rápido’, y así hacen cuando tienen cierto tiempo aquí”, dice el denunciante al exponer los pasos de un irregular procedimiento, tanto como muchas de las actividades del devenir en la subregión.

“La estamos pasando mal, nos ponen todo el tiempo como si fuéramos criminales. Los consejos comunales están vendiendo los certificados de residencia a 5000 bolívares. Hay unos paisanos maracuchos y paisanos colombianos que son los dueños del mercado aquí. Ahorita, por ejemplo, la harina precocida se consigue en 500 bolívares; la leche, 1600; el kilo de carne, 1200, el de pollo, 1000; el bulto de arroz está en 8 mil Bs.”, es la letanía común de las apreciaciones.

“Las autoridades dicen ‘cerramos la frontera’. ¿Qué frontera? Esto no es frontera, esto es Paraguaipoa, región zuliana, la frontera es allá”, sostiene Montiel apuntando su dedo a un horizonte donde, según alega, de madrugada “pasan 70, 80 carros, por caravana; pasan comida, pasan cerveza, pasan gasolina, para allá, para Colombia”.

Ni el precario recurso hídrico se salva de estos “vaivenes”, definidos en predios oficiales como resoluciones: “Aquí no se conoce el agua dulce por tubería, aquí lo que se conoce es agua salobre, pero que es sana, que es de pozo; cada casa tiene un pozo, aunque los que viven en barro no lo tienen. Sufren buscando el agua. El botellón está costando 150 bolívares”, destaca el declarante, quedando en la atmósfera un escepticismo por los presuntos beneficios de los lineamientos ordenados.

“Aquí hay un desorden con los alimentos, aquí no hay ley, aquí no hay carácter, ni el Gobierno ni la ley de aquí, porque ni el alcalde del municipio ofrece las cuentas ni le da la cara al pueblo”, agrega José Gregorio Suárez, otro atribulado parroquiano, en referencia al pesuvista titular del ayuntamiento local.

“No tenemos agua, no tenemos tubería, no tenemos cloacas, no hay ninguna clase de servicios, porque nunca ha habido Gobierno que nos ayude. Este alcalde es como el vampiro que sale de noche y de día no se le ve la cara”, completa Suárez.

En coincidencia, surge la palabra de Alirio González, profesional del derecho y de la docencia domiciliado en Guarero, en el municipio Mara. “Aquí hay una miseria, es un dolor en el que estamos nosotros viviendo, lo que estoy viendo yo es ‘comunidad-comunidad-trocha-trocha’. Aquí en la Guajira es imposible vivir, desde el puente del río Limón para acá nos trancan todo a nosotros. Cuando portamos algo para comer, entonces, nos revisan. ¿Cuántos kilos de arroz traemos, 4, 5? Entonces, nos quitan uno”.

“No se cómo piensa Nicolás Maduro, cómo piensa el gobernador Arias Cárdenas, cómo piensa el alcalde Everth Chacón, que se crio conmigo. Yo, el único mensaje que envío es: por favor, solidaridad con nuestro pueblo de la Guajira, que se está muriendo”, urge este abogado y maestro en torno a quienes tienen la facultad, por lo menos, constitucional, de resolver el caos… ¡Y no lo han hecho!

Hasta la gasolina es combustible para la crisis

Inclusive, el combustible, como el fósil que el paleontólogo ubica no sin complejidad, es una rareza por la que se deben desembolsillar onerosas sumas, tal como lo subraya Alexis Montiel. “A nosotros se nos tiene prohibido echar gasolina en El Moján; tenemos una bomba que echa gasolina no más dos veces a la semana, y aquí compran gasolina, el ‘punto’ – una garrafa llamada así – , si no me equivoco, está en 2200 Bs. Cuando la gente dice ‘nooo, están cobrando muy caro’, les respondemos ‘pero, cómo nosotros vamos a cobrar barato si aquí la vida es muy cara”, comenta acerca del resultado del usufructo de vetustos automóviles de gran capacidad de almacenaje: comerciar con alimentos, con pasajeros y con gasolina.

Otra modalidad, esta de reciente data, las OLP – ‘Operaciones de Liquidación del Pueblo’, como la tildan altos voceros opositores -, tampoco han contribuido a despejar el arduo escenario sino, por el contrario, han terminado como insumo para los desmanes.

Oneida Márquez, quien atiende un puesto de comida en Paraguaipoa, refuta indignada la forma como efectivos de los cuerpos de seguridad desmantelaron su expendio, en medio de una de estas ejecutorias en boga. “Ellos vinieron para acá hace un mes, mientras estábamos atendiendo a los clientes, destruyeron las mesas, algunas, inclusive, que pertenecieron a nuestras abuelas, y la enramada que servía de techo. Luego, prometieron que iban a recomponer los daños, pero no han cumplido”, demandó esta mujer en medio del aroma de las sopas, del guisado, del ovejo asado o del pescado frito que ofrece el público.

El hospital no nacido

Una de las estaciones más álgidas en el viacrucis de la Guajira venezolana se detecta en la carente prestación de servicios asistenciales, cuya máxima evidencia la ofrece el inacabado Hospital Binacional.

“Este hospital fue binacional dos días”, ironiza Ediberto González, quien atiende el dispensario que opera en su lugar, o lo que queda del recinto. “Recuerdo a un colombiano que vino pensando que le iban a dar una cama, pues no: él tuvo que traer sus cosas de Colombia. Una ambulancia había, pero desapareció. Rompieron todas las instalaciones, los bombillos – por cierto, ven un bombillo y lo quitan para venderlo en 400 bolívares –”.

Añade que en las ruinas de la sede moran personas procedentes de la nación neogranadina. “Han debido tomar esa estructura más bien para un centro de cuidado diario, para un comedor de viejitos”.

“En el ambulatorio no hay nada, los pobres guajiros tienen que comprar las jeringas; la farmacia de aquí parece que ‘le pasó la pelona’. Para pasar la medicina de allá para acá el guardia dice ‘no, tienes que sacarte los papeles’, entonces, no viene gente con las medicinas porque no la dejan. Yo ‘me tengo que bajar con 3 palos’ para poder traer para acá fármacos”, atestigua González.

¡Qué molleja de cambio!

Pero si el escenario es árido, desolado y desesperante, no así la fe que refresca las expectativas por un cambio de sistema y de modelo no solo para la Guajira venezolana sino para el país, en general.

“El llamado que yo le hago a la gente es que tenemos que despertarnos, no podemos seguir de brazos cruzados; si no, nunca habrá solución a la crisis en la Guajira, que es insoportable”, enfatiza José Gregorio Suárez, integrando el coro de dolientes.

“Dios quiera que cambie la Asamblea porque nosotros tenemos un Gobierno igualito al de Cuba, militar. ¿Para dónde vamos a coger? Lo que diga Arias Cárdenas hay que hacerlo, lo que diga Diosdado hay que hacerlo. Maduro tiene ahora una disputa con el colombiano, y resulta que nosotros, aquí en la Guajira, somos binacionales: yo ni soy hermano de los bolivarianos, ni soy hermano de los de Ecuador, de Argentina, de Perú. Hermanos míos son los colombianos. El colombiano lo que trabaja aquí, aquí se lo come”, espeta Ediberto González.

“Aquí lo que hay que hacer es poner el cielo para abajo y la tierra para arriba para que se caigan todos los corruptos. No nos está matando que no haya arroz o fideos, nos está matando la corrupción”, sentencia, con el anhelo de que, parafraseando la célebre gaita, la Guajira deje de estar ‘marginada y sin un real’.

 

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