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Laberintos – Venezuela: Elecciones y transición

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   El pasado sábado 19 de septiembre, algunos miles de venezolanos tomaron algunas calles de Caracas y de una veintena de otras ciudades para reclamar la libertad de Leopoldo López y otras docenas de presos políticos del régimen que preside Nicolás Maduro. La participación ciudadana no fue tanta como muchos esperaban, pero tampoco tan pobre como otros temían que ocurriera.

   La convocatoria la había formulado el propio López inmediatamente después que la juez Susana Barreiros dictó su sentencia condenándolo a 13 años y 9 meses de cárcel y la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), alianza de los partidos de la oposición que había tratado de distanciarse de López por todos los medios, se sumó enseguida al llamado, pero poco después su secretario general, Jesús Torrealba, le dio un giro de carácter electoralista a la concentración, identificada por él a toda prisa con una consigna de evidente carácter publicitario, “Venezuela Quiere”, que nada tiene que ver con López ni con los demás presos políticos del régimen. Después, al tomar la palabra en la tarima del sábado en Caracas, a todas luces teniendo muy en cuenta el rechazo de la gente a la MUD por ser una mera (y, por cierto, muy ineficiente) alianza electoral y nada más, anunció que en ese instante comenzaba un “gran movimiento social.” Liliana Tintori, quien junto a Mitzi Capriles, esposas de López y de Ledezma que desde hace año y medio han asumido la causa de sus maridos como razón esencial de sus vidas, al dirigirse a la multitud, con astucia que no creo que todos hayan entendido, se refirió a los dos caminos a seguir a partir de ahora por la oposición. “Calle y votos”, sostuvo con firmeza.  

   Fue una forma de renombrar con el término calle la decisión de protestar contra el régimen que llevó a López y a tantos otros a las cárceles de Venezuela desde febrero del año anterior.

   Protestas y asesinatos

Recordemos que el 12 de febrero de 2014, más de 50 mil manifestantes se concentraron en la plaza Venezuela de Caracas para marchar hasta la Fiscalía General de la República y exigir la libertad de varios estudiantes detenidos en Táchira y Mérida por reclamar mayor seguridad en los diversos campus de la Universidad de los Andes. El día antes, otra multitudinaria marcha organizada por los trabajadores de la prensa había protestado contra la persistente negativa del gobierno a autorizarle a los medios de comunicación impresos la compra de divisas para importar las bovinas de papel necesarias para seguir existiendo, uno de los perversos recursos empleados por el régimen para cercar a la prensa independiente y liquidar la libertad de expresión (las otras dos han sido la compra forzosa de medios y la autocensura inducida a los medios radioeléctricos con la amenaza de quitarles sus licencias, como ocurrió con Radio Caracas Televisión en 2007) sin recurrir abiertamente a la fuerza.

   En ese clima de confrontación que comenzaba entonces a propagarse por todo el país, Leopoldo López, Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas, y María Corina Machado, diputada con la votación más alta de las últimas elecciones parlamentarias, participaron en la marcha del 12 de febrero convocada por la dirigencia estudiantil, y coincidieron en señalar que la protesta “es un derecho constitucional, un deber ciudadano y la única opción para superar la crisis.” Al concluir la marcha sin que la Fiscal General recibiera a sus promotores, López tomó el micrófono y proclamó que la marcha había demostrado que “los jóvenes reprimidos y presos no están solos” y que la “la jornada ha sido exitosa”, pero advirtió que para que culmine bien, todo debía terminar pacíficamente. Luego se marchó del lugar en metro. Aparecieron entonces grupos paramilitares armados hasta los dientes, los llamados “colectivos”, y comenzaron a disparar sobre los manifestantes. El trágico saldo del ataque fueron 3 jóvenes muertos a balazos, los primeros de la larga y sangrienta lista de asesinados por aquellos días, numerosos heridos y 184 muchachos presos al caer la noche.

   Esa misma noche Maduro declaró que alertaba al mundo de que se había puesto en marcha “un golpe contra la democracia.”

   El tema de la transición

La historia es harto conocida. Tras los hechos de aquel 12 de febrero, el régimen acusó a López de ser el autor intelectual de las muertes (y después de los otros 40 asesinatos cometidos a lo largo de las muchas semanas que duraron las protestas callejeras en toda Venezuela) y ordenar su captura. López se entregó en otro gran acto de masas el 18 de febrero y la MUD se distanció de inmediato de las protestas que continuarían estremeciendo al país. Cuando al fin el gobierno restauró el “orden” a sangre y fuego en Caracas, el declarado distanciamiento de la MUD de todo los que oliera a López, Ledezma y Machado estuvo a punto de provocar un cisma irreparable en el campo de la oposición. Sobre todo, porque cuando en medio de aquel estallido de crecientes protestas populares Maduro convocó a la oposición al Palacio de Miraflores para dialogar y entenderse, los dirigentes de la MUD acudieron sin chistar a la invitación presidencial. Buena parte de la sociedad civil se sintió traicionada y poco a poco las protestas se fueron desactivando. Hasta que por fin, para mayor tranquilidad del régimen y de ese sector “moderado” de la oposición, las protestas callejeras cesaron por completo.

   Más tarde, el 11 de febrero de 2015, el diario El Nacional publicó un comunicado firmado por López, Ledezma y Machado con el título de “Llamado a los venezolanos a un acuerdo nacional para la transición.” En su primera parte, el texto advierte que “la precariedad y las tensiones que resultan de la crisis y la insistencia del régimen en profundizar el modelo que la genera, pueden llevarnos a muy corto plazo a una emergencia humanitaria y han deslegitimado en extremo al gobierno. Es claro que el régimen no resolverá la crisis y que el gobierno de Maduro ya entró en fase terminal.” Este dramático diagnóstico de la realidad venezolana en aquel momento, ahora, casi 7 meses después, es tan o más acertado que entonces. Y los objetivos que proponen alcanzar los tres dirigentes mediante un gran acuerdo para la transición, son hoy por hoy más urgentes que entonces: “restituir las libertades conculcadas y abrir un proceso de despolarización política y de reconciliación nacional… atender la emergencia social… y estabilizar la economía.”

   Por fortuna, los tres dirigentes “radicales” (López preso desde febrero del año anterior, Machado despojada ilegalmente de su investidura parlamentaria por Diosdado Cabello y Ledezma ahora encerrado también en la prisión de Ramo Verde por haber firmado el acuerdo de la transición, documento naturalmente calificado de golpista por el régimen), habían rehuido la confrontación, aunque el malestar provocado por esa conducta inexplicablemente conciliadora de la MUD obligó a su secretario general, Ramón Guillermo Aveledo, a renunciar a su cargo. La alianza, sin embargo, no alteró ni un solo grado el rumbo de su moderación. Las elecciones continuaron siendo su único objetivo político y aún hoy se siguen negando a hablar de dictadura, a emplear la palabra transición y a referirse a fundamentales aspectos políticos de la crisis, como por ejemplo, la guerra oficial contra los valores irrenunciables de la democracia, como la violación sistemática de los derechos humanos.

   ¿Al fin hacia la transición?

   Nadie duda en Venezuela que los millones de venezolanos que no acudieron al llamado a la protesta el sábado pasado, saldrán a votar el 6 de diciembre si en efecto se celebran esas elecciones, y que lo harán masivamente a favor de los candidatos de la oposición. O mejor dicho, en contra de los candidatos del gobierno.

   Esta realidad parecen haberla comprendido perfectamente bien López, convertido por la firmeza de su voluntad para enfrentar la feroz persecución desatada por el régimen en su contra, en líder mayoritario y ejemplar de la resistencia al régimen, Ledezma y Machado. No reniegan de la protesta, sólo que ahora la llaman calle. Saben que el precio sigue siendo el mismo, la persecución y la cárcel, pero dan la impresión de que esos contratiempos no les importan en absoluto. Y la transición sigue ahí, vivita y coleando, pero ahora a fuerza de votos, porque si bien asumen que las elecciones no son ni pueden ser un fin en sí mismo, tal como las perciben los partidos “moderados” que controlan la MUD, ante el rechazo masivo de los venezolanos a la catástrofe en que el gobierno de Maduro ha convertido la existencia de todos en Venezuela, la victoria electoral y el ímpetu irresistible de una mayoría abrumadora de votos bien puede llegar a ser, con una dirección adecuada de la oposición, y una organización abierta a todas las fuerzas democráticas del país, el primer y decisivo paso de la transición.

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