El papa Francisco, en su visita al líder de la revolución cubana, Fidel Castro, le obsequió un libro y discos con los sermones y reflexiones de Armando Llorente, jesuita español tutor del colegio en el que se formó Castro. El mismo sacerdote que fue expulsado por la revolución debió exiliarse en Miami en 1961 y antes de morir quiso absolver a Castro. El biógrafo del Papa Austen Ivereigh se entusiasmó: los regalos fueron para que Fidel se reconciliase con su pasado de jesuita. No hacía falta, Fidel Castro nunca dejó de ser jesuita, la matriz religiosa y moral que adaptó al marxismo leninismo y tanto confundía a los soviéticos. Es la tesis desarrollada por el historiador italiano Loris Zanatta en su libro Fidel Castro, el último rey católico (Edhasa), de pronta aparición en España. En él muestra ampliamente la apropiación de las palabras de la religión y la moral del sacrificio para ganar el cielo, sintetizada en una de las frases más repetidas por Fidel Castro: “Hay que reprimir al hombre para salvarlo”.
La idea entusiasmaba al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal y al fraile dominico brasileño Frei Betto, amigo y biógrafo de Castro, quienes veían en el líder de la revolución cubana un cruzado por la cristiandad: alcanza con acercarse sin devoción a su liturgia revolucionaria, sus larguísimos discursos evangelizadores y hasta la iconografía oficial que lo muestra con palomitas sobre su cuerpo, más parecida a la de los santos de las estampitas católicas que a un comandante que predicó la violencia redentora. En el copioso y riguroso ensayo, el historiador desmonta el mito ideológico más poderoso entre la izquierda latinoamericana y demuestra en Fidel Castro la raíz hispánica de tradición nacionalista católica, la cruz impuesta con la espada y el desprecio al liberalismo laico que pervive en los populismos actuales bajo el disfraz de los socialismos del siglo XXI. La política impregnada por la religión y el sentimiento religioso de los sectores populares convertido en fe ideológica sobre el que se montaron regímenes caudillescos hicieron de la democracia liberal una exótica flor de invernadero, ajena a la tradición autocrática de América Latina.
Autor de varios libros sobre lo que más ha estudiado y conoce, el peronismo y el nacionalismo católico, la religión y la fe popular como sustento ideológico de los caudillos políticos, Zanatta encara una biografía ciclópea sobre una de las figuras ineludibles del siglo XX, narrada ya ampliamente y a la que le ha dedicado años de estudio. Una ventaja, si se piensa que la materia prima del historiador son las fuentes y en el caso de Fidel Castro y la revolución cubana, estas llenan bibliotecas. Sin embargo, faltan las mas importantes, las cubanas, cerradas a cal y canto a no ser para investigadores que refuercen el mito.
Sin subyugarse con el carisma del personaje, “el primer historiador de sí mismo”, sobre la novedad anticipada en el titulo Loris Zanatta explica que no debiera extrañar que “el monarca comunista del siglo XX sea heredero del ideal de los monarcas del pasado: creció en una isla que fue España durante siglos, en un ambiente familiar y social hispánico y católico”, educado por sacerdotes en los principios del comunitarismo de las misiones jesuitas. Un legado que impregnó su universo moral, la salvación de las almas por la evangelización ideológica y el soplo creador del “hombre nuevo” por la acción y la disciplina revolucionaria, la sociedad sin clases del comunismo y la redención del pueblo elegido por el mesías-líder salvador. Las analogías entre la sociedad castrista y aquellas cristianas de la colonia surgen de un minucioso y atractivo recorrido por la vida de Fidel Castro y la sociedad cubana, “donde el individuo está sometido a la colectividad sobre la cual vela la Iglesia, o sea, el partido garante de la ortodoxia y la unidad de la fe. Y sobre, ello, el Rey, Castro, investido de los poderes temporales y espirituales”. En ese viaje histórico, Zanatta encuentra rasgos que son comunes a muchos católicos latinos que como Castro desprecian los valores y las prácticas democráticas del liberalismo anglosajón a los que el líder de la revolución cubana imputaba las “fracturas morales del mundo” y que hoy repiten los nuevos populismos en la región. Esa permanencia cultural dimensiona la importancia del libro en un tiempo en el que Cuba exporta su fracasado modelo socialista y en el continente se actualiza el debate en torno a la democracia, amenazada por las autocracias y los populismos electorales.
Se trata de un inmenso ensayo que escandalizará tanto a los fieles devotos de Castro, por ver la herencia hispánica y católica asociada al icono marxista-leninista, como a los anticastristas que combatieron su comunismo, a quienes incomodará verlo como un monarca católico. Sin embargo, su lectura desapasionada nos ofrece aspectos que estuvieron siempre al alcance de la comprensión racional pero fueron desechados por la fuerza emocional del autoengaño ideológico, el despotismo, la moral sexual, la glorificación de los pobres por su pureza de alma para justificar el fracaso económico de la revolución, el desprecio a las democracias y su apoyo a las guerrillas armadas del continente.
Un libro perturbador para los que tuvimos veinte años en los setenta y caímos bajo los vahos de la revolución cubana. Tras la resaca de los exilios, las muertes y los desaparecidos debimos aprender el valor de vivir en lo que las revoluciones desprecian, la democracia liberal, y hoy miramos con perplejidad a las nuevas generaciones educadas en libertad que reescriben la historia, niegan la violación de los derechos humanos en Venezuela y glorifican las guerrillas armadas aupadas por el régimen de Castro, tal como muestra Zanatta, solo con “hechos” y con las copiosas palabras de Fidel.
Norma Morandini es periodista y escritora argentina. Fue diputada y senadora independiente.