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Oswaldo Páez-Pumar: El grito de Navalni

 

Navalni es un preso político en Rusia. Rusia es hoy ¿una república? Ayer fue el centro de lo que se llamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) cuya desintegración fue precedida por la caída (así se le llama) pero fue más bien demolición del muro de Berlín, ya que las caídas ocurren sin que medie la voluntad de derribar. Todo un proceso de recuperación de la libertad se produjo en las repúblicas supuestamente autónomas de Rusia, pero sujetas al ejército soviético: Polonia, Checoeslovaquia (hoy repúblicas Checa y Eslovaca) Hungría, Bulgaria, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia, Ukrania y Bielorrusia, sin mencionar otras en el continente Asiático.

Navalni está preso en lo que él llama un campo de concentración a 100 kilómetros de Moscú, más cercano que Valencia de Caracas, a diferencia del creado por Stalin que estaba en Siberia, desde luego no por escrúpulos del “padrecito” pues contaba con la prisión moscovita de Lubianka, que guardando las distancias sería como el equivalente a “la tumba”.

Antes del proceso de desintegración y desde luego su acceso a la presidencia en Rusia, Putin se desempeñaba nada menos que en la KGB por lo cual no es de extrañar, como ocurre también en Bielorrusia con su carnal Lukashenko, que tenga cierto gusto por los “archipiélagos” y que a pesar de la extraordinaria evolución en los medios de comunicación y transporte entre la época de Stalin y la actual, prefiera tenerlo como se dice en nuestro argot popular “a tiro de piedra”.

Aunque muchos de quienes me lean estén familiarizados con la persona de Navalni y con la persecución política de la cual es objeto (más bien sujeto), que incluye hasta el envenenamiento, he querido escribir estas líneas para poner de manifiesto cual es la razón que explica el entendimiento entre el usurpador criollo y Putin.

Algunos podrán pensar que resulta innecesario, que es el marxismo-leninismo, la religión que comparten, lo que explica esa reciprocidad y cooperación del uno y del otro, con el otro y el uno. Eso es solo una parte de la verdad. Lo que ambos personajes comparten, o más bien sufren (o gozan) es un irresistible deseo o impulso a mandar e imponerse sobre todos sus semejantes, deseo insaciable que los lleva a tratar de lograr esa imposición a perpetuidad y a universalizarla.

Ya en alguna ocasión había apuntado algo en ese sentido, e invoqué para explicarlo la última tentación del demonio a Cristo: “todo cuanto vez será tuyo, si te postras ante mí y me adoras”. Cada uno de estos personajes actúa bajo dos reglas: 1) poder incrementar cada vez más su poder y 2) poder perpetuarse cada vez más en el poder. Desde luego, no fueron Stalin, Hitler, Mao o Castro los únicos que padecieron ese mal. Todos lo padecemos y reclama de cada quien “resistir la tentación”, lo cual desde luego es sumamente difícil y por eso la “humanidad” ha encontrado apenas dos formas para salvarse de la amenaza permanente de ser esclavizada. Sí, no es un juego de palabras, es esclavitud, pura y simple y esas dos formas son: la primera, la limitación en el tiempo del ejercicio del poder, sin posibilidad de regresar a ejercerlo; y la segunda, la separación de las funciones a través de las cuales los hombres podemos ejercer poder sobre nuestros semejantes.

Desde luego las ideas son una forma de dominio y por eso uno de los logros de nuestra civilización occidental es la separación de Iglesia y Estado. Ayer estuvimos amenazados de sucumbir ante la religión comunismo, ya hoy no. Tenemos una amenaza de un sector muy importante de la comunidad musulmana, que pareciera aspirar a una nueva unidad entre el poder civil y el religioso, frente al cual el marxismo o el comunismo, no tiene el más mínimo chance de victoria, pero en su lucha por el poder en occidente coquetea con una religión muchísimo más fuerte que la de su secta. Gracias a Navalni por la oportunidad que nos da.

 

Caracas, 17 de marzo de 2021

 

 

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