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Thierry Ways: El hueco de Dios

A los gobiernos les gusta el IVA porque es fácil de recaudar, por eso lo han ido subiendo hasta llegar a un gravoso 19 %. Pero esa facilidad tiene un precio: reduce la demanda de bienes y servicios e incentiva el contrabando. Para enfrentar lo primero, a menudo se proponen tarifas diferenciales –más altas– para los artículos de lujo, pues los ‘privilegiados’ pueden pagarlas. Pero eso no es necesariamente justo si consideramos el fenómeno en su totalidad. ¿Por qué un trabajador de una fábrica de jamones serranos en Nariño debe verse desfavorecido frente a un trabajador de una planta exportadora de pescado en Vietnam? Ambos productos se venden por igual en el mercado nacional, pero se ha propuesto que el primero se grave más que el segundo.

 

Todos critican las ideas del otro y plantean las propias como superiores. Sería refrescante que añadieran:
‘Recaudaremos más por este lado, pero renunciando a esto otro por este otro lado’.

La solución mágica suele ser que ‘los ricos’ y ‘los empresarios’ paguen más, pero la vastísima mayoría de los empresarios nacionales no son magnates, sino dueños de pymes. Los que sobrevivieron a la pandemia, quiero decir, pues miles de esas empresas desaparecieron en los últimos meses. ¿Qué tan inteligente, entonces, es aumentarles las cargas a los empresarios en estos momentos? La única manera de recuperar los empleos perdidos –que es la única manera, al fin y al cabo, de superar la pobreza– es incentivando la formación de nuevas empresas que se arriesguen a invertir en una economía maltrecha. Eso no se logra subiendo los impuestos.

Emitir moneda, como proponen algunos, tiene un alto riesgo de inflación, lo que termina recayendo sobre los más pobres. Subir aranceles castiga a los pobres y a la clase media, a quienes todos los políticos dicen querer defender. Aplicarles sobretasas especiales a los bancos encarece el crédito, que la economía necesita para recuperarse.

¿Quiere decir esto que no se puede hacer nada? No, no se trata de eso. Pero los pronunciamientos que escuchamos a diario sobre la reforma tributaria omiten convenientemente los costos y trade-offs que cualquier medida necesariamente conlleva. Todos critican las ideas del otro y plantean las propias como superiores. Cuán refrescante sería que añadieran: ‘Bajo el modelo que propongo, recaudaremos más por este lado, pero renunciando a esto otro por este otro lado’. El primer paso hacia la madurez ciudadana es entender el Estado no como un repartidor de derechos y recursos cuyos costos cómodamente ignoramos, sino como el garante de los sacrificios que como sociedad hemos aceptado.

 

Thierry Ways

@tways / tde@thierryw.net

 

 

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