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10 libros que le debemos a Carmen (Balcells)

mama (1)La agente literaria más poderosa del mundo, con seis premios Nobel en su catálogo – Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, J.M. Coetzee, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre y Miguel Ángel Asturias -, fue la primera en arrebatarle al editor lo que ella llamaba «el derecho de pernada» y poner fin a contratos que permitían ceder «de por vida» los derechos de una obra. Y sin ella, jamás habríamos tenido acceso a novelas como las que siguen. En palabras de Amos Oz, «todos los escritores del mundo, los que la hemos conocido y los que no, nos hemos beneficiado de usted». A lo que podría añadirse un: Y no han sido los únicos. Los lectores también.

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

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Pudo haberse publicado en Seix Barral pero no lo hizo porque, dicen, a Barral no le entusiasmó. Luego se arrepentiría enormemente. Salió en Edhasa y en Sudamericana y fue la primera jugada maestra de la súperagente que confió desde el primer momento en su autor, al que no dudó en facilitarle todo (se lo trajo a Barcelona, le dio una casa, pagó sus facturas) para que siguiera escribiendo.

La ciudad y los perros , de Mario Vargas Llosa

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«Ella me dijo: Mario, has firmado un contrato horrible con Barral por La ciudad y los perros, se la has dado de por vida», contaba el escritor. Poco tiempo después, Balcells se establecía como agente y ponía fin a los contratos ‘leoninos’. Incluido el de este primer disparo del futuro Premio Nobel.

Últimas tardes con teresa, de Juan Marsé

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Ganó el Premio Biblioteca Breve en 1965 y retrataba los dos mundos que convivían en la Barcelona y, por extensión, la Cataluña de la época: el ‘charnego’ y trabajador y el de la a ratos ridícula burguesía catalana. A Vargas Llosa le irritaron los excesos de sarcasmo del libro, una parodia en toda regla que colocó, definitivamente a Juan Marsé en el mapa de la literatura española de la época.

Volverás a Región, de Juan Benet

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L’enfant’ terrible de la literatura española de los 70 debutó con esta novela (en 1967), obra que supuso una ruptura con el realismo reinante. Con un estilo laberíntico, críptico, por momentos angustiosamente onírico, Benet irrumpía con fuerza en el panorama narrativo español y un as en la manga: Carmen Balcells. Dos años después, Benet, siendo aún un desconocido, ganaba Biblioteca Breve (con Meditación).

La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza

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Cuando escribió La verdad sobre el caso Savolta, Eduardo Mendoza vivía en Nueva York. Y no tuvo ni idea del fenómeno en que se había convertido su libro hasta que regresó, un año después de su publicación, a España. «Fui al banco para sacar lo que imaginé serían cuatro duros y me encontré con un millón de pesetas». Balcells había vuelto a hacerlo.

Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique

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De él se dice que llegó tarde al ‘boom’ pero llegó de la misma forma en que lo hicieron todos los demás, vía la ‘Mamá Grande’. Carmen Balcells ‘colocó’ a Seix Barral la novela que narraba el fin de la inocencia en un Perú convulso y corrupto. Escrita en su mayoría en París, la novela llegó a Lima en 1970 y supuso una auténtica revolución.

Soldados de Salamina, de Javier Cercas

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La primera novela de Javier Cercas cambió para siempre aquello que aún estaba por denominarse ‘non fiction novel‘ a la española: la novela en la que realidad y la ficción jugaban a encontrarse y desencontrarse. Balcells hizo de ella un éxito internacional.

La casa de los espíritus, de Isabel Allende

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Al parecer, la agente le propuso al editor Mario Lacruz que, si quería contratar la nueva novela de Graham Greene, «el único escritor que he representado del que me he enamorado», debía comprar también la novela de una chilena desconocida, Isabel Allende, titulada ‘La casa de los espíritus’.

El Día del Watusi, de Francisco Casavella

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Recuerda Juan Marsé que conoció a Francisco Casavella precisamente en la sala de espera de la agencia de Carmen Balcells, poco antes de que publicara la hoy ya mítica trilogía. «Es admirable que se soltara de aquella manera», recordaba Marsé, para quien todos los posibles defectos de la obra «están vinculados a una virtud: la de arriesgar».

Galíndez, de Manuel Vázquez Montalbán

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Se admiraban mútuamente, como solía ocurrir con los autores que representaba, autores que, como en el caso que nos ocupa, le dedicaban sus libros (‘A Carmen Balcells, que no estuvo aquella noche’, escribe en ‘El premio‘). Decía Montalbán que, «antes de que lo consiguieran los futbolistas», Balcells permitió a los escritores vivir de sus obras. Cabría preguntarse si hubiera existido Carvalho sin ella, y la respuesta sería que lo más probable es que no hubiese podido vivir tantas aventuras (o desventuras).

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