Un caso de arqueologÍa conflictual
La herencia dejada por los intensos bombardeos sobre un rincón al suroeste de Polonia durante la Segunda Guerra presenta un caso interesante de la arqueología conflictual, nueva disciplina que viene en auxilio de la historia y extiende su utilidad al campo de la protección ambiental.
La revista Antiquity reproduce un estudio de Jan M.Waga y Maria Fajer, publicado por Cambridge University Press, en la Cuenca de Kozle-Kedzierzyn, controlada entonces por el Reich hitleriano, donde la aviación aliada arrojó entre 1943 y 1944 un total de 39.137 bombas demoledoras e incendiarias que cambiaron radicalmente un panorama que ahora exhibe más de seis mil cráteres con diámetros de 5 a 15 metros, a profundidades a veces superiores a dos metros.
Su propósito es hacer un llamado a las autoridades para proteger un terreno que fotografiaron desde el aire, midieron con batimetría, analizaron con mapas del Instituto de Geología Polaco y hurgaron en los archivos militares para precisar la cantidad exacta de explosivos que llovieron desde el cielo y que, según dicen, posee particulares valores históricos, educativos y ecológicos.
En 1939 las condiciones naturales de la zona en Silesia despertaron el interés del Ejército alemán, porque los densos bosques y las montañas que la cercaban permitían una defensa más eficiente, complementada con corrientes de aire que facilitaban la instalación de pantallas de humo antiaéreas.
Existía, además, una moderna infraestructura de transporte por carretera y ferrocarril y ricos depósitos de agua y carbón, indispensables para la industria bélica y las unidades mecanizadas en que Hitler basaba gran parte de su esfuerzo militar, que permitieron instalar tres plantas refinadoras con una capacidad anual de 730 millones de toneladas de combustible.
Un objetivo demasiado importante para ser soslayado por los aliados, que comenzaron sus incursiones en enero de 1944 desde el norte de Italia y obligaron a reforzar la defensa de las instalaciones en Kozle con refugios subterráneos para el personal, pantallas de humo y una artillería antiaérea más bien inefectiva contra bombarderos que volaban a elevadas alturas.
Muchas de aquellas bombas erraron su objetivo y cayeron en los campos, bosques y a veces en los pueblos vecinos y zonas industriales, de donde fueron removidos después de la guerra, y los cráteres rellenados, aunque la situación fue diferente en las áreas pantanosas y forestales.
Los cráteres en Kozle-Kedzierzyn -afirman los investigadores- son reliquias que documentan acontecimientos históricos y si bien constituyen un vínculo entre esa región y los campos de batalla de Europa no fueron protegidos como en el resto del Viejo Continente, deviniendo en un breve lapso en nuevos elementos de un ecosistema enriquecido donde numerosas especies animales buscan refugio y comida.
Plantean asimismo que la situación favorece un modelo de protección complementario, que reconozca los valores culturales y naturales de cráteres relativamente bien preservados en las zonas boscosas que presentan todavía peligro, si se intenta su desarrollo sin la correspondiente neutralización previa de las bombas que yacen sin explotar.
En definitiva, se trataría de un caso de significación continental que refleja los tremendos sacrificios de ambos bandos en conflicto y los costos incalculables que acarreó el esfuerzo bélico y, al igual que en otros lugares, podría desarrollarse mediante nuevos cultivos que sin comprometer la morfología del terreno permitiesen conservar siquiera algunos rincones como recordatorio para las generaciones futuras de la insania de aquel horrendo conflicto.
Varsovia, abril 2021