Sucedió en la ONU
La obtención del puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, tan celebrado por el gobierno bolivariano, ha servido solo para mostrar cuán cínicos y caraduras se han convertido algunos gobiernos del mundo, convencidos todos que son demócratas porque hacen elecciones periódicas, permiten la crítica mediática, la existencia de partidos y una cierta diversidad social. Ahora bien, si se les pregunta por cuáles son sus valores, parecieran preguntarse ¿valores? ¿qué es eso?
Una obvia conclusión que puede sacarse de la elección del actual régimen venezolano a un puesto en el Consejo de Seguridad queda resumida en estas palabras de la representante norteamericana, Samantha Power:
“Hoy, la Asamblea General de la ONU eligió a Malasia, Nueva Zelanda, España y Venezuela como miembros no permanentes del Consejo de Seguridad para el periodo 2015-2016. La Carta de la ONU señala con claridad que los candidatos a tal posición dentro del Consejo deben ser contribuyentes al mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, así como apoyar los diversos propósitos de la organización, incluyendo la promoción del respeto universal por los derechos humanos. Los grupos regionales tienen la responsabilidad de proponer candidaturas que satisfagan estos criterios y apoyar en su totalidad los principios de la Carta de la ONU. Este año, Venezuela no tuvo oposición para el puesto latinoamericano. Desafortunadamente, la conducta de Venezuela ha ido en contra del espíritu de la Carta, ya que sus violaciones a los derechos humanos en su territorio no siguen dicho espíritu (…). Todos los miembros del Consejo tienen la obligación de cumplir con las expectativas de aquellos que les han otorgado estas responsabilidades críticas.”
Aquí destacan entonces varias preguntas esenciales: ¿Por qué las democracias latinoamericanas permitieron la candidatura venezolana? ¿Por qué no hubo una candidatura democrática? ¿Por qué, mientras los gobiernos autoritarios del ALBA sí desarrollan una estrategia conjunta, bajo el liderazgo cubano, las democracias simplemente callan y miran hacia otro lado? ¿Dónde están los valores y principios democráticos en las ejecutorias en materia de política exterior de gobiernos que sufrieron la bota dictatorial y recibieron la ayuda desinteresada de la democracia venezolana, como Argentina o Uruguay? ¡Qué vergüenza su actitud callada, su silencio cómplice! Con democracias de ese talante, la libertad venezolana corre peligro, sin duda alguna. Y merece destacarse que es una actitud fundamentalmente de los gobiernos. La encuesta regional Latinobarómetro, cada vez que ha preguntado a ciudadanos de 14 países de la región cuáles eran los gobernantes más impopulares, ha ofrecido como resultado contundente a Fidel Castro y Hugo Chávez en los últimos lugares. En cambio, los gobiernos ¡cómo se rinden a los pies del petróleo venezolano y de los cánticos socialistas del tirano cubano!
La política democrática es un arte constructivo, dialógico, representativo, que necesita tanto el contraste como la diversidad de criterios. Por todo eso la primera norma democrática debe ser aquella que asegure el derecho a disentir y su hermana más cercana, la libertad de elegir, sin presiones, sin chantajes. El socialismo del siglo XXI, por el contrario, es una versión lograda y acabada del más rancio autoritarismo antidemocrático.
Nunca antes en la historia patria la política exterior ha dependido tanto de los arranques, dislates, complejos y fobias de un solo hombre, primero Chávez, y ahora Maduro, ambos siguiendo el guión que elaboran en La Habana.
Otro hecho a destacar es el uso desmesurado del insulto, el odio y el cliché vacío para afrentar al rival. Peor aún, el empleo de la amenaza, del chantaje, el grito que el niño pone en el cielo si no se le da lo que pide; todo ello está fuera de un juego político que posea garantías mínimas de civilidad.
Y es que la política exterior del régimen chavista llama a la confrontación, a la guerra, a la eliminación de toda crítica. Estos socialistas olvidan que el arte de la diplomacia es sutil e indirecto, las espadas que se alzan en su nombre son sobre todo verbales. Los grandes cancilleres de la historia así lo atestiguan. A fin de cuentas, la ONU –por lo menos en teoría- es todo lo contrario a un cuartel. Para estos señores, sin embargo, las organizaciones multilaterales deben ser una especie de Circo Romano donde siempre ganarán las fieras.
Vive Venezuela una hora menguada en política exterior. Y pensar que en su historia internacional Venezuela tuvo grandes cancilleres y defensores eximios de los valores de la convivencia y del respeto, de la mesura y de la responsabilidad. Cuando la crisis de los cohetes en Cuba, en 1962, momento en el que el mundo estuvo a punto de entrar en una guerra nuclear, el representante venezolano en la ONU era Carlos Sosa Rodríguez, quien realizó un papel fundamental de ayuda y de motivación al diálogo entre todas las partes para que la crisis no concluyera en una tragedia universal.
La ONU, con la elección venezolana a su Consejo de Seguridad ha dado muestras, una vez más, de ser cualquier cosa menos un foro donde la democracia y los derechos humanos son defendidos. Hace más de veinte años que se ha insistido en que una profunda reforma es necesaria. Y la misma debe incluir el hecho fundamental de que allí no deben estar presentes únicamente los representantes de los gobiernos, sino también representantes de las sociedades civiles.
No se puede saber el significado de una institución si no se sabe qué problema ha intentado resolver. Una institución, nos recuerda José Antonio Marina, es inteligencia social objetivada que se transforma en una herramienta social específica, un razonamiento materializado. Por ello, nos recuerda Arnold Gehlen, cuando una institución se derrumba, “se produce una primitivización.” Qué primitiva la actual ONU. La otrora organización campeona de la defensa de los valores democráticos y los derechos humanos está integrada hoy por gobiernos autoritarios, que manipulan la institución a su antojo, y por democracias pusilánimes y entreguistas. La ONU, hoy, no está ayudando a resolver los problemas que motivaron su creación.
La realidad es que nuevos ejes de poder –económico, político, social- están emergiendo, nuevos terrorismos, nuevas amenazas a la libertad. Y, mientras las democracias flaquean, bajo liderazgos mediocres y moralmente endebles, los ejes autocráticos se fortalecen, y trabajan conjuntamente.
Para analizar esta nueva situación, muchas veces los viejos conceptos e inferencias no son suficientes. Un hecho esencial: las autocracias del siglo XXI aprenden y se adaptan. Las autocracias han puesto el multilateralismo a su servicio, intentando controlar el sistema de derechos humanos de la ONU, China y Rusia con poder de veto en el Consejo de Seguridad, y con Venezuela y sus socios manteniendo a raya al eje de la democracia en la OEA, gracias sobre todo a unos SSGG de la organización como Insulza, que no quieren ver la realidad. Insulza ha promovido el retorno de una de las autocracias más antiguas, la Cuba castrista, sin condiciones, al seno de la OEA.
Afirma Robert Kaplan en “Warrior Politics”: “Si bien las relaciones internacionales son al final debates sobre el poder y la fuerza, tal comprensión es peligrosa a menos que se promueva lo que Arthur Schlesinger llamaba “el honor y la decencia”, conceptos que al final implican la síntesis de la llamada virtud, bien sea laica, bien sea judeo-cristiana.”
O sea, el más que nunca olvidado asunto, tanto por la política como por los políticos actuales, de los valores.
Poco a poco la caradura de algunos gobiernos que usando la mal llamada diplomacia hacen y deshacen a su antojo van minando la inteligencia humana,las relaciones sociales,la buenas costumbres .Al ritmo que lleva el dejar pasar,el dejar hacer ,pronto la Tierra estará poblada de homos sapiens cada dia menos sapiens…