Ariel Hidalgo: ¿Socialismo a la inversa?
El Octavo Congreso del Partido celebrado entre el 16 y el 19 de abril concluyó en una resolución que «la conceptualización actualizada ratifica que nos encontramos en el período histórico de construcción del socialismo». ¿Qué es «conceptualización»? Si vamos al diccionario, leemos: «la representación de una idea abstracta en un concepto«. No pudieron encontrar una palabra mejor.
Si buscamos un sinónimo, conceptualización es lo mismo que «definición». ¿Y qué se está definiendo? Pues «el período histórico de construcción del socialismo«. Eso, supuestamente, se empezó a construir hace 60 años, cuando se declaró el carácter socialista de la Revolución. Por tanto, se trata del mismo período histórico de hace más de medio siglo.
En 1987 se lanzó la consigna, publicada en grandes titulares por Granma, órgano oficial del Partido: «Ahora sí vamos a construir el socialismo«. Y muchos se preguntaron: «¿Entonces qué diablos se estaba construyendo hasta ahora?». En la reforma constitucional de 2003 se estableció que «Cuba es un Estado socialista de manera irrevocable». Y en su artículo 5 se dice que el Partido «orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo». Irrevocable es sinónimo de irreversible. O sea, que era irreversible algo que todavía no se había construido. La frase «construir el socialismo» se sigue repitiendo aún mientras la población continúa atravesando mil calamidades, y ya muchos se preguntan si las bondades de ese socialismo sólo podrán disfrutarlas los tataranietos de las generaciones más jóvenes.
La frase «construir el socialismo» se sigue repitiendo aún mientras la población continúa atravesando mil calamidades, y ya muchos se preguntan si las bondades de ese socialismo sólo podrán disfrutarlas los tataranietos
Pero vamos a ver cuál es el verdadero significado de la palabra socialismo, cuál es su «conceptualización».
El ideal socialista es tan antiguo como el capitalismo, desde que Tomás Moro escribiera en el siglo XVI su famosa obra Utopía sobre una sociedad idílica. Por eso se calificaba de «socialistas utópicos» a todos aquellos que durante los siglos XVII, XVIII y XIX concebían sociedades perfectas donde los trabajadores fueran dueños de los medios con que laboraban y, por tanto, no sufrieran la miseria en que vivían los asalariados, con jornadas de doce, catorce y hasta dieciséis horas al día, y una paga miserable que apenas alcanzaba para vivir en cuarterías de los tugurios y comer limitadas raciones. Siendo los dueños, tendrían un estímulo productivo superior al que existía en el capitalismo, pues no es lo mismo que el incentivo lo tengan cientos o miles de capitalistas a que lo tengan millones de trabajadores, por lo que la abundancia y la prosperidad harían desaparecer definitivamente la pobreza. Pero los utópicos no decían cómo alcanzar esa meta.
Carlos Marx, en el siglo XIX, fue uno de los primeros en elaborar una teoría donde trazaba un mapa de ruta para hacer realidad ese ideal: los obreros debían desarrollar una conciencia de clase y, como no podían por sí mismos apoderarse de los medios de producción, debían realizar una revolución que derrocara al Estado burgués y estableciera en su lugar un Estado obrero encargado de dos tareas: expropiar a capitalistas y terratenientes, y luego traspasar esos medios de producción a los trabajadores. Ese Estado, una vez cumplida esa misión, se iría extinguiendo gradualmente en la medida en que los ciudadanos fueran creando instituciones democráticas capaces de suplantarlo.
Pero un cubano de fines de ese siglo llamado José Martí, que conocía sobre las ideas de Marx y había leído un libro visionario del filósofo inglés Herbert Spencer titulado La futura esclavitud, advertía en carta a su amigo Fermín Valdés Domínguez de «los peligros de la idea socialista», sobre todo «la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en qué alzarse, frenéticos defensores de los desamparados». Eso no significaba abandonar el sueño de lo que él llamaba «excelsa justicia». Y agregaba en aquella carta: «Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por ésta o aquella verruga que le ponga la pasión humana».
Veintitrés años después de esa carta, líderes revolucionarios rusos, inspirados en Marx, aplicaron supuestamente esa hoja de ruta y apoyados por juntas de obreros -llamados soviets- llevaron a cabo la revolución. Pero una vez en el poder, convirtieron a los soviets en aparatos burocráticos al servicio del partido que esos líderes encabezaban y luego expropiaron a capitalistas y terratenientes, bienes que pasaron a ser propiedad del nuevo Estado, el cual se convirtió, por tanto, en un monopolio incomparablemente más grande que todos los que habían confiscado.
Entonces, ¿qué significa ese socialismo que existe en Cuba pero que a la vez no se ha construido?
En otras palabras, el objetivo no era liberar al proletariado y al campesinado, sino fortalecer al nuevo Estado y convertirlo en un gigantesco monopolio absoluto, al cual tenían que someterse todos los trabajadores
De los dos pasos que según Marx el Estado revolucionario debía dar, o sea, expropiar a la burguesía y empoderar a los trabajadores, solo se dio el primero, y ese modelo de expropiar pero no empoderar, llamado luego «marxista-leninista», fue el que se impuso bajo el influjo de Moscú, en muchos países, entre ellos, Cuba. En otras palabras, el objetivo no era liberar al proletariado y al campesinado, sino fortalecer al nuevo Estado y convertirlo en un gigantesco monopolio absoluto, al cual tenían que someterse todos los trabajadores.
El mejor ejemplo fue la experiencia cubana, donde no sólo se despojó a la burguesía sino hasta al más humilde de los trabajadores independientes. Esto es, nunca se construyó socialismo alguno sino, por el contrario, un socialismo a la inversa: en vez de entregar los medios de producción en manos de los trabajadores de acuerdo con la meta original del socialismo, lo que hicieron fue despojar a aquellos que ya los tenían.
Desde el principio todo fue una gran mentira. Todas las propiedades existentes, grandes y pequeñas, fueron expropiadas -es decir robadas a la fuerza-, los monopolios, entre ellos los grandes latifundios, no desaparecieron, fueron integrados en un monopolio único. Y como en ese sistema no hay estímulo productivo, ni en los trabajadores ni los burócratas que dirigen las empresas, sólo generan lo único que pueden generar: miseria.
La palabra socialismo ya nos recuerda un pasaje de una canción de Serrat: «El sol solo es el sol si brilla en ti». Si no brilla, ni calienta, ese sol solo es un decorado, una pintura en la pared o el techo para engañarnos, para hacernos creer que es cierto. Pero no es real.