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¿Está Cuba preparada para una apertura económica con EE. UU.?

A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que la Isla pudiera vender tecnología, servicios de telecomunicaciones, medicinas o alimentos en EE. UU. cuando su oferta nacional apenas alcanza para atender las necesidades de sus ciudadanos

MADRID, España. ─ El ministro de economíaAlejandro Gil Fernández declaró hace unos días que Cuba estaba preparada para aprovechar cualquier apertura económica que pueda existir en las relaciones con Estados Unidos. Yo tengo dudas.

Después de dedicar la mayor parte de una reciente comparecencia informativa a denunciar que en el primer cuatrimestre del año se había mantenido invariable toda la presión del bloqueo y las medidas adoptadas por la administración Trump, el funcionario se mostró convencido de que la economía de la Isla sería capaz de aprovechar una apertura en las relaciones entre los dos países basada en lo que definió como “un comercio bilateral en favor de ambos pueblos”. También recalcó: “si se diera ese contexto lo aprovechamos, de lo contrario, seguiremos resistiendo y trabajando en el desarrollo del país, explotando todas las reservas”.

Esta posición, consistente en lanzar un reto al vecino del norte sobre un eventual aprovechamiento por Cuba de un desmantelamiento del embargo o bloqueo, es toda una novedad en la retórica castrista sobre el asunto.

Fuera del turismo, ¿qué más podría vender Cuba en EE. UU. si mañana se abriese el mercado? Tal vez productos como el ron y el tabaco. De acuerdo, ¿cuánto se podría comercializar y hasta qué cantidad? No tanto como puede parecer. Cuba no va a desviar sus compromisos con Europa y otras zonas del mundo para vender más en EE. UU. Eso sería un error. Además, las políticas antitabaco han ejercido una notable influencia en el consumo de estos productos y cabría afirmar otro tanto del alcohol y sus derivados.

Desde luego, a nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que Cuba pudiera vender tecnología, servicios de telecomunicaciones, medicinas o alimentos en EE. UU. cuando su oferta nacional apenas alcanza para atender las necesidades de sus ciudadanos. Levantar el embargo no asegura un aumento inmediato de la producción. Por otro lado, los servicios médicos y de profesionales cubanos en EE. UU. tampoco tendrían mucha demanda ni aceptación.

En cuanto a las importaciones, la desaparición del embargo podría servir para que Cuba adquiriera en el exterior de productos que tengan más de un 10% de componentes de EE. UU., en particular, como dice el ministro, en los sectores vinculados a la aviación, donde es muy dominante el mercado norteamericano. La pregunta sería la misma, ¿cuántos de estos productos podría comprar Cuba para su línea aérea bandera? Otra interrogante: ¿Los pagaría?

Sin acceso a financiación internacional, que no es consecuencia del embargo o bloqueo, sino de los impagos, es complicado acceder a determinados equipamientos y productos para el transporte público, la infraestructura hidráulica y la inversión extranjera.

Convencidos de que el bloqueo es el principal obstáculo para el desarrollo de la economía, los dirigentes cubanos se olvidan de las muchas cosas que se pueden hacer sin esa permanente obsesión con el vecino del norte. Conviene, por ejemplo, reformar la estructura de derechos de propiedad, o apoyar más al sector privado emergente. De modo que, cuando el régimen lanza duras acusaciones contra EE. UU. por “persecución financiera” y culpa al bloqueo de tener que dejar de hacer pagos a proveedores porque no encuentra bancos con disposición de respaldar las transacciones, suele encontrar adhesiones en numerosos grupos y colectivos que tienen en el en el antiyanquismo su razón de ser.

La imagen del pequeño que se defiende con uñas y dientes de las agresiones injustas del gigante ha funcionado a las mil maravillas al régimen comunista cubano, que se escuda en esa tensión para justificar su rechazo a las libertades, derechos humanos y pluralismo político. En ese sentido, La Habana ha sido capaz de escribir un extenso relato de ciencia ficción ─que se vende bien en Naciones Unidas─ sobre los daños del embargo o bloqueo a la economía cubana.

Por último, el ministro Gil Fernández dijo que de abril de 2019 a marzo de 2020 el bloqueo provocó pérdidas económicas a Cuba estimadas en 5 570 millones de dólares, y que en los últimos cinco años estas ascendieron a 17 000 millones de dólares. Se trata de cifras desorbitadas imposibles de contrastar en la realidad.

El régimen castrista ni siquiera acepta críticas alternativas ni posiciones distintas a las incluidas en la monolítica constitución comunista, donde solo cabe una forma de pensar. Y pese a exigir a los cubanos que cumplan con esa uniformidad ideológica impuesta, sigue teniendo adeptos en la arena internacional, sobre todo en aquellos que le ven no como dictadura, sino como “democracia de partido único”.

Justo ahora, cuando parece que han ganado la batalla y que tienen a todo el mundo de su lado, parece extraño que los comunistas cubanos lancen a EE. UU el reto de que quieren “trabajar en condiciones normales”, porque eso será muy bueno para la economía cubana, que está preparada para ello. ¿Tan mal está la cosa?

 

 

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