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Lacalle: “Es cierto que ‘con los blancos se vive mejor’. Pocos gobiernos, pero buenos”

El expresidente y padre de Lacalle Pou saca un primer libro de una trilogía. Acá repasa los 80, su gobierno y más.

En el portón de hierro de su casa en Carrasco, Luis Alberto Lacalle Herrera (79) tiene pegado con cinta adhesiva un afiche de la campaña electoral pasada promocionando a su hijo como candidato con la frase «Un gobierno para evolucionar». Es un volante que se ha ido decolorando. En una ventana se ve una bandera del Partido Nacional. Abre la puerta él y dice que los perros labradores hace poco «se comieron un periodista», pero no hay nada que temer. El can marrón, aunque con pinta de fiero, llega mordiendo un peluche, así que le creo que es manso.

En el living, sobre una cómoda, hay decenas de portarretratos: Lacalle Herrera con su esposa Julia Pou, con el papa Juan Pablo II, con George Bush padre, con Bill Clinton, entre otros. Sobre la mesa de vidrio que nos separará hay un libro -todavía envuelto en papel film- que dice Xi Jinping, The gobernance of China, que le regaló el embajador chino cuando visitó su residencia hace algunos días.

La entrevista tendrá una sola interrupción. Una sola vez atendió su celular, que sonó tres veces con una trompeta de jazz como ringtone: era su esposa. «Es Julita. Hace 50 años que le llevo el desayuno a la cama. Pero hoy estoy solo», se atajó. A mi costado hay otro portarretratos: está el presidente actual, Luis Lacalle Pou, con la banda presidencial y toda la familia en pleno. Él dirá que no lo llama para no molestarlo, ni le manda Whatsapp por la ley de artillero (Lacalle Herrera no usa Whatsapp), prefiere mandarle mails, donde le da su punto de vista sobre distintos temas.

Con la excusa de hablar de su reciente libro La historia vivida. El Herrerismo (1980-89) de Penguin Random House (primera parte de una trilogía que tendrá un segundo tomo donde abundará en detalles sobre lo que fue su gobierno entre 1990 y 1995, y una tercera sobre el resto de su carrera política hasta 2010), el ex presidente habló del movimiento político que lideró, qué cosas llevaron al país a una dictadura, la salida democrática, su propio ascenso al poder y hasta lo mejor y peor de su gobierno («no haber explicado mejor la reforma de las empresas públicas»). De entrada, y por teléfono había puesto una condición: él no haría manifestaciones sobre el gobierno de su hijo. Confesó que era una suerte de «pacto» con el hoy presidente. Pero el veterano líder herrerista igual se permitió un par de concesiones.

-¿Qué es el Herrerismo?

-Una versión nacional y popular del Partido Nacional.

-Usted dice que la victoria de 1958 marca una faceta más del Herrerismo de Herrera: «la concepción de un Partido Nacional más nacional que blanco». ¿Qué quiere decir eso?

-El partido tiene su etapa de Blanco con (Manuel) Oribe hasta 1872, cuando se funda el Partido Nacional. Ya en 1872 el partido convoca a los principistas, los constitucionalistas, durante la campaña de Herrera incorpora al ruralismo que tenía un importante contingente colorado. Herrera fue derivando hacia lo nacional. Incluso, el último discurso de Herrera el 28 de febrero de 1959 en la Quinta de Larrañaga -yo asistí a él y quedé al lado de él en una filmación-, él terminaba como consejero del Consejo de Gobierno y a los 40 días se murió. En su último discurso dijo: «Advienen entre nosotros nuevas formas de enfrentamiento. Ya no será entre blancos y colorados -como el que acabamos de resolver con éxito-, sino entre nacionales y quienes no quieran o no les convenga serlo».

Es decir, yo veo a un Herrera que al final de la vida veía al partido más nacional (sin perjuicio de lo blanco, Herrera no tiene que demostrar credenciales de blanco), pero veía (al partido como) un instrumento, y la prueba está que después se agregó el Ruralismo, la Unión Cívica en 2005. Es un concepto que a mí me gusta manejar, porque dentro del Partido Nacional estamos los blancos, pero siempre abierto a que sea más un instrumento político aceptable por gente de todos los rumbos.

-Insiste en el libro con un concepto de Fernando Oliú que a usted lo inspiró en sus comienzos, que fue el de «el país real en contra del «país de papel». ¿A qué remite «el país real»?

-Es un concepto que me gusta y es muy herrerista de Herrera, y muy herrerista de nosotros, la segunda versión. El conocimiento científico, de asesores, de estadística, es indispensable, pero después hay que bajarlo al rostro humano. Una cosa es saber que hay 8% de desocupación, pero otra cosa es estar con una persona que no trabajó hoy y no trabajará mañana, entonces uno le pone rostro a los problemas. Una cosa es decir: «El déficit habitacional es tanto» y otra cosa es ir a un asentamiento o a los ranchos de cualquier parte del país y verlo. Es humanizar. Es barro en los zapatos. El dirigente tiene que salir del Palacio Legislativo y ver la realidad, tocarla, palparla. Para mí ha sido lo más grato de mi vida política: conocer el país real.

-Alude al nacimiento del MLN-T en 1963. Usted dice que esa «minoría soberbia y violenta», que calificaba a la democracia vigente en los 60 como «libertad burguesa», se dedicó al secuestro, robo, asesinatos y torturas, «sembrando las semillas de la futura e inminente dictadura». Agrega usted: «Esos actores han influenciado negativamente la vida nacional hasta el día de hoy». ¿Por qué hasta el día de hoy? ¿Se refiere a Mujica, Topolansky, Bonomi, etc.?

-Estoy hablando de que las crisis tremendas que el país vivió tuvo dos actores: uno primero fue causa del segundo, a mi criterio. Y que el cierre de esa etapa se hizo de manera desigual. (Dardo) Ortiz fue quien tuvo la clarividencia de decir en 1985: «Vamos a hacer una amnistía recíproca». Ahora estamos viviendo la otra parte: todas estas cuestiones judiciales, la Ley de Caducidad interpretada (mal interpretada diría yo), y la estamos viendo todos los días. El país no cerró del todo la puerta.

-Dice que los Tupamaros fueron derrotados en 1972, pero ya habían sembrado «la siniestra semilla». «Los cosecheros de esa semilla, los otros soberbios que en 1973 creyeron que podían dejar de lado la legitimidad, también representaron una visión antinacional», dice usted, en alusión al golpe cívico-militar. ¿Cree que tuvieron la misma responsabilidad tupamaros y militares?

-Los tupamaros fueron la causa primera. En función de la subversión es que aparecen los otros. Primero ganaron la guerra en 1972, y después la «peruanización» y ya que estaban, siguieron de largo. Yo creo que tuvieron más responsabilidad los que prendieron la mecha de la violencia.

-Usted recuerda el apoyo del PCU, desde su periódico El Popular, a los comunicados 4 y 7 de febrero de 1973 en apoyo a las Fuerzas Conjuntas. Coincide entonces con lo que dijo el ministro de Defensa, Javier García, hace poco… lo que tanto molestó al diputado Gerardo Núñez.

-Sí, sí, está escrito además… (Rodney) Arismendi, que era un hombre muy inteligente -yo fui compañero de él en la cámara ese año cortito de legislatura-, un tipo excepcional desde el punto de vista intelectual, inteligente e ilustrado, percibió y está clarito en los comentarios de los comunicados, que ahí venía algo parecido a lo de Perú… Es decir que esas no serían fuerzas como las tradicionales Fuerzas Armadas latinoamericanas para reprimir, sino que tenían como un primer matiz de «contra la oligarquía, contra la reforma agraria». El primer impulso del 73 fue así.

-Usted recuerda varias frases camperas y criollas de Herrera, entre ellas: «Las nubes pasan, el azul queda». ¿Qué significa?

 

Una cosa es decir: ‘El déficit habitacional es tanto’ y otra cosa es ir a un asentamiento o a los ranchos de cualquier parte del país y verlo. Es humanizar, es barro en los zapatos. Ha sido lo más grato de mi vida política: conocer el país real»

 

-La frase entera es muy bonita. La gente conoce el final porque lo repitió Lacalle Pou cuando me envió un mensaje a mí, y eso a mí me llegó al fondo del alma, me conmovió…

-¿Usted no sabía que él iba a decir eso?

-Qué voy a saber… Lacalle Pou anda por ahí, y yo por acá. Ni siquiera sabía que Luis la había recordado. La frase entera es muy bonita, Herrera era muy poético, quizás antiguo, pero lindo con las imágenes. Era: «Ya nada queda de los viejos padecimientos. Las nubes pasan, pero el azul queda». O sea, todo lo malo pasa. Ya vendrán tiempos mejores. Frente a las dificultades, las crisis, a la larga el azul puede más que las nubes. Es eso.

-Recuerda en el libro una frase de Wilson Ferreira Aldunate, que cuando le preguntaban si era de derecha o de izquierda, contestaba: «Yo soy blanco». Dice usted que es una «manía» de colocar a los políticos en «vetustos moldes». ¿Por qué cree que es vetusto hablar de derecha e izquierda?

-Es vetusto porque eso empezó en la Revolución Francesa, entonces es viejo. Segundo, a los partidos tradicionales del Uruguay (y no quiero ir más allá que de blancos y colorados) no les cabe, porque los partidos tradicionales uruguayos son cortes verticales de la sociedad: hay ricos en ambos y pobres en ambos, gente de campo en unos y otros, altos, bajos, rubios, morochos… Son una representación vertical del país. Socialmente tienen de todo. Los dos tienen representación de todos los segmentos sociales. Y en virtud de la ley de lemas, que es lo que le daba riqueza cromática, había más conservadores y más progresistas, pero en general no eran de derecha o izquierda, por algo eran catch all. Y por eso se han mantenido durante 180 años.

-Pero al día de hoy, ¿no cree que hay una sensibilidad de izquierda y una de derecha?

-En Uruguay nadie se dice de derecha. En Chile sí, en Bolivia y Brasil también. Acá nadie se asume de derecha.

-Como si fuera algo vergonzante…

– Habrá temores por la costumbre esa de que se convierte en un calificativo despreciable, un calificativo negativo.

-Es curioso, porque la izquierda se reivindica de izquierda siempre que puede.

-Ese es el triunfo cultural de la izquierda en el mundo entero. Es lo de (el filósofo italiano Antonio) Gramsci. Yo creo como Wilson: «Nosotros somos blancos», y a veces tenemos actitudes que los que usan estas calificaciones pueden encasillar en derecha, y a veces en izquierda. ¿Wilson era de derecha o de izquierda? Algunas cosas podían ser vistas como de derecha, otras de izquierda…

-Esta misma charla la tuve con su hijo, en entrevista para revista Noticias, y él me planteó un ejercicio: me preguntaba sobre tal iniciativa legislativa que él votó o legisló y yo le decía «izquierda», y después me mencionaba otra y yo le decía «derecha», y así varias veces…

-Perfecto. Bueno, yo voté en contra del aborto y dicen que es de derecha, yo creo que es mi concepción de la vida. Y a su vez construí más hospitales que nadie durante el gobierno. Construir un hospital, ¿es de izquierda o de derecha? Bajar la inflación, ¿es de derecha o izquierda? ¡Es bueno para el país! Yo creo que Wilson, que era muy gracioso, decía: «Yo soy blanco», y con eso los dejaba quietos.

-No me quedó del todo claro, leyéndolo, qué papel cree que debe jugar el Estado en el país. «Tenemos que definir alrededor de un Estado redimensionado», decía un documento suyo. En otro momento dijo: «Ni mucho ni poco Estado, ni grande ni chico: lo necesario». ¿Cuánto es lo necesario? Póngame ejemplos…

-Lo necesario es redefinir el rol. Y además fuimos consecuentes porque lo dijimos en las elecciones internas del 82 y lo mantuvimos hasta llegar a la Presidencia, y ahí lo intentamos y en muchos casos, lo logramos: los puertos, entre otras cosas. Hay que redefinir los roles en el sector empresarial, que es una parte del Estado, y en la administración central, son dos versiones. En las empresas públicas la razón de crear los entes autónomos fue que fueran más baratos los servicios, porque la plusvalía se la quedaba el Estado. Eso es de 1911. Y el resultado hoy día, mirándolo con ojo crítico y no sesgado, es que son servicios caros, se llenaron de funcionarios en exceso y son una teta para que el ministro de Economía recaude. ¿Esa fue la finalidad para la que fueron creados? No, entonces hay que redefinir el rol del Estado, que no quiere decir privatizar, si no, por ejemplo, ponerlo en derecho privado. Ahí pienso en las tres grandes empresas del Estado: Ancap, UTE y Antel, porque la OSE es un servicio.

 

«A los partidos tradicionales (blancos y colorados) no les cabe la división de derecha o izquierda porque son cortes verticales de la sociedad, hay de todo en ellos. En Uruguay nadie se asume de derecha. La izquierda sí, es un triunfo cultural de la izquierda»

 

 

Es el ojo crítico desideologizado, es resultado; país real. ¿Está más barato tal servicio? ¿Se cumple mejor? ¿O tenemos que hacer algo?

-Usted dice «desideologizado», pero la Ley de Empresas Públicas, con un ambicioso plan de privatizaciones… Ahí hay ideología.

-Perdón, no eran privatizaciones. Era incorporación de capital privado a las empresas, y quedaba el Estado con un 40%. No era la Argentina. Ya hablaré de eso en el segundo tomo. Y después, el Estado central analizar lo que hicimos nosotros, por ejemplo, con la desburocratización durante el gobierno: venían derogaciones de normas inútiles y derogábamos de a docenas. «Traé la partida de nacimiento de tu abuela», ponele. Tú lo has sufrido, yo lo he sufrido, entonces era un Estado que no era amigo. Era burocracia, pero pobres los funcionarios públicos, tampoco les echemos la culpa. Era la estructura el problema: pesada, aburrida, y metiéndose en cosas donde no se tiene que meter. Por eso digo que era un redimensionamiento del Estado.

-Ahora, en el plebiscito del 92, la voluntad popular fue contra lo que usted no quiere llamar privatizaciones…

-Sí, sí, por supuesto. Se derogaron cuatro artículos, nos sacamos el sombrero y se derogaron. Si hubieran quedado esos cuatro artículos que fueron derogados no se privatizaba la empresa pública 100%, quedaba 40% el Estado y 52% privados y un 8% los empleados. Lo importante es que fuimos consecuentes con redimensionar el Estado, no fue un versito.

-Usted habla de Herrerismo y vuelve siempre a tres conceptos: lo nacional, la Patria, y a su carácter popular. Como dije, usted señala en el libro que el Herrerismo era popular. ¿Cómo reacciona hoy cuando escucha que dicen que este gobierno herrerista o incluso el suyo gobierna o gobernó para una élite, para los ricos?

-Se ha convertido en una especie de insulto, de agravio. ¿Llegamos al poder por el voto? Sí. En el 58, en el 62, en el 89 y en 2019. Esa gente que nos vota, entonces, ¿no es popular? ¿Son ciudadanos B? Lo otro: la obra social del 58 al 66 y la obra social que dejé yo -y voy a desmenuzar en el próximo libro-, ¿fue mala? Y lo más importante: al final del gobierno que me tocó a mí, ¿nos dieron una paliza electoral o perdimos por 16.000 votos? Entonces, ¿no es popular? Se ve que algunos tienen la patente y la dan: «Vos sos popular, te doy la patente; vos no sos popular, no te la doy».

-El «popularómetro»…

-Claro, el «popularómetro».

-Usted dice que Herrera se preocupaba por los menos favorecidos, de ahí lo popular. Uno suele asociar esa idea a otro caudillo: a Batlle y Ordóñez, a comienzos del siglo XX.

-Hay dos versiones de «lo popular» y la encarnan los dos. Incluso, hay un artículo que los llama «los traidores a su clase», porque los dos pertenecían al establishment: los Batlle comerciantes, fuertes, ricos, y los Herrera desde la época de la colonia. Pertenecían a un nivel en el cual iban a ser ministros, diputados, senadores y eventualmente presidentes. Y los dos abrieron las puertas a la participación a la gente. Herrera rompiendo la estructura doctoral, a la prueba está que lucha contra (Arturo) Lussich y en año 21 en las elecciones internas del Partido Nacional le da un «pesto» bárbaro y ahí se abre la causa de la vertiente popular del Herrerismo, que nunca dejó de ser mayoría en la historia del partido.

¿Son populares o no? A lo mejor el popularómetro no me da el certificado… pero yo soy popular. Ahora, sí fui a un colegio privado y no a la escuela pública. ¿Y eso qué mide? (Danilo) Astori fue a la escuela privada también. Y Tabaré Vázquez vivía en el Prado, primero en La Teja, pero después mejoró y se fue al Prado. ¿Y alguien le dijo algo? Las casillas mentales son patéticas…

-¿Por qué cree que los militares estaban tan seguros que ganarían el plebiscito del 80 y se animaron a poner a votación de la gente su continuidad?

-Yo creo que los civiles tuvieron gran responsabilidad, sobre todo, en la apertura democrática. Le endulzaban los oídos: «Les está yendo bárbaro». El círculo, el entorno, que a todos nos encerró. «Vos, dale nomás, que seguro van a ganar», se dejaron llevar, pensando que ganarían ellos. La gente, calladita. Querían legitimarse y seguir. Yo mismo tenía temor. Nosotros no poníamos nada, ellos sí hacían propaganda. Nosotros poníamos en el espejo retrovisor NO, para que lo viera el que venía atrás.

-Usted habla de las diferencias con Wilson, en aquella época, a propósito de la Convergencia Democrática. Explíqueme en qué consistían esas discrepancias con el líder blanco.

-Yo trato de ser lo más veraz posible, pero además cuidadoso con la memoria de Wilson porque, claro, queda  mal con el finado que yo hable. La historia verdadera es que tuvimos discrepancias. Era natural que la tuviéramos porque él estaba en el exilio. El mundo del exilio juntaba bolches, no bolches, amarillos, verdes, de todo, y él formó la Convergencia (Democrática), donde estaban los comunistas y todo. Y nosotros acá no queríamos estar en la misma sintonía. Y por eso hubo diferencias. Y la convención del partido votó: «ese es un tema de la gente que estaba en el exterior, nosotros acá no». Marcamos un matiz. Era muy diferente estar acá en la cancha, que allá mirando un horizonte más ancho. Pero nosotros estábamos en el área chico.

-¿Cómo vio, de afuera, el Pacto del Club Naval?

-Yo creo que ahí más que lo que se dijo, es lo que se supuso. Por eso un día le dije al general (Hugo) Medina: «¿por qué no escribe sus memorias y cuenta qué se pactó ahí? La deja para abrir en un sobre 30 años después». Pero no quiso. Yo creo que hubo supuestos, pero como no estuve, no lo puedo decir.

 

«Mi ley de empresas públicas no promovía las privatizaciones. Era incorporación de capital privado a las empresas, y quedaba el Estado con un 40%. No era la Argentina. Queríamos redimensionar el Estado»

 

 

-¿Pudo reconstruir con el tiempo lo que se habló y pactó allí con los militares?

-¿Con quién? ¿Con (Julio María) Sanguinetti, que es el único que queda? Yo no lo puedo obligar. Con Julio tengo muy buena relación, pero nunca me contó nada. Sanguinetti es un hombre serio. Yo creo que fueron más supuestos, como decía (Líber) Seregni: «estuvo sobrevolando o subyacente» dijo en una entrevista con Néber Araújo en Canal 12.

-Wilson quería una amnistía «general e irrestricta». Usted no, tenía una diferencia con el caudillo y con la mayoría del Partido Nacional y el Frente Amplio. En ese texto quedaban afuera los militares. ¿Qué se debió haber hecho en ese momento, a su juicio? Usted cita un editorial de La Democracia de abril de 1984 que proponía «la amnistía recíproca»…

-La ley de amnistía general e irrestricta era para los tupamaros, para los que estaban presos. Eso era un compromiso que Wilson había asumido públicamente y quiso cumplir, como corresponde. Nosotros dijimos «no» y ahí tuvimos una discusión con los senadores de él, con Juan Raúl (Ferreira) y Carlos Julio (Pereyra). Logramos que se distinguieran los delitos de sangre y se hiciera un matiz en la amnistía. Unos eran amnistiados, otros tenían que ir al juzgado. Ahí sí la votamos.

Pero en ese momento (Dardo) Ortiz fue el que dijo: «¿No será mejor una amnistía más general para ambos contendientes?» Y nadie se hizo eco. Incluso se dice -pero yo no lo puedo corroborar- que algunos mandos militares dijeron: «A nosotros no tienen que amnistiarnos de nada, porque no cometimos ningún delito». Con el diario del lunes, eso hubiera sido la solución.

-Usted cuenta que legisladores blancos fueron claves para salir del atolladero de la Ley de Caducidad, sin que reaccionaran los militares (el general Hugo Medina había guardado en una caja fuerte las citaciones a militares a declarar). Y que una vez encontrada la redacción ideal, el Partido Colorado fue desagradecido, Wilson pagó con salud toda esa tensión y el FA tuvo «vía libre para sacar pecho y changar (sic) con el tema hasta el día de hoy». ¿Cómo es esto?

-Que a Wilson le costó la vida, no me cabe duda. Luchó y dejó pedazos por el camino, y lo vimos todos, cómo se fue liquidando. Martín Sturla fue el redactor del artículo 1, lo recuerdo siempre con cariño a Martín. La caducidad fue una (piensa), una cataplasma vamos a decir, y su cumplimiento fue distinto. Después del plebiscito del voto verde o amarillo, los propios partidarios del voto verde dijeron: «Ta, se acabó». A la prueba está, que en mi período de gobierno no apareció un solo reclamo. Ni uno.

 

«A lo mejor el popularómetro no me da el certificado… pero yo soy popular. Ahora, sí fui a un colegio privado y no a la escuela pública. ¿Y eso qué mide? Astori fue a la escuela privada también. Y Tabaré Vázquez vivía en el Prado. Las casillas mentales son patéticas»

 

 

Y todo renació después cuando empezaron con las denuncias, iban al artículo cuarto, a ver si estaba incluido o no estaba incluido (en la Ley de Caducidad). Fue el artículo que le permitió una sobrevida al tema, y todos sabemos como después sobrevivió. Cuando se votó la ley, hay un reportaje a Sanguinetti en La Nación donde dice que la reacción de los militares era «un peligro más teórico que otra cosa» y eso nos cayó bastante mal, porque habíamos estado… yo había estado encapuchado, preso y todo. No era teórico.

-¿Y por qué dice que el FA ha «changado» con el tema?

-Porque se hicieron los desentendidos del Pacto del Club Naval.

-En julio del 86 usted decía en un congreso de su agrupación en el Palacio Sudamérica: «Creemos que es mentira pensar que la recuperación económica de la República pueda provenir de otra fuente que no sea de la reactivación de la actividad económica privada. Será ella la gran protagonista del desarrollo y del progreso del país». Es la misma metáfora de los ciclistas malla oro, pero en los 80, lo de no castigar al sector privado porque nos sacará de la crisis.

-Una cosa es castigar y otra cosa es ser justo. Yo creo que el país avanza económicamente en función de la iniciativa privada. Ahora, la iniciativa privada son las enormes empresas y las ciento de mipymes, el almacenero de la esquina, el ferretero. Y eso creo que no es descubrir la pólvora.

-En 1989 el PN obtuvo casi 170.000 votos más que el PC, quien salió segundo. La fórmula Lacalle-Aguirre se llevó el 60% de los votos. Usted se pregunta en el libro: «¿Qué movió a los votantes a remontar los 116.000 votos de ventaja colorada de 1984 al resultado de 1989? Si se tiene en cuenta ambos movimientos, resulta que más de 280.000 votantes cambiaron de opinión», razonaba usted. ¿A qué lo atribuye?

-Yo creo que en el 84 Sanguinetti consiguió muchos votos blancos, porque la propuesta Zumarán-Aguirre era «por ahora», mientras Wilson no estaba. La gente quería certezas, y Sanguinetti ofreció certezas, calma, seguridad. Y cuando aparecimos nosotros se ve que éramos lo atractivo de esa campaña. Creo que nosotros tuvimos sinceridad, juventud, pero lo cierto es que nunca en la historia hubo 174.000 votos entre blancos y colorados.

-¿Cree que «con los blancos se vive mejor» como decía aquel slogan?

-Ese es un slogan, ¿de cuándo? ¿Del 94 creo? Creo que fue un slogan de (Juan Andrés) Ramírez… Yo creo que sí, con los blancos se vive mejor. Son buenos gobiernos, pocos pero buenos (se ríe).

-Muchos de la oposición suelen decir que éste gobierno de coalición es un gobierno de corte herrerista. ¿Comparte?

-No, para nada. Ni siquiera es un gobierno blanco, así que mal puede ser herrerista.

-¿Qué fue lo mejor de su gobierno (1990-95)? ¿Qué es lo que más destaca de su gobierno?

-El cumplimiento de lo comprometido antes de las elecciones. Un colega tuyo de El Observador fue en febrero del 95 a Casa de Gobierno, sacó el programa (la Respuesta Nacional) y ellos mismos fueron calificando. Hicieron un repaso punto por punto y concluyeron: cumplido el 65%.

-¿Y lo peor?

-No haber explicado más la reforma de las empresas públicas. Debí haberla explicado más. No fue bien vendida, digamos.

 

«A Wilson le costó en salud la Ley de Caducidad y toda su discusión, y digo que el Frente Amplio ha ‘changado’ con el tema, porque se hicieron los desentendidos con el Pacto del Club Naval. La (ley de) Caducidad fue una cataplasma y su cumplimiento fue distinto»

 

 

-Sé que no quiere hablar de este gobierno, pero quiero preguntarle por el vínculo con su hijo. ¿Lo aconseja cada tanto? ¿Le da su punto de vista sobre algunos temas?

-No, Lacalle Pou es Lacalle Pou, Lacalle Herrera es Lacalle Herrera. Por supuesto, el cariño, el orgullo y la preocupación mías por su gestión, todas las mañanas, todas las noches, todo el día. Nos comunicamos por mail.

No le manda mensajes de Whatsapp porque no tiene. ¿No lo llama por teléfono directamente?

-No entiendo mucho el Whatsapp. Soy antiguo. Y llamarlo por teléfono no porque no sé si es un buen momento. Yo sé que el presidente tiene momentos en que mejor no buscarlo… Entonces mejor le mando un mail, que lo abre cuando puede. Y a veces viene a almorzar y charlamos, pero ahí no hablamos de política. Hablamos de la familia, de la estancia, de cualquier cosa.

-¿Es feliz?

-Sí, creo que en el balance Dios ha sido muy generoso conmigo.

 

Fotos: Javier Noceti

 

 

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