Américo Martín: Futuro sin futuro del estado comunal
Marx y Engels aseguraban que su socialismo era el único científico y verdadero. Para su desgracia, tras muchos ensayos fallidos, quedó muy claro que el socialismo “científico” resultó ser otra utopía.
La utopía socialista ha sido el sueño de muchos reformadores sociales desde mediados del siglo XIX. Si se pidieran fechas más precisas, recomiendo la lectura de Utopismo socialista, compilado por Carlos M. Rama. El período más fecundo del utopismo socialista transcurrió, para él, entre 1830 y 1893. Pero en el mío se mantiene, braceando en un naufragio oceánico, e invocando el espíritu de Chávez, sin que haya encontrado milagrosas fuerzas nuevas capaces de insuflar vida en los zombis.
Sin duda que, con algún sentido porvenirista, los primeros socialistas utópicos dejaban al método del ensayo y el error el perfeccionamiento de la idea. Se explica, pues, la buena muestra de fantasías de este tipo ensayadas –sobre todo– en el continente americano, que cautivaran la imaginación de empresarios y pensadores. También la del emperador Pedro II, del vasto dominio imperial de Brasil, quien facilitó la apertura de la Colonia Cecilia, un ensayo de sociedad comunal que hizo loables esfuerzos para mantenerse por más tiempo de lo que fuera imaginable.
Marx y Engels aseguraban que su socialismo era el único científico y verdadero. Para su desgracia, tras muchos ensayos fallidos, quedó muy claro que el socialismo “científico” resultó ser otra utopía y, al igual que sus antecesores, no tendría más destino que desaparecer. O, para decirlo con verso de Jorge Manrique:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir
allí van los señoríos
derechos a se acabar
Y consumir…
Podríamos añadir que, si datamos la fundación del marxismo en 1848, fecha del Manifiesto del Partido Comunista redactado por Marx y Engels, estaremos ya contemplando la disolución en el mar de ese caudaloso río que fue la doctrina de aquel brillante pensador alemán, 132 años después de su fallecimiento. No es mucho, si pensamos en los impresionantes sacudimientos en su nombre y en las increíbles rectificaciones emprendidas por una causa que se empeñó en demolerse a sí misma, al desaparecer sus cimientos.
En Venezuela, la inútil rehabilitación de la utopía de Marx, emprendida por el chavismo, intentó cubrir el vacío que no pudieron superar líderes duros y hábiles como Lula y, sobre todos, Fidel. Ese vacío –inútil si a ver vamos– no proporcionó al fidelismo, el chavismo, el lulismo, el kirchnerismo o el sandinismo lo que revoluciones que invocaron un socialismo ruso o chino, en tanto que grandes vertientes del original marxista. Nominaron sus presuntas originalidades bautizando sus gaseosas especulaciones con el nombre de líderes que idolatraron como a dioses olímpicos. Mao llegó más lejos. Así como los leninistas conectaron con un guión a su líder con los olímpicos de la revolución rusa, los maoístas, con el mismo procedimiento, fundaron el marxismo-leninismo-pensamiento de Mao. Como se corría el riesgo de difundir una ideología sin terminar de hacerlo, porque cada país enlazara al nuevo líder con los anteriores, fue el marxismo original el que se derrumbó. Y así, tenemos que Chávez y Maduro, inhábiles para reflexionar en el mundo de la filosofía, politología, historia y política como ciencia, se refugiaron en un nombre que no es tal. Dijeron, “socialismo del siglo XXI”.
Fue una confesión que nada nuevo podía aportar.
Las dos peligrosas resistencias que aparecieron en el horizonte fueron la de los chavistas, cuyas frases no podían seguir alentando esperanzas, lo que indujo a ponerlas de lado con el fin de flexibilizar respuestas ya sin relación con el estatismo, los controles, las caprichosas expropiaciones y la búsqueda de enemigos externos. Nada de eso servía para afrontar la desesperanza del chavismo de la primera hora. Y la segunda, el sólido engranaje en que se ha convertido la Comunidad Internacional, cuyo último enfoque pide respuestas más políticas que basadas en ideologías ruidosas, o en cualquier caso, argumentos políticos serios.
Lo que nunca ofrecerá resultados es reducir todo a lo descriptivo, como la referencia, sin más, al socialismo del siglo XXI; ni dejarlo en alusiones abstractas, por ejemplo, “hecho en socialismo”.
En lugar de extraviarse por breñas que no terminan en ninguna parte, hubiera podido optar por decisiones que partan de las necesidades vivas y reclamos mayoritarios. Un buen diseñador, interesado en ofrecer nuevos modelos de juegos audiovisuales, consultará con métodos adecuados, siempre y cuando se cumplan algunas reglas imprescindibles. Escucho a un interesado, quien me explica que si no se enmarca dentro de las reglas, al atractivo juego se lo llevará el diablo en minutos. Una es que para diseñar su propuesta debe recordar que el juego necesita a los jugadores, y por ende los competidores han de ser respetados estrictamente; la segunda es impedir el uso arbitrario del poder para brindar confianza a los interesados (o en palabras del diseñador, evitar el modelo de pay to win); y una tercera, que no es sino un desarrollo de las dos anteriores, es no aceptar ni reconocer monopolios, por lo demás también expresamente prohibidos por la Ley de leyes. Habrá por supuesto otras reglas imprescindibles, pero el régimen haría bien si no olvidara jamás las aconsejadas. Y, de paso, entender claramente su propia realidad. Tiene en contra a las potencias principales del mundo, y las que le faltan tienden a neutralizarse, aprovechando el creciente desinterés en las soluciones de fuerza y especialmente las invasiones militares, que en nombre de la solidaridad con Venezuela, llegaron por un rato a tentar a no pocos. Tales soluciones ni son populares ya, ni son aceptables para quienes en algún momento parecieron apoyarlas. La novedad es que los supuestos amigos del madurismo saben que el problema es el drástico aislamiento del socialismo del siglo XXI y el peligro de que, si no aplica un muy amplio menú de medidas democratizadoras, las elecciones convocadas por ahora para noviembre sean de nuevo tenidas como no válidas por el mundo, en tanto que se dicten otras –y muy graves– sanciones.
Nada se gana y mucho se pierde ignorando esas duras realidades. No es poniendo a danzar cándidas versiones ideológicas alrededor de lo mismo, sin atender la prioridad de las prioridades, elecciones de veras libres rodeadas de la transparencia que les proporcionen respetabilidad o, botar el juego dejando la cuestión en el deplorable estado en que se encuentra. Hay que negociar de buena fe y con sentido práctico para encontrarnos todos en los mencionados comicios. De esa confrontación saldrá Venezuela victoriosa, al igual que las partes principales del conflicto que debemos dejar atrás para que el país, todo él, se declare ganancioso.