Gehard Cartay Ramírez: Un problema de supervivencia
La permanencia del régimen chavomadurista se ha convertido en un problema de supervivencia para los venezolanos.
Esta afirmación no es exagerada en modo alguno, como pudiera parecer. La Conferencia Episcopal, con motivo del desbordamiento de la inseguridad en Caracas y el amplio dominio que han venido imponiendo bandas delictivas en extensas zonas del oeste de la ciudad capital, acaba de señalar de manera contundente que esta tragedia es producto del “desprecio por la vida” –citando al Papa Francisco–, y “la violencia desde el poder como arma política, a diestra y siniestra, de palabra y obra, como amenaza y como hecho consumado” (Documento del 09 de julio pasado).
Venezuela es hoy un país en trance de demolición, ejecutada precisamente por quienes mandan, cuyo objetivo central es hacer todo lo posible para perpetuarse en el poder. Mientras tanto, producto del fracaso reiterado de un modelo económico y social improcedente y criminal, los problemas se agravan peligrosamente, sin que, por otra parte, el régimen haga el más mínimo esfuerzo por resolver alguno. Todo lo contrario: su cúpula tiene planteado, aparte de aferrarse al poder, terminar de destruir a Venezuela. Y vaya que lo está logrando.
Ya está demostrado suficientemente que no les importan Venezuela y los venezolanos. Sus actitudes reiteradas de desprecio por la gente de este país así lo han venido demostrando. Lo evidencian estos 22 años de destrucción sistemática de las instituciones, la familia, la economía, la salud, la educación, la producción a todos los niveles y, en general, la calidad de vida de los venezolanos. ¿O habrá que hacer un esfuerzo de mayor profundidad para demostrar que a quienes detentan el poder en Venezuela no les importa sino su permanencia en él y las ventajas que se derivan de su ejercicio corrupto y concupiscente?
Aunque sea repetitivo, resulta pertinente recordarlo: el obsceno gesto de Maduro y su claque, al vacunarse primero que todos los demás cuando apenas habían llegado las primeras vacunas; ese solo gesto lo expresa todo en cuanto al desprecio que el régimen siente por los habitantes de este país. Por si fuera poco, todavía a estas alturas no se han adquirido las vacunas que espera la población ante el avance incontenible de la pandemia, ni se han preparado planes masivos, ordenados y eficientes al respecto. Según algunos estudiosos apenas se ha procedido a inmunizar al 1% del total de la población, una cifra insignificante. Mientras tanto, siguen muriendo miles de contagiados con Covid19, más lo que fallezcan hasta que se pueda ejecutar un plan masivo de vacunación, como lo están haciendo la gran mayoría de los gobiernos del mundo. Aquí, mientras tanto, habrá que esperar quién sabe cuánto tiempo más.
Todo este desastre se agrava aún más porque, de paso, el régimen acabó con el sistema de seguridad social de los empleados y trabajadores al servicio del Estado venezolano, quienes hoy están absolutamente desprotegidos, sin poder acceder a ninguna clase de hospitalización pública o privada, ni a consultas y exámenes médicos, ni tampoco a los necesarios medicamentos.
Por eso, precisamente, es que la dictadura de Maduro y su claque se ha constituido en un problema de supervivencia para los venezolanos. Esto quiere decir que si se prolonga en el tiempo seguirá muriendo mucha más gente, empeorarán las cosas, se agudizará la actual desgracia nacional y puede, incluso, estar en riesgo nuestra existencia como país. Y conste que nada de esto es una exageración, reitero, sino la mera comprobación de los hechos que, día a día, nos golpean a casi todos en Venezuela.
Nada de eso, desde luego, le importa al chavomadurismo. Si no fuera así, hace tiempo han debido renunciar al poder y dejar que otros lo asumieran para enfrentar los gravísimos problemas que confrontamos, enderezar la vida institucional del país y abrir un compás de esperanza a los millones de prisioneros que, al fin y al cabo, somos hoy casi todos los habitantes de este desgraciado país/cárcel. Más sentido de responsabilidad con sus países tuvieron los gorilas brasileños y argentinos en la década de los ochenta cuando, al reconocer su evidente fracaso como gobernantes, le dejaron el campo abierto a los líderes civiles y democráticos, o luego los militares chilenos al aceptar que se decidiera mediante un plebiscito la permanencia del general Pinochet y reconocieran sus resultados adversos. Y eso que, bajo esa misma dictadura, Chile se había recuperado de la colosal crisis económica heredada del gobierno socialista de Allende en 1973.
Pero esa cúpula que ahora manda aquí no tiene ninguna sensibilidad ni preocupación por el país, ni su gente. Lo demuestra ampliamente la desgraciada circunstancia de haber destruido y arruinado a Venezuela con su desgobierno criminal desde hace más de dos décadas. Lo demuestran, por ejemplo, recientes estadísticas según las cuales, en 1997, penúltimo año del segundo gobierno de Caldera, Venezuela tenía el ingreso per cápita más alto de Latinoamérica. Hoy tenemos el ingreso per cápita más bajo del continente americano –por debajo de Haití y Cuba–; nuestro Producto Interno Bruto es inferior al de Bolivia y el tamaño de nuestra economía se ha reducido a la de Paraguay, según el último informe del Fondo Monetario Internacional.
Todo ello, por supuesto, es el funesto resultado de las erráticas políticas económicas y sociales del chavomadurismo, que arruinaron a Venezuela en estos 20 años, empobrecieron brutalmente a la gran mayoría de sus habitantes y acabaron con su clase media, que durante varias décadas fue una de las más prósperas del continente.
Lo cierto, sin ninguna duda, es que la permanencia del actual régimen ya es un problema de supervivencia para los venezolanos. Si no salimos cuanto antes de esta desgracia nacional, lo que está en juego es nuestra existencia como nación y la de millones de hombres y mujeres que aquí vivimos y sufrimos.