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Manuel Chaves Nogales, la resurrección del gran cronista del siglo XX

Recorrió Europa, donde vio germinar el totalitarismo en Rusia, Alemania e Italia. Periodista curtido, narró la Guerra Civil con maestría literaria y lejos de ideologías. Eso le supuso el exilio… y el olvido. Pero Manuel Chaves Nogales vuelve a resucitar con una colosal edición de sus obras completas. Hablamos con su hija Pilar, de cien años de edad, y con su nieto Antony.

Foto: Susana Girón

 

Desde un hotelito humilde de París el periodista español Manuel Chaves Nogales, recién llegado a Francia a principios de 1937, anota con pulso firme lo que acaba de ver y vivir. Cuenta que «las cuadrillas de asesinos ejercían el terror rojo en Madrid» y «los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de La Falange ejercían la barbarie» igual que hacían los «analfabetos anarquistas». Se ha tenido que ir de España porque «un hombre como yo había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y los otros». Se ha marchado «cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba».

Estas palabras forman parte del prólogo de su libro A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, once relatos sobre la Guerra Civil. En ese prólogo, compuesto en aquel hotelito parisino que era un enjambre de fugitivos, «Chaves Nogales grita al mundo que en España la verdad había sido usurpada por la propaganda; y la libertad, sustituida por el terror», explica Andrés Trapiello.

 

 

Manuel Chaves Nogales, la resurrección del gran cronista del siglo XX

Manuel Chaves Nogales era hijo de un periodista y de una pianista. Se marchó de España a finales de 1936. «Había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y los otros», escribió. En esta imagen, durante un viaje de trabajo para Ahora, periódico que dirigió.

 

 

Esas páginas son alabadas hoy por historiadores, periodistas, lectores, escritores… No lo hubiera imaginado Chaves Nogales cuando las escribió en aquellos días amargos de pena y desesperanza. Era raro entonces escribir así. La ideología lo contaminaba todo. Él fue uno de los pocos capaces de permanecer impermeables: «Nunca se dejó llevar por la ideología. Tuvo una visión extraordinaria. Comparas sus artículos con los de Unamuno o Baroja y Chaves Nogales es mucho mejor, menos palabrero, menos retórico, menos disparatado», dice Antonio Muñoz Molina.

Recorrió diez mil kilómetros de la Europa de entreguerras durante el año 1928. Entrevistó a los protagonistas de la Revolución Rusa y a Goebbels; y se percató de inmediato del peligro de los totalitarismos.

 

Ahora, Chaves Nogales es un autor admirado por su obra magnífica: entrevistas, relatos, reportajes, artículos… Primero, publicados en la prensa y, luego, recogidos en libros memorables, como su biografía del torero Juan Belmonte o El maestro Juan Martínez que estaba allí, su relato de la revolución soviética a través de las vivencias de un bailaor de flamenco que padeció en Rusia las más increíbles peripecias. Por esas obras y otras muchas, Chaves Nogales es ahora una referencia fundamental. Por lo que escribió, por cómo lo hizo -destaca por «la limpieza de su escritura y cuenta las cosas a través de la experiencia de gente concreta», dice Muñoz Molina- y también por su clarividencia.

Ahora es un escritor reconocido, aunque todavía tiene detractores: «Algunos odian a Chaves porque su lectura de la guerra no es sectaria ni partidista. Los tontos siguen creyendo que fue una cosa de buenos y malos, Chaves es el único que dijo que todos estaban contaminados por la ideología totalitaria que en Europa estaba causando furor», explica Andrés Trapiello.

Pionero del ‘nuevo periodismo’

Durante 50 años permaneció olvidado. Era director del periódico republicano Ahora cuando estalló la Guerra Civil. Un periodista de renombre que había fichado a Unamuno, Baroja y Maeztu como columnistas; que había entrevistado a Abdelkrim, a Haile Selassie, a Maurice Chevalier y a Charlie Chaplin, entre otros. El Ahora era un diario moderno, el primero en contar con huecograbado, y Chaves Nogales era un periodista bien pagado y premiado (había recibido el Mariano de Cavia en 1927 por un reportaje sobre Ruth Elder, la primera aviadora que cruzó el océano Atlántico en solitario).

 

 

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Comenzó su carrera periodística en El Liberal de Sevilla. Trabajó en varios medios como el Heraldo de Madrid (en la imagen, con sus compañeros en la redacción).

 

 

Le fascinaron los aviones. En ellos recorrió diez mil kilómetros de la Europa de entreguerras para cubrir todo tipo de acontecimientos. Sus crónicas se recogen en La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, un alarde de reporterismo. «Tom Wolfe parecía muy original con el nuevo periodismo, pero Manuel Chaves Nogales y Josefina Carabias ya hacían una información de largo aliento y calidad literaria», cuenta Antonio Muñoz Molina.

 

“Nunca se dejó llevar por la ideolodía. Tuvo una visión extraordinaria. Comparas sus artículos con los de Unamuno o Baroja y Chaves Nogales es mucho mejor, menos palabrero”, dice Antonio Muñoz Molina.

El periodista había hablado con los protagonistas y las víctimas de la revolución soviética. Había entrevistado a Aleksándr Kérenski y al ministro de Propaganda alemán Joseph Goebbels, a quien logró acceder en 1933 y caló de inmediato: «Es de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres votados a un ideal con el cual fusilan a su padre si se les pone por delante», dijo. A Goebbels también lo vio venir.

Había estado en la Italia que alzaba el brazo y vitoreaba a Mussolini. «Unas jornadas en Milán, entre saludos fascistas, desfiles fascistas, partidos de football fascistas, discusiones fascistas y hoteleros fascistas. Nada grato todo esto. Hay que irse», cuenta de su visita en 1928, el año que recorrió Europa. «Chaves ausculta en Europa el pulso alterado de los sóviets, los nacionalsocialistas y los fascistas», explica Andrés Trapiello.

En el exilio de París, el periodista sevillano vivió junto con su mujer, Ana, y sus tres hijos en un piso en el distrito de Montrouge. Luego acogieron a Juan Arcadio, su hermano, recién llegado del frente, donde fue ayudante del general Miaja, y de nuevo Chaves Nogales anotó los hechos, los narró con calidad literaria y se recogieron después en el libro Los secretos de la defensa de Madrid.

 

 

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Chaves Nogales con sus hijos en su casa de Madrid.

 

 

No le faltaba el trabajo en París: colaboró con la agencia Havas, escribió para periódicos latinoamericanos como El Tiempo de Bogotá y medios franceses como L’Europe Nouvelle… En aquel piso la familia confeccionaba, además, un diario artesanal, Sprint, que se difundía en embajadas. «Fueron años estupendos para mí porque tenía a mi padre en casa», recuerda su hija Pilar. Su piso era un lugar de tertulia y encuentro para exiliados: «Venían Sampelayo, Benavides, Josefina Carabias, Xammar», cuenta su hijo Pablo en la biografía Manuel Chaves Nogales. El oficio de contar, escrita por María Isabel Cintas. A menudo estaba con ellos Sacha Suvaroff, Suva, un aristócrata ruso emigrado que se convirtió en el fotógrafo de Chaves Nogales en sus días franceses. Charlaban, tocaban la guitarra, cantaban y «jugaban al póker como lobos», cuenta Cintas. Pero, cuando escuchaba flamenco, Chaves Nogales lloraba.

En 1940, los alemanes invaden Francia. Chaves Nogales tiene que salir de París a toda prisa: la Gestapo va tras él. «La última imagen que mi madre tiene de su padre es saliendo de ese piso. Su familia no lo volvió a ver nunca más», cuenta Antony Jones, hijo de Pilar Chaves y nieto del periodista. Su escapada y el derrumbe del país se narran en La agonía de Francia. Comienza un nuevo periplo para el periodista español. Consigue llegar a Londres. Mientras, la Gestapo había ido a buscarlo al piso de París donde seguía su familia.

 

 

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Plasmó sus experiencias de la guerra de Marruecos en el reportaje La última empresa colonial de España (1934). Sus reportajes y crónicas tenían, además, calidad literaria.

 

 

En Londres continúa su labor de periodista. Escribe para el London Evening StandardEl Nacional de México… Habla en la BBC; monta la agencia Atlantic Pacific y trabajan con él Arturo Barea y Salvador Madariaga. Y continúa escribiendo.

Sin más lápida que su obra

Pero no tuvo suerte: un cáncer lo mató el 4 de mayo de 1944; por apenas un mes no llegó a saber del desembarco aliado en Normandía. Lo enterraron en un cementerio londinense sin lápida. Así sigue. Lo prefiere su familia: «La mejor lápida es su obra», explica Antony Jones, uno de sus diez nietos.

Tras años de olvido, Chaves Nogales resucitó de la mano de un puñado de rescatadores. En 1969, Alianza Editorial reeditó su Juan Belmonte (la mejor biografía española de todos los tiempos según muchos). Esa edición venía con un epílogo donde Josefina Carabias alaba a su amigo, un «periodista puro», y recuerda que murió solo, pobre y olvidado.

Años después, la estudiosa María Isabel Cintas le dedica su tesis doctoral. La labor es titánica: la obra de Chaves Nogales se había publicado en periódicos esparcidos por el mundo. Ella rastrea los artículos, viaja a archivos y hemerotecas y recupera los textos. Su labor se recoge en una Obra completa, editada por la Diputación de Sevilla. María Isabel Cintas cuenta que descubrió a un hombre «capaz de vislumbrar la razón en medio de los más feroces acontecimientos».

 

 

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Su hija Pilar y su nieto Antony.

 

 

También descubre Andrés Trapiello en A sangre y fuego (publicado en Chile en 1937), «el gran libro de la Guerra Civil. Ahí se ve que había gente que no pertenecía a las dos Españas», y lo cuenta en su libro Las armas y las letras. Contribuyen a la revitalización el librero Abelardo Linares, los editores Alberto Marina, David González Romero y Luis Solano, de Libros del Asteroide, editorial -junto con la Diputación de Sevilla- de la nueva resurrección de Chaves Nogales, la recopilación de una nueva Obra completa (1915-1944) a la que se suman 68 piezas inéditas (relatos, crónicas y una nouvelle). Son casi cuatro mil páginas editadas por Ignacio F. Garmendia.

Es una alegría para su hija Pilar, de cien años de edad. «Mi padre observaba, viajaba, hablaba con la gente, iba a ver las cosas. No estaba en una mesa de despacho. Y, además, era un buen escritor», nos cuenta. Sus textos explican el convulso siglo XX.

 

 

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