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Guy Sorman: El populismo es un engaño peligroso

El populismo tribal no desaparecerá mientras esté anclado en nuestra psicología, quizá en nuestra herencia genética. Y no olvidemos que el populismo es peligroso porque su base es el odio hacia los demás mucho más que el orgullo patriótico. En germen, el populismo conduce directamente a la guerra civil. Por lo tanto, no nos confiemos

 

Por iniciativa del jefe de gobierno húngaro, Viktor Orban, se acaba de constituir una ‘Internacional’ nacionalista y populista. De momento, solo se han unido a ella los líderes conservadores polacos y Matteo Salvini, efímero primer ministro italiano y líder del movimiento de extrema derecha, la Liga. Esta alianza internacional de nacionalistas, una paradoja en sí misma, alardea de su ambición de salvaguardar los ‘valores cristianos’ en Europa (que se cuidan mucho de no definir), oponerse a la inmigración incluso cuando no existe (caso de Hungría y Polonia), y luchar contra la homosexualidad y las personas transgénero, una extraña obsesión que ha reemplazado al antisemitismo tradicional de Europa del Este. En el espíritu de los fundadores, esta Internacional debería incluir gradualmente a todos los partidos nacionalistas y xenófobos de Europa, y en particular a la Unión Nacional en Francia y a Vox en España. También esperan el regreso de Donald Trump, aclamado como el salvador de Occidente frente al islam y la gente de color. Esta barroca confederación reivindica como filosofía política la ‘democracia iliberal’, lema de Orban que, en la práctica, otorga plenos poderes al partido que gana las elecciones y reprime toda forma de oposición partidista, mediática, intelectual y artística: es lo que está ocurriendo en Hungría. Para que conste, recordemos que, en otras circunstancias, Mussolini y Hitler también fueron elegidos, solo una vez.

Este hormigueo nacionalista afecta en distinta medida a toda Europa. El Brexit es una de sus expresiones, al igual que el nacionalismo flamenco y los independentismos catalán, vasco y escocés. Populismo es el término que se utiliza para definir estos movimientos, incluido el ‘trumpismo’ en Estados Unidos y el peronismo en Argentina. Pero ¿qué significa populismo? Creo que el punto en común es que los populistas pretenden representar al pueblo, el ‘auténtico’, frente a los cosmopolitas, los partidarios de Europa, los ideólogos de derecha e izquierda. El populismo, por tanto, no es en absoluto democrático, ya que quienes no se adhieran a los movimientos nacionalistas, blancos y cristianos, no pertenecerán realmente al pueblo. Por tanto, el populismo no se basa en la mayoría, ni en el respeto a la oposición, sino en la exclusión de los ‘otros’. Así, la Unión Nacional de Marine Le Pen pretende encarnar al ‘verdadero’ pueblo de Francia, con la exclusión de todos aquellos que están en Francia, pero que no son auténticos franceses. Entonces, ¿quién define a las personas verdaderas a diferencia de las falsas? El líder, por supuesto. No hay populismo sin culto al líder.

¿Deberíamos buscar alguna razón común para la aparición de estos populismos? Sí, aunque los cimientos de estos movimientos son más psicológicos que económicos o ideológicos: el populismo contemporáneo es la expresión de lo que el filósofo británico Karl Popper llamaba sentimiento tribal y que Mario Vargas Llosa analizó en un ensayo titulado ‘La llamada de la tribu’. Si se me permite citarme a mí mismo, inmediatamente después de la caída del Imperio soviético observé en Europa del Este el resurgimiento de lo que entonces llamé ‘neotribalismo’, en Polonia, Hungría, Rumania y Alemania Oriental. Si el populismo es tribalismo, es lo opuesto a la democracia: la democracia es una disciplina de diálogo y respeto por los demás que se aprende, mientras que el tribalismo es espontáneo, instintivo. La oleada populista se explica también por el desmoronamiento de las ideologías clásicas que canalizaban las pasiones: el socialismo agoniza, la derecha liberal carece de imaginación intelectual. Por lo tanto, el populismo se precipita hacia los terrenos abandonados por la izquierda y la derecha clásicas.

Pues bien, a pesar de esta situación que parece favorecerles, lo cierto es que el populismo no tiene futuro. En primer lugar, por su base sociológica: sus militantes y votantes son mayores, trabajan en sectores en vías de desaparición o no tienen una educación que les permita encontrar su lugar en una economía técnica en la era de la inteligencia artificial. El populismo tiene sus raíces en un mundo que desaparece. Además, los líderes populistas saben desatar el éxtasis colectivo, pero dirigir un Estado exige soluciones concretas que los populistas no proponen y sobre las que no tienen ni idea. Si la economía y la sociedad europeas no se han hundido bajo los efectos de la pandemia es porque la Europa liberal y tecnocrática ha creado una red de seguridad financiera colectiva, de la que también se han beneficiado los húngaros y los polacos. Los populistas no propusieron nada mientras regañaban a sus salvadores europeos. Del mismo modo, las vacunas que nos salvan proceden del capitalismo globalizado y liberal, y no de una exaltación de las identidades tribales. Orban ha sido el único en toda Europa que compró vacunas rusas para desgracia del pueblo húngaro.

Sin embargo, el populismo tribal no desaparecerá mientras esté anclado en nuestra psicología, quizá en nuestra herencia genética. Pero su futuro estará más en los estadios de fútbol, donde el atractivo de la tribu se puede expresar a pleno pulmón, que en los Parlamentos. Una mejor educación, especialmente en la escuela primaria, una defensa más comprensible de la Unión Europea, y una modernización del discurso y los programas socialdemócratas y liberales deberían reducir el control político del populismo, antes de que extienda su influencia. Y no olvidemos que el populismo es peligroso porque su base es el odio hacia los demás mucho más que el orgullo patriótico. En germen, el populismo conduce directamente a la guerra civil. Por lo tanto, no nos confiemos.

 

Guy Sorman es un economista, periodista, filósofo y autor francés. Ha escrito varios libros en los que aboga a favor de los ideales de la creatividad y el capitalismo moderno. Se lo considera partidario del liberalismo clásico y seguidor de la tradición de Alexis de Tocqueville.

 

 

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