Si hay que dar marcha atrás a la desescalada, volver a cerrar municipios, limitar horarios o dictar nuevas restricciones no vale echar la culpa en exclusiva a la imprudencia frívola de los jóvenes. La quinta ola en ciernes es la consecuencia de haber cometido cinco veces los mismos errores. En realidad se trata de uno solo: la minusvaloración de los factores epidemiológicos en la toma de decisiones. O dicho de otra forma, la subordinación del interés sanitario al interés político, el empeño en decretar antes de tiempo el estado oficial de optimismo. Un mensaje equivocado que es responsabilidad del Gobierno porque las autoridades regionales, a las que Sánchez endilgó ‘velis nolis’ el combate contra el virus, hace tiempo que habían advertido del peligro. Pero había que anunciar buenas noticias y precipitar como fuera la prescindibilidad de las mascarillas para sacarse de encima el escándalo del indulto a los líderes independentistas. Esa urgencia prematura por «dejar paso a la sonrisa» compromete ahora el desarrollo de la temporada turística.
El nuevo estallido de contagios no va a provocar en esta ocasión otra crisis de saturación hospitalaria. La población diana, la de mayor edad, está vacunada, aunque aún hay bastantes franjas de edad madura pendientes de la administración completa de la pauta, y gracias a eso la mortalidad de la variante Delta es muy baja. El paciente medio de UCI en esta racha tiene 48 años y por lo general escapa de las consecuencias aciagas. Sin embargo el colapso actual se registra en el rastreo y en una atención primaria desbordada. Mucha gente joven cree que la enfermedad no va con ellos; la cursa sin síntomas y si los tiene se resiste al autoconfinamiento. Lógico: se les ha dicho que había pasado el riesgo y que llegaba el momento de divertirse sin freno. Resultado: con el aprovisionamiento de dosis bajo un cierto parón veraniego hemos vuelto a los 250 puntos de incidencia, y la tendencia va en aumento. Las cifras empiezan a causar efecto en el extranjero justo cuando la economía nacional espera al turismo con los brazos abiertos.
¿Respuesta gubernamental? Cero. Que la realidad no estropee las expectativas triunfalistas. Que se apañen las autonomías. Que tomen sus propias medidas aunque carezcan de las necesarias herramientas jurídicas. De nuevo la cogobernanza, ese concepto retráctil que el sanchismo utiliza como táctica evasiva. Mientras los datos de Madrid no permitan usar el Covid como arma arrojadiza contra Ayuso, la preocupación será mínima. Cosas de muchachos, viajes de fin de curso, hormonas que arden, botellones, fiestas, asuntos de ámbito local, nada grave. Nada por lo que el presidente deba molestarse en abandonar su trascendente agenda de grandes retos nacionales. Que le avisen cuando haya un éxito que apuntarse. Esto ya lo hemos visto antes. Cinco veces, cinco, y todas iguales.