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Nava Contreras: Olimpismo y poesía

Estamos más que habituados a escuchar que los Juegos Olímpicos nacieron en la antigua Grecia y generalmente no reparamos en lo que esto significa. Es lo que pasa con los lugares comunes. Casi siempre, de tanto escuchar algo, se nos vuelve obvio y perdemos la conciencia de su significado. La idea del deporte, tal y como la concibieron los antiguos griegos, tiene una vital influencia en nuestra vida cotidiana. Sin ella, el mundo contemporáneo es prácticamente incomprensible, al menos de este lado del mundo.

No olvidaré el día en que leí por primera vez el episodio de los Juegos Fúnebres en honor a Patroclo, que se relata en el canto xxiii de la Ilíada. Patroclo había caído bajo la espada del troyano Héctor, lo que desata la furia de Aquiles. Éste finalmente entra en combate para vengar a su amigo y ambos guerreros se enfrentan en duelo singular. Frente a las murallas de Troya, Aquiles da muerte a Héctor y se ensaña con su cadáver. En el canto xxiii, Patroclo se aparece en sueños a Aquiles y le ruega que le haga las correspondientes honras para que pueda al fin descansar y descender a la temible mansión de Hades, el infierno.

Aquiles realiza las exequias, pero además organiza unas competencias deportivas en memoria de su amigo. Manda a sacar de sus tiendas espléndidos trofeos para los atletas vencedores: trípodes de oro, robustos bueyes, hermosas esclavas. Con insuperable realismo, Homero narra las justas. Al leer sus versos nos parece escuchar el estruendo del galope y ver la polvareda que levantan los carros en la carrera, los gritos de los aurigas y el chasquido de los látigos sobre los caballos. Podemos sentir la tensión de la lucha (“sus espaldas crujían, estrechadas fuertemente por los vigorosos brazos; copioso sudor les brotaba de todo el cuerpo”), el griterío de los asistentes alentando a los corredores (“todos los aqueos aplaudían los esfuerzos que hacía Odiseo por alcanzar la victoria y le animaban con voces”), la tensa concentración de los arqueros (“Meríones acercó a la cuerda la flecha que tenía preparada y votó a Apolo sacrificarle una hecatombe perfecta de corderos primogénitos”). A mí me costaba entender que se organizaran unas competencias deportivas en honor a un muerto. Ese día aprendí que unas honras fúnebres pueden ser también excusa para que la vida celebre a la vida.

De todos los herederos de Homero, fue Píndaro el que cultivó la inspiración deportiva. De hecho, el tebano es el primero en cantar la gloria de los atletas. Sus odas están dedicadas a los vencedores de los diferentes juegos, que eran más que los que se daban en Olimpia cada cuatro años: los Ístmicosque se celebraban en Corinto en honor a Poseidón; los Nemeos, que tenían lugar cada dos años, y los Píticos, que se celebraban en Delfos en recuerdo de la muerte de la serpiente Pitón a manos de Apolo. También estos últimos, como los que narra Homero, tenían carácter funerario.

Píndaro dedica, pues, sus odas a los triunfadores de estas contiendas:

…llegué cual mensajero
proclamando, tras veinte victorias,
esta otra gloria que, Alcímidas, has ofrecido
a tu célebre estirpe…

Nemea VI, a Alcímidas de Egina, vencedor en la lucha.

Por toda Grecia hallarás,
si las buscas, más victorias
que las que pueda tu vista abarcar.

Olímpica XIII, a Jenofonte de Corinto, vencedor en la carrera y el pentatlón.

La ocasión, desde luego, es propicia para celebrar las condiciones físicas del atleta:

…este hombre, por designio divino, ha llegado
a ser fuerte de brazos, diestro en músculos, de valiente mirada…

Olímpica IX, a Efarmosto de Opunte, vencedor en la palestra.

Pero el poeta también repara en la psicología del vencedor, en el sentimiento de la victoria:

Sentir el éxito es el primero de los premios
y escuchar las alabanzas es el segundo. La más alta corona recibe el hombre que consigue ambos.

Pítica I, a Hierón de Etna, vencedor en la carrera de carros.

Sin embargo, el encomio es también ocasión de las más profundas reflexiones, como en el célebre pasaje que a su vez inspiró el de Calderón en La vida es sueño:

¡Seres de un día! ¿Qué es uno? ¿Qué no es? ¡Sueño de una sombra
es el hombre! Pero si llega la gloria, regalo de los dioses,
surge una luz brillante y amable existencia entre los mortales.

Pítica VIII, a Aristomenes de Egina, vencedor en pugilato.

Actualmente numerosos trabajos se dedican a estudiar desde la historia y la arqueología los Juegos Olímpicos de la antigüedad, así como a resaltar la inmensa deuda que guarda con ellos el olimpismo moderno. La idea de que todas las naciones pueden reunirse en torno a unas competencias deportivas, respetando y sometiéndose a unas normas de manera pacífica, de que unos juegos pueden estar por encima de las diferencias políticas, es sin duda uno de los elementos que actualmente marcan la convivencia civilizada entre las naciones. Pero más allá, el concepto de la gloria deportiva, el encomio de los vencedores, la psicología del triunfo y el ideal de la victoria comenzaron a configurarse por primera vez para nosotros bajo unos códigos que se forjaron en los versos de aquellos primeros poetas griegos.

 

 

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