Realmente uno no termina de comprender el desarrollo de la estrategia de los partidos del llamado G4 frente al evento electoral de noviembre próximo.
Y es que, superado el mantra de los tres objetivos que se plantearon hace algún tiempo -y que no fueron logrados-, ahora pareciera que tampoco hay claridad frente a la cita del CNE para noviembre próximo. No obstante, Juan Guaidó declaró este miércoles pasado que no hay condiciones para participar en ese “evento”, tal como lo calificó, en virtud de que en su opinión no son unas elecciones libres, competitivas y justas. Sin embargo, a estas alturas del tiempo todavía no hay una definición al respecto por parte de los partidos del G4, salvo la lógica creencia mayoritaria de que, en honor a la coherencia y el realismo, los partidos que acompañan a Guaidó no acudirían a tal evento por las mismas razones esgrimidas en 2018 y 2020.
Como se recordará, los partidos del G4 no participaron en 2018 porque no reconocían –como ahora tampoco– la presidencia de Maduro, ni la legitimidad de aquel simulacro de elecciones, convocado nueve meses antes de lo previsto. Desconocieron también entonces la decisión del TSJ madurista de designar en junio pasado un espurio CNE, en abierta violación a la Constitución. Además, señalaron que las decisiones de ese organismo electoral, con motivo del evento de diciembre pasado, también contradecían la Carta Magna, no sólo porque ese inconstitucional CNE “legisló” en materia de elecciones –sin tener potestades para ello–, sino porque, además, creó una porción de diputados fantasmas que no representan ninguna entidad federal y no fueron electos por nadie, aparte de no estar contemplados en las normas constitucionales.
Guaidó y el G4 denunciaron que entonces, al igual que ahora, no existían condiciones electorales mínimas que aseguraran la legitimidad y veracidad de los resultados. Insistieron en que sólo reconocerían aquellos eventos comiciales convocados por un CNE nombrado conforme la Carta Magna, que, a su vez, estableciera las condiciones mínimas de cualquier elección democrática, transparente y libre y que, finalmente, organizara elecciones presidenciales, parlamentarias y regionales, en estricto apego al Estado de Derecho y la legalidad.
Por supuesto que estos eventos debían desarrollarse en un clima de libertades ciudadanas y respeto a los derechos humanos, vale decir, sin presos políticos, sin perseguidos y sin exiliados. Esa exigencia –natural en una democracia que se precie como tal, pero exigencia al fin y al cabo en una dictadura– debía ser dirigida por un Poder Electoral que garantizara equidad y equilibrio, capaz de enfrentar el ventajismo y la corrupción propias de un régimen que los ha venido usando desde hace ya dos décadas.
Que se sepa, ninguna de esas condiciones planteadas por la oposición mayoritaria se han cumplido a esta fecha. Ninguna. Hasta ahora, la designación de dos rectores vinculados al sector opositor y la oferta de Maduro de que no se designarán en el futuro los inconstitucionales “protectores” para anular a los gobernadores electos por fuerzas opositoras, no son suficientes para pretender que se han mejorado las condiciones electorales.
Por estas razones, esperamos que las probables negociaciones en México sirvan a tales propósitos y, en caso de ser acordados, activar la participación del G4 en unas auténticas elecciones integrales. En ese caso, resulta obvio que debería reprogramarse el simulacro de noviembre y fijar una nueva fecha que incluya las presidenciales. Algunos dirán que “esto es como mucho pedir”, aunque apenas sea exigir el cumplimiento de la Constitución. Mientras tanto, hay que mantener movilizada a la gente opositora en todas partes, reclamando solución a los miles de problemas que soportamos, entre ellos, la ausencia de elecciones libres y soberanas.
Por desgracia, dentro del G4 la impaciencia y la “candidaturitis” de algunos de sus aspirantes a gobernadores, alcaldes, legisladores y concejales amenazan con no esperar que ese proceso de diálogo, negociaciones y acuerdos concluya, si es que acaso se produce, con la decisión de participar en noviembre, en caso de que mejoren las condiciones, por supuesto. Algunos ya han sucumbido ante sus ambiciones de figuración y han lanzado sus candidaturas. Si esto llegara a generalizarse, el porvenir de Guaidó y el G4 puede resultar muy comprometido, a menos que mantengan a su gente “metida en cintura” y a la espera de la decisión final que adopten.
Y aquí se presentará otro asunto a considerar: si las fulanas conversaciones fracasan y la decisión del G4 fuera la de no participar en el evento de noviembre, la gran mayoría la entendería como demostración de coherencia y firmeza. Pero si se resolviera asistir al mismo sin que mejoren las condiciones electorales, no sé cómo Guaidó y el G4 van a desdecirse de su discurso anterior y qué razones van a alegar para que la gente que los ha apoyado hasta ahora los acompañen a participar.
Resulta obvio que si esas conversaciones llegaran a concluir en un acuerdo que satisfaga ambas partes, las cosas serán muy distintas y se abriría para todos un panorama promisor sobre el que se podría comentar en su momento.
Pero, por ahora, como dice la canción, “eso es lo que hay…”