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López Obrador

De haber sido los ingleses quienes desembarcaron allí en vez de unos miles de millas más arriba, los pueblos nativos estarían recluidos en reservas

Al presidente de México le ocurre lo que a tantos españoles: cree que hablar mal de España ‘vende’. Y en vez de acometer los enormes problemas de su país, alto paro, inseguridad ciudadana, mafias de la droga y la larga sombra del coloso del Norte sobre él, se dedica a criticar la ‘conquista militar’ de lo que entonces era el imperio azteca, con sus «matanzas y destrucción de la riqueza cultural de los vencidos».

Lo hace aprovechando el V centenario de la batalla de Otumba, que siguió a la ‘Noche Triste’ en la que los españoles tuvieron que abandonar sigilosamente Tenochtitlán para no ser pasados a cuchillo.

Hernán Cortés consiguió reagrupar sus tropas, a las que unió las de los pueblos sometidos a los aztecas para vencer a estos en Otumba, y reconquistar la capital de lo que sería Nueva España, que iba a ampliar hacia el sur con Yucatán, Honduras y Guatemala, y hacia el norte hasta la Baja California.

Una postal no puede ni de lejos reflejar lo que fue aquella aventura, en la que hubo de todo, desde quema de naves a intrigas de corte, pasando por violencia, errores y sufrimiento. Pero lo que tampoco puede hacerse es reducir la conquista de México a un ejercicio de exterminio y codicia, como se ha hecho con la entera colonización española en América. De haber sido los ingleses quienes desembarcaron allí en vez de unos miles de millas más arriba, los pueblos nativos estarían recluidos en reservas y aunque se les permitiría continuar con sus ritos, no tendrían escuelas, institutos, universidades, por cierto el centro de investigación de metales mexicano pronto alcanzó renombre mundial. Que el hoy embajador de México en Washington sea un descendiente de Moctezuma significa algo. Como que el presidente sea un López.

Si España tenía una deuda con México, quedó saldada con la llegada de los científicos e intelectuales republicanos que prefirieron acogerse a la generosa oferta de asilo ofrecida por el presidente Lázaro Cárdenas, que crearon escuelas de Medicina, Derecho, Arquitectura y Ciencia.

El señor López Obrador ha tenido la magnanimidad de no considerar a Hernán Cortés ‘un demonio’ sino «un militar desalmado y un político audaz, que supo aprovechar las debilidades y enfrentamientos de los mexicas para imponerse».

En ocasiones como ésta, echo de menos la sabia ironía de los ingleses, que impelía a su embajador en la ONU, Lord Carrington, a iniciar siempre sus discursos en el debate sobre la descolonización con «aquí, un orgulloso súbdito de una excolonia romana». No todo en la colonización española fue malo, reconoció el señor López Obrador. El mejor ejemplo es él.

 

 

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