La última misión de Angela Merkel
La canciller alemana aparecerá en un primer mitin el 21 de agosto, acto con el que la CDU pretende subrayar la unidad y continuidad con Laschet
El pasado martes, Merkel compareció ante la prensa visiblemente cansada y aparentemente contrariada. No es que la reunión con los presidentes de los Bundesländer, para endurecer todavía más las restricciones, hubiese resultado especialmente dura, sino que desde su partido estaba recibiendo fuertes presiones para hacer algo que no deseaba: implicarse en la campaña electoral. Fue precisamente a petición de la directiva de la CDU –que antes del verano gozaba de más de un 30% en las encuestas y diseñaba una campaña para dar más perfil al sucesor y candidato a la Cancillería, Armin Laschet– que Merkel se desentendió del asunto. Y lo hizo gustosamente. Su desapego por el partido ha sido más que evidente durante la última legislatura. Pero ahora ya es un hecho: aparecerá en un primer mitin el 21 de agosto en el Tempodrom de Berlín, un evento con el que la CDU pretende subrayar la unidad y continuidad que según el programa electoral conectan a Merkel y a Laschet, entre los que ha habido importantes desacuerdos sobre la gestión de la pandemia. Ella, de hecho, se abstuvo en la votación en la que fue elegido candidato a la Cancillería.
El motivo del cambio de estrategia es el desesperanzador 23% hasta el que ha caído la CDU en el último sondeo Forsa, un poco por delante de Los Verdes (20%) y ya no tan lejos de los socialdemócratas del SPD (19%). «El problema es que Laschet no convence a nadie», dice sin trabas en la lengua el cristianodemócrata y presidente regional de Schleswig-Holstein, Daniel Günther.
«Si la CDU quiere ganar, en realidad tendría que cambiar de candidato, eso daría impulso a la movilización del voto», explica con crudeza el director de Forsa, Manfred Güllner, «Laschet impulsa a los votantes anteriores de la CDU hacia Los Verdes, los liberales del FDP e incluso al SPD, y al campo de los no votantes». «Con otro candidato, como Markus Söder, el partido llegaría sin duda al 30%», calcula, en referencia al presidente de Baviera y principal competidor interno de Laschet, para terminar advirtiendo que «no habíamos vivido unas elecciones tan abiertas desde 1949».
Laschet es un tipo jovial y muy buen negociador. Conoce el partido como la palma de su mano y no despierta rechazo en ninguna de las familias conservadoras alemanas, pero cada vez que Söder abre la boca deja en evidencia su falta de carisma y su tibieza política. Söder fue el primero en decir en voz alta que los no vacunados deben pagarse sus propios test, el único en criticar que Alemania haya paralizado las deportaciones de inmigrantes ilegales a Afganistán y en su círculo más íntimo se habla de campaña electoral «de coche cama» de Laschet, que pretende «llegar a la Cancillería sin mojarse en los principales temas». La directiva de la CDU, consciente del problema, ha tirado de Merkel, con la esperanza de que su imagen respalde a un candidato que ha cometido varios graves errores de comunicación durante las recientes inundaciones y que no logra contrarrestar la imagen de gestor del candidato socialdemócrata, actual ministro de Finanzas, que compagina la actividad de campaña con el reparto de los fondos europeos para paliar el frenazo económico de la pandemia y la lluvia de 30.000 millones que el Gobierno alemán ha destinado a resarcir a los afectados por las inundaciones.
Si hace solo unas semanas era bastante previsible la formación de una coalición entre conservadores y verdes, tras las elecciones del 26 de septiembre, ahora lo más probable es que el SPD pacte con los verdes y los liberales del FDP (coalición semáforo) o con los verdes y Die Linke (La Izquierda). Es muy posible que no se logre formar gobierno hasta diciembre, y para entonces Merkel, en funciones, habrá superado al canciller federal con más años de servicio en la oficina, Helmut Kohl. Como el Cid Campeador, Merkel sigue librando batallas después de muerta, políticamente hablando. Y su partido espera de ella un último servicio, un impulso a la popularidad del candidato, a pesar de que la canciller está anunciando ya las medidas más estrictas e impopulares que haya soportado el pueblo alemán desde que el coronavirus se hizo presente en nuestras vidas. Su ministro de Sanidad, Jens Spahn, está advirtiendo ya que tendremos que volver a contener la respiración «hasta la próxima primavera». Y aun así su autoridad y prestigio siguen intactos. Una de las frases más escuchada en las tertuliar alemanas es: «Yo no voto a Merkel, pero voy a echarla de menos».
«Como Unión, todavía no hemos logrado dejar claro a la ciudadanía que con Armin Laschet tenemos la mejor oferta de personal y la mejor oferta de contenidos», reconoce el diputado conservador Marco Wanderwitz, «mi sensación es que muchos votantes realmente no saben a quién quieren confiar el país después de Angela Merkel. La CDU tiene que interiorizar que tanto rojo-rojo-verde como semáforo llevarán a nuestro país a un callejón sin salida a la izquierda».