Afganistán no es Vietnam
Europa y EE.UU. se han lavado las manos en Afganistán y, por ello, serán responsables de la ignominia que aguarda a muchos inocentes
Afganistán no es Vietnam. No lo es porque los americanos se embarcaron en Indochina en los años 60 en una guerra colonial que se acabó convirtiendo en un enfrentamiento del Ejército americano con la guerrilla del Vietcong, apoyada por Hanoi.
La intervención americana se justificó entonces por la teoría del domino. Había que frenar el avance comunista en Vietnam para evitar que la Unión Soviética extendiera sus tentáculos a otros países como Camboya, Laos y Thailandia. En cierta forma lo que sucedió en el Sudeste Asiático fue un episodio de la Guerra Fría, que se saldó con la derrota militar de Estados Unidos. Los más viejos recordamos las emblemáticas imágenes de la caótica huida de Saigón tras el cierre de la embajada.
Afganistán nunca ha sido Vietnam porque todo comenzó en 2001 con el atentado de las Torres Gemelas. Lo que inicialmente fue una operación de castigo contra los autores de la masacre se transformó en una misión de la OTAN con una fuerza multinacional en la que participó España. El objetivo de la misión de la OTAN era frenar a los talibanes, proteger a la población civil y reconstruir el país. Y en los primeros años la estrategia pareció dar resultado. Con la eliminación de Bin Laden algunos pensaban que el final del drama afgano estaba muy cerca. Pero era un espejismo.
Todo se ha derrumbado en unas pocas semanas tras la retirada de las tropas americanas, las últimas que quedaban. Y los talibanes se han hecho con el control de Kabul y otras ciudades en un plazo asombrosamente breve. En cierta forma, se ha repetido lo que sucedió cuando los soldados soviéticos tuvieron que salir del país a finales de los 80 tras el hundimiento del régimen que habían implantado.
En Vietnam se combatió cuerpo a cuerpo, metro a metro, en la selva y en las ciudades. En Afganistán, los tropas occidentales han sido derrotadas por un ejército invisible, por una guerrilla islamista, mimetizada sobre el terreno y apoyada por un sector de la población, que ha librado una guerra de desgaste.
Tras la salida de los soldados de Estados Unidos, Vietnam se unificó y el nuevo régimen estabilizó y reconstruyó el país. Nada de esto va a pasar en Afganistán, donde los talibanes ya han anunciado represalias contra quienes colaboraron con el enemigo y contra quienes no asuman las leyes islámicas.
La retirada ordenada por Biden supone abandonar a su suerte a decenas, centenares de miles de personas que serán víctimas de la venganza de los fanáticos o se verán abocadas a vivir en un régimen de opresión absoluta. A todos ellos les espera un futuro horrible.
Europa y Estados Unidos se han lavado las manos en Afganistán y, por ello, serán responsables de la ignominia que aguarda a muchos inocentes tras las consecuencias catastróficas de esta retirada moralmente inaceptable.