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Trump/Biden

¿No era el presidente Biden el defensor de la autoridad moral de Estados Unidos en el mundo?

Durante los primeros setenta años desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, con una política exterior compartida en esencia por doce presidentes desde Truman a Obama, ha existido el consenso de que Estados Unidos podía facilitar a lo largo y ancho del mundo algunos de los servicios y protecciones que cada ciudadano espera normalmente obtener de sus respectivos gobiernos nacionales. En la práctica, la filosofía de «nación imprescindible» se ha vertebrado en torno a un sistema de libre comercio como pilar del orden económico global; un sistema de alianzas para defender sobre todo a Europa y el este de Asia; y la disposición a utilizar la fuerza militar mucho más allá de sus fronteras.

Este multilateralismo de derechos humanos, libertades y respeto a la dignidad de las personas –llamado también orden liberal internacional– venía presentando grietas hasta hacerse añicos con la Administración Trump y la infame continuidad demostrada por la Administración Biden. Lo ocurrido en Afganistán apunta a dos cuestiones terribles sobre Estados Unidos: que no se le puede considerar como un aliado fiable y que ya no es un actor internacional capaz de lograr resultados favorables.

Dentro de su estrategia de paz y prosperidad para ganar un segundo mandato, es verdad que Trump negoció directamente con los talibanes el final de una guerra eterna sin victoria ni derrota. Sin embargo la gestión de la desastrosa retirada de Afganistán corresponde exclusivamente al presidente Biden en la Casa Blanca desde el 20 de enero. Aquí no vale hablar de la herencia recibida ni de ignorancia, por mucho que los servicios de inteligencia de EE.UU. hayan vuelto a fracasar estrepitosamente en sus predicciones. Con sus credenciales en política exterior y experiencia, Biden debería saber perfectamente las consecuencias catastróficas de no mantener una mínima presencia militar en Afganistán. Especialmente después de tantos sacrificios y con tanto en juego.

Por muy popular que sea en casa la retirada de Afganistán, el presidente ha alcanzado un nivel de disonancia imposible de reconciliar entre retórica y acción. En las elecciones del 2020 se presentó como un ejemplo de decencia, empatía y un defensor de la autoridad moral de EE.UU. en el mundo. Todo un contraste con la sordidez y miseria moral demostrada por Trump.

Una vez en la Casa Blanca, a los 14 días del asalto al Capitolio, Biden se ha comportado como un hombre mayor con prisa ya que al reto de gestionar la pandemia y la crisis económica se sumaba la propia democracia americana amenazada por el trumpismo. Ahora que los talibanes han llegado hasta Kabul sin resolver la incógnita de su complicidad con los herederos de Osama Bin Laden, Afganistán era el único frente donde Biden no debía haber tenido prisa.

 

 

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