Oswaldo Páez-Pumar: Compelido a escribirlo
Pienso que los destinatarios de mis artículos están informados que desde el pasado miércoles 11 de agosto no puedo hacer uso del Internet desde mi casa. No hay conexión lo cual me priva de conocer el contenido de lo que me envían. Afortunadamente todo cuanto escribo lo hago en el correo asignado en la sociedad donde he ejercido la profesión de abogado desde 1964; y como quienes me responden lo hacen por las misma vía hoy (ayer) al haber podido acercarme a mi oficina, me encontré con un mundo de correos que por su número me fue imposible enterarme del contenido de todos y cada uno. Mañana (hoy) dispensaré otro rato a esa revisión y aprovecharé la oportunidad para enviar éste.
Se trata apenas de hacerles conocer una experiencia vivida y vívida que tuve hace casi cualquier cantidad de años, que creo que mis contemporáneos también la tuvieron; y quienes me precedieron con 20 años y serían hoy “centenarios”, los que vinieron detrás otros veinte años también pudieron experimentarla en esta Venezuela, hoy reducida a la miseria por un puñado de bárbaros e ignorantes que como es consustancial con aquellos a quienes cuadran esos dos adjetivos, se creen poseedores de la verdad, lo cual los lleva a cercenar la libertad, ruta única para tratar de aproximarnos a la verdad, porque su dimensión es inalcanzable.
Un personaje que no es venezolano por nacimiento pero que como tantos otros hizo de Venezuela su patria y Venezuela lo adoptó como si hubiera nacido en la tierra que tiene por linderos al norte el Mar Caribe, al oeste Colombia, al sur Colombia y Brasil y al este lo que llamamos “zona en reclamación”, nos dio a los venezolanos una enseñanza sobre lo trascendente y lo intrascendente, dejando claramente establecido que tocante a lo trascendente cada quien es dueño de sí mismo; y en lo tocante a lo intrascendente poco importa lo que se tome o no se tome.
Me recuerdo a mí mismo adolescente, joven y ya hombre, a mis compañeros de generación, a quienes me precedieron y a quienes vinieron después dejándose dominar por este personaje que ordenaba nuestra conducta, sin que ello supusiera ordenar nuestras vidas.
Más aún, en esa actividad compartida hizo hincapié para que nuestra conducta se contrapusiera a la que él mismo asumía , como si nos quisiera comunicar que la condición humana lleva intrínsecamente al respeto de la diversidad, de la heterogeneidad; y que aunque en la actividad que él desplegaba le correspondía dirigir y a quienes le acompañaban o compartían con él, acatar para que no se produjera el caos, ese acatamiento jamás significó sometimiento, que es lo que los dictadores y tiranos aspiran imponer sobre sus contemporáneos. El acatamiento perseguía alcanzar la armonía y ésta solo se logra cuando los participantes comparten el objetivo armonioso que se pretende alcanzar.
Desde luego, el objetivo no es algo que define una persona para ordenar la conducta de los demás, sino que el objetivo es lo que el conjunto define como meta compartida y está sujeto a cambios que pueden significar la adopción de otra meta distinta, incluso contradictoria con la inicialmente escogida o visualizada como punto de llegada. ¿Es acaso esto lo que quiso significar la persona de quien les hablo? No es posible afirmarlo, ni negarlo. Ya está muerto, por lo que ni siquiera es posible consultarlo.
Lo que sí me parece evidente es que dentro de la armonía que se proponía alcanzar, quería resaltar la necesaria diversidad para que esa armonía se produjera; y por eso, nos pedía que “cuando dijera Luis” nosotros debíamos decir “Juan” y si decía “Juan” debíamos decir “Luis”.