Villasmil: Progresistas cazando brujas
Nunca la palabra progresismo ha estado tan desprestigiada como en estos tiempos pandémicos. Razones hay de sobra; aquí haremos referencia a esa clara muestra de pérdida de brújula ética, cultural, histórica y política que constituye la defensa progresista de un indigenismo desnortado frente a las antiguas metrópolis coloniales.
En ello, el actual presidente mexicano se lleva la corona por su insistencia y su ignorancia; y es que -como dice José María Carrascal en ABC- él cree que “atacar a España vende”. Para colmo, se la pasa exigiendo que “le paguen” a México lo que se llevaron. ¿Respuesta de Carrascal? “Si España tenía una deuda con México, quedó saldada con la llegada de los científicos e intelectuales republicanos que prefirieron acogerse a la generosa oferta de asilo ofrecida por el presidente Lázaro Cárdenas, y que crearon escuelas de Medicina, Derecho, Arquitectura y Ciencia”.
Otro presidente progre, el debutante presidente peruano, Pedro Castillo, al parecer empecinado en tener ministros con prontuario policial y no con currículo, decidió insultar a un impertérrito rey de España, quien no se dio por enterado ante la sarta de estupideces e inexactitudes del seguidor y admirador de Castro y Chávez. Es que para los progresistas la relación con el pasado que les desagrada es un ajuste de cuentas.
“Prohibir” es una de sus palabras operativas favoritas, así como disfrutan derribando estatuas y reputaciones mediante la manipulación del fanatismo ciego e ignorante del llamado “revisionismo histórico”, con el que han desatado una moderna cacería de brujas a todo aquello que se oponga a sus prejuicios y deformaciones ideológicas.
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Una persona que agarró el toro por las astas fue la escritora uruguayo-española Carmen Posadas, denunciando con total claridad las tesis del revisionismo histórico promovidas por el socialismo español, primeramente en el des-gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (el peor presidente, según encuestas, de la actual democracia española) y en el actual “gobierno Frankenstein” de Pedro Sánchez. De este último, Arturo Pérez-Reverte hizo una premonición que por desgracia ha sido exacta: “al lado de Sánchez, Zapatero lucirá como un Winston Churchill”. Así de desastrosa ha sido la administración socialista-podemita.
Para el “socialismo español del siglo XXI” es bienvenido todo lo que ayude a destruir las instituciones de la constitución de 1978.
Posadas destaca cómo a principios de siglo XVI Fernando el católico legalizó los matrimonios interraciales, “propiciando así uno de los fenómenos sociales más bellos e igualitarios que se conocen, el mestizaje, único antídoto eficaz contra la xenofobia y la discriminación”. Porque España fundió su sangre con la de los nativos. En comparación, la despenalización de los matrimonios interraciales no se produciría en Estados Unidos hasta bien entrado el siglo XX, en concreto en el año 1967, y en Sudáfrica en 1985.
Millones de latinoamericanos somos mestizos, y nos enorgullece la lengua que hablamos, su literatura, que tenemos el privilegio de gozar y disfrutar sin necesitar de traductores.
Recuerda asimismo Posadas que en 1521, Hernán Cortés fundó el primer Hospital de Nueva España y poco después el Hospital Real de Naturales completamente gratuito; o el hecho de que, apenas cuarenta años desde la llegada de Colón, en Santo Domingo se fundara la primera universidad americana (cien años antes, por cierto, que la de Harvard).
Conquista hubo, sin duda, pero también civilización. Y la memoria histórica no se respeta ni enaltece juzgando el pasado con criterios de hoy. Atacando la historia no solo se busca eliminar lo malo, sino también lo bueno, porque se desea que repudiemos lo que somos.
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A la progresía comunistoide le interesa la distorsión de la historia, como bien destaca monseñor Baltazar Porras, en nota sobre este tema publicada en Reporte Católico Laico. ¿Por qué? se pregunta nuestro Cardenal: para por esa vía promover el odio, la división, el desprecio y la violencia, consustanciales con el mensaje fundamental del socialismo del siglo XXI. Conquistadores e indígenas no fueron ni ángeles ni demonios, y los abusos (como la esclavitud y la explotación) cometidos por los extranjeros simplemente se construyeron sobre los abusos ya existentes y practicados por los caciques y emperadores. Todos “hijos de un tiempo cruel”, muy lejanos a las consideraciones actuales en materia de derechos humanos.
Civilizadores y violadores de derechos han acompañado siempre las gestas coloniales. La diferencia quizá ha estado en la posibilidad e interés de crear instituciones, de dejar obra para la posteridad.
Mientras, la actual progresía se balancea entre la estupidez y el cinismo. Si fuera coherente -ha sido señalado por diversas vías- debería exigir que se prohibieran los mariachis, o cantar rancheras y boleros; que no se use ningún instrumento traído por los hispanos. Derribemos los conventos e iglesias, junto con la eliminación de la religión católica. Regresemos a los sacrificios humanos. Hay que abolir el pan, ese alimento infernal llegado de Europa. Devolvamos los caballos, el vino, el ganado en general.
Totalmente prohibidos José Alfredo Jiménez o Agustín Lara (en especial su hermosa música dedicada a España, como “Granada”, la “Suite Española” o “Madrid”).
Claro, hay que eliminar el sistema métrico decimal, una imposición imperialista, como la Navidad, los Reyes Magos, el Niño Jesús o la Semana Santa.
Mandemos a Europa a la Chinita, a la Virgen de Guadalupe, a Santa Rosa de Lima y a Sor Juana Inés de la Cruz.
Eso sí, habrá que olvidar que Fidel Castro era hijo de gallegos, o que un tatarabuelo paterno del Che fue considerado en su momento el hombre más rico de Sudamérica.
Lo importante, para el progresismo, es siempre destruir, no construir. Y si se necesita una cacería de brujas antihispana, pues que así sea.
Finalicemos con este párrafo de Carrascal: “En ocasiones como ésta, echo de menos la sabia ironía de los ingleses, que impelía a uno de sus ministros de relaciones exteriores, el Conservador Lord Carrington, a iniciar siempre sus discursos en la ONU sobre descolonización con «aquí, un orgulloso súbdito de una excolonia romana».