Armando Durán / Laberintos: Falsas negociaciones y mentira electoral venezolana
El 17 de octubre, Nicolás Maduro oficializó la decisión de su gobierno de retirarse de la Mesa de Diálogo y Negociación entre representantes suyos y de casi todos los partidos de oposición, agrupados en la misma alianza de siempre, pero a la que dieron nuevo nombre, Plataforma Unitaria, con la intención de crear la ilusión de que se trata de otra y más digerible coalición. “Con el secuestro de Alex Saab”, fue la denuncia que hizo Maduro este domingo, “el imperio y la derecha pitiyanki (en habla venezolana, lacayo del imperio) rompieron las condiciones para el diálogo.” Una decisión, según acusa Granma en su edición de hoy viernes 22 de octubre, orquestada por Washington para “interrumpir las negociaciones en curso y frustrar la celebración de las elecciones del 21 de noviembre.” Declaraciones ante las que cabe preguntarse si ¿si en efecto será ese el oscuro objetivo del pérfido “secuestro” de Saab, o si más bien desde La Habana y Caracas han comenzado a preparar el terreno para cancelar en cualquier momento la farsa electoral de noviembre, porque sin acuerdo con la oposición en Ciudad de México carecería de sentido celebrar unas elecciones que no legitimarían absolutamente nada.
No es un secreto que para el régimen venezolano las “negociaciones” promovidas por el gobierno de Noruega y la diplomacia de la Unión Europea tenían dos propósitos muy concretos. El primero, sentar a los dirigentes de la oposición a una mesa con representantes de Maduro, como prueba palpable de que, a pesar de las fuertes confrontaciones de los últimos años, unos y otros al fin se reconocían mutuamente y al fin se normalizaba la situación política del país. El segundo, que ese reconocimiento llevaba implícita la participación de sus candidatos en las elecciones regionales convocadas para el 21 de noviembre, una circunstancia imprescindible para legitimar la Presidencia de Maduro y levantar las sanciones que la inmensa mayoría de las democracias del planeta le aplican al régimen chavista de Venezuela desde la fraudulenta reelección de Maduro en la adulterada jornada electoral de mayo de 2018.
Esa ha sido, por supuesto, la fórmula que ha empleado el régimen desde que Hugo Chávez tuvo la perspicacia de percibir, en 1997, que en América Latina las monarquías absolutas habían pasado de moda y, en consecuencia, aunque algunos de sus más cercanos colaboradores no estaban de acuerdo, tomó la decisión de abandonar la vía armada y emprender la circunvalación electoral que finalmente lo llevó a la victoria en las urnas de diciembre de 1998. Un radical cambio de piel lo obligó a adornar entonces el naciente régimen, en esencia militar y dictatorial, con formalidades democráticas suficientes para disimular las fealdades de lo que estaba por venir. No pudo, sin embargo, dominar del todo su impaciencia y cayó en la tentación de acelerar el paso y llegar cuanto antes a ese punto que él decía ver en el horizonte, pero media Venezuela se negó el 11 de abril de 2002 a comulgar con esas intragables ruedas de molino y Chávez terminó derrocado y en prisión durante casi tres días.
Aquella fue, sin duda, la peor experiencia que tuvo en su breve carrera política, pero aprendió la lección de inmediato y, después de recuperar el poder perdido, con humildad de buen cristiano, le pidió a los venezolanos público perdón y se comprometió a conducir a Venezuela por los senderos del entendimiento de todos los venezolanos. El expresidente Jimmy Carter creyó a pie juntillas en su propósito de enmienda y viajó a Caracas para conocer al personaje. Luego reclutó a César Gaviria, expresidente de Colombia que entonces ocupaba la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos, y ambos acudieron finalmente en ayuda del ex teniente coronel golpista.
A partir de ese punto crucial del proceso político venezolano, la fórmula que le proporcionó esta pareja de pesos pesados continentales, Chávez comenzó a hacer de las suyas. Fidel Castro ya lo había anticipado la noche siguiente a la primera toma de posesión presidencial de Chávez, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. “No le pidan a Chávez”, les propuso a varios cientos de izquierdistas que habían acudido a la cita para escuchar el evangelio de la nueva Venezuela de boca del gran líder de la revolución latinoamericana, “hacer hoy lo que nosotros hicimos hace 40 años. Los tiempos son muy distintos y, por lo tanto, los medios para alcanzarlos también deben de ser distintos.”
Sobre estos fundamentos, Chávez y después Maduro habían logrado sortear todos los escollos que en diversas ocasiones ponían en peligro el futuro de lo que ellos calificaban de “revolución bolivariana.” Negociaciones y elecciones controladas por el al alto mando militar y civil del régimen cada dos por tres, como golosinas siempre envenenadas, que propiciaran la colaboración de una parte de la oposición con el régimen y así garantizar la estabilidad de su poder hasta el fin de los tiempos.
Por esa rebuscada estrategia, Maduro pudo resumir en su cadena de radio y televisión del pasado domingo 17 octubre, el papel que ha desempeñado desde que asumió la Presidencia tras la muerte de Chávez, siempre de acuerdo con las reglas del juego democrático. Y lo hizo sin darle la menor importancia a la grosera inexactitud de su versión de la historia, según la cual “en todas las coyunturas de la violencia opositora en 2013, las guarimbas del 2014, el diálogo de más de 7 horas que protagonizamos en el Palacio de Miraflores ante las cámaras de televisión el 10 de abril de aquel año, los diálogos que sostuvimos en 2015 y 2016 sobre materia política y económica con todos los movimientos sociales, culturales, diálogo con todos, en todas esas ocasiones, incluso cuando la extrema derecha venezolana se fue a la guerra, a la insurrección, a quemar gente viva, a trancar calles, en esas situaciones extremas siempre convoqué al diálogo. Con la Constituyente en 2017, con el Papa en el 2015. Siempre he convocado al diálogo y lo seguiré haciendo.”
Concluyó Maduro esta falsificada versión de sus acciones para suprimir con la violencia sus fuerzas represivas cualquier expresión de rechazo a su gestión de gobernante, llegando ahora al colmo de la desparpajo al caracterizar a Saab, expresión cabal y no disimulada de la corrupción asociada al régimen acusado en los tribunales de Estados Unidos de varios cargos de lavado de centenares de millones de dólares obtenidos ilegalmente, como “un diplomático venezolano representante ante el mundo de nuestro país para romper el bloqueo, para traer alimentos, medicina, gasolina, a quien el gobierno gringo le dio una puñalada por la espalda, a sabiendas de que si lo secuestraban en Cabo Verde íbamos a tomar medidas contundentes que están en pleno desarrollo.”
Con estos argumentos no solo ha organizado una desesperada defensa internacional de su hombre de confianza para muchos manejos turbios, ninguno de ellos en beneficio de las víctimas civiles del criminal bloqueo del imperio sino todo lo contrario, ya que la presencia de Saab en los tribunales de Estados Unidos, donde pueden condenarlo a pasar el resto de su vida en una cárcel de máxima seguridad, lo fuerzan a desviarse de su pretendida pureza democrática y aplicar una estrategia diametralmente distinta al entendimiento. Entre otras razones, porque Saab puede negociar una reducción de su condena cantando al menos parte de lo mucho que sabe y porque ha sido el propio Maduro quien ha tirado la piedra que descoloca a una oposición que, tras la disipación de la opción que en enero y febrero de 2019 representó Juan Guaidó desde la Presidencia de la Asamblea Nacional electa democráticamente en diciembre de 2015, había vuelto a la mesa del más descarnado colaboracionismo con el régimen. Una oposición que hasta el momento en que escribo estas líneas no ha fijado posición alguna con respecto a estos cruciales sucesos políticos, pero que no puede escabullir el bulto encerrándose en un silencio que más temprano que tarde tendrá que romper para informarle a la opinión pública nacional e internacional cuáles serán sus próximos pasos en los dinamitados terrenos de las falsas negociaciones y las elecciones tramposas. Tic, tac. Pronto, muy pronto, algo tendrán que decir. Los minutos pasan y el tiempo se les agota, inexorablemente, a los miembros de esa insulsa Plataforma Unitaria, a las que en definitiva Maduro y compañía, se ha visto obligado a quitarle la alfombra que pisaban.