El PP se equivoca de pleno
La guerra entre la dirección del PP y Díaz Ayuso por el control del partido en Madrid es tan innecesaria como tóxica y destructiva. Solo desmotiva a su votante y regala bazas a Sánchez
El PP está protagonizando un espectáculo político muy poco edificante a cuenta de la pugna de poder que mantienen la dirección nacional e Isabel Díaz Ayuso por el control del partido en Madrid. Es poco edificante para la militancia, los concejales, alcaldes y dirigentes del partido concernidos, pero es más incomprensible aún para los votantes del PP, que sin formar parte de la militancia perciben en el partido de Pablo Casado la única alternativa realista a Pedro Sánchez. Las acusaciones entre Génova y la presidencia de la Comunidad madrileña, la escenificación pública de discrepancias que parecen insalvables, y la virulencia de esta pugna, están consiguiendo frenar las expectativas demoscópicas del partido cuando más desgaste acumula Sánchez, y en un momento en el que la unanimidad de los sondeos -excepto el CIS- pronostica un crecimiento exponencial del PP. Este partido debe ser consciente de que las diatribas internas para fiscalizar en exclusiva listas y candidaturas arrastran a toda la marca y le restan margen de maniobra, coherencia política y expectativas de triunfo.
Es cierto que Isabel Díaz Ayuso fue en su día la candidata en la que confió Casado para una arriesgada renovación en un territorio donde el PP siempre mantuvo liderazgos enquistados. Y es cierto también que no pocas veces el enconamiento de los conflictos orgánicos ha forzado a la dirección nacional a crear gestoras cuasi permanentes. Pero a la larga, la provisionalidad mal entendida termina en batallas tan tóxicas como destructivas. De igual modo, Casado confió a José Luis Martínez Almeida la misión de recuperar la alcaldía de Madrid para el PP tras el mandato de Manuela Carmena. Los dos tienen legitimidad para presidir el PP en Madrid, pero ambos deben ser conscientes de que plantear esa pelea como una batalla campal entre Génova y Ayuso contamina el discurso de regeneración de un partido necesitado de ella. Y crea desafecto entre los votantes en estos momentos de estancamiento de Vox y de debilitamiento extremo de Ciudadanos. Plantear este pulso como una aversión irresoluble entre Casado y García Egea frente a Díaz Ayuso y su equipo, es un error que el partido puede pagar caro.
Ayuso se ha ganado el derecho a presidir el PP madrileño. Sus resultados del 4 de mayo son incontestables, y su crédito e imagen han crecido entre los votantes del PP también fuera de Madrid. Tener esa ambición es lógico y lo merece. Lo que no es lógico es que pretenda un dominio absoluto del partido para actuar de modo excluyente con otros dirigentes respaldados por la dirección nacional, Almeida incluido. Ayuso está cargada de razones, pero lo que no puede hacer es utilizar esas razones contra la pluralidad porque entonces las pierde. Casado tiene el partido, y Ayuso a los votantes. Por eso un equilibrio razonable de cesiones, sin rodillos ni ‘vendettas’, es una solución óptima. Si Génova ya ha vetado a Ayuso, y además lo transmite públicamente, lo único que hace el PP es cegarse a sí mismo vías de acuerdo que se antojan imprescindibles, incluso si para solucionarlo fuese necesaria una tercera figura de consenso y pacificación. Esta guerra absurda penaliza a Casado y es lógico que la izquierda aplauda el regalo. El diagnóstico es pésimo. Tanto como el infantilismo demostrado con el bloqueo de mensajes telefónicos entre unos y otros. Entre los temores de Casado por la repercusión nacional de Ayuso, y las prisas de ésta por montar un partido a su exclusiva medida, la imagen de seriedad que el PP había cultivado y la motivación del centro-derecha se desmoronan.