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Basta de charlatanería, dice Steven Pinker. El sicólogo de Harvard apela a nuestras facultades racionales en un nuevo libro

Esta entrevista hecha por Colleen Walsh para The Harvard Gazette fue editada para mayor claridad y extensión.

Traducción no profesional por Ana Vélez, con la autorización de Steven Pinker.

Hoy, cuando la confianza en la ciencia parece estar menguando, las teorías conspirativas parecen ir en aumento y muchos estadounidenses no pueden ponerse de acuerdo sobre los hechos básicos, Steven Pinker aboga por un regreso al pensamiento racional y al discurso público en su último libro, Racionalidad. ¿Qué es?, ¿por qué no es común?, ¿por qué es importante? Pinker, profesor de psicología de Harvard y autor de Los ángeles que llevamos dentro y En defensa de la Ilustración, cree que «siempre tendremos que hacer frente a nuestra propia irracionalidad», y que la educación, la democracia, la ciencia, y el periodismo, junto con la conciencia de nuestros propios prejuicios, puede ayudarnos a adoptar un enfoque más racional de los problemas cotidianos.

GAZETTE: ¿Puede definir la racionalidad en una oración?

PINKER: La defino como el uso del conocimiento para alcanzar una meta, donde «conocimiento», según la definición filosófica estándar, es «una creencia verdadera justificada».

GAZETTE: Vemos ejemplos de creencias y comportamientos aparentemente irracionales todos los días, pero usted argumenta que las personas son completamente capaces de ser racionales. ¿Cómo explica usted esta desconexión?

PINKER: Primero, la racionalidad siempre busca una meta. A veces, esa meta es racional para cada uno de nosotros como individuos, pero irracional para nosotros como sociedad —una tragedia de la racionalidad comunitaria, como cuando tiene sentido que cada pastor pastoree sus ovejas en las zonas comunes de la ciudad, pero cuando todos lo hacen, las tierras comunes se degradan, y todos caen en una situación peor. Así, el que la gente se las ingenie para ganar prestigio dentro de su secta política glorificando sus creencias sagradas y demonizando a las sectas rivales, podría ser ventajoso para cada individuo, pero no para la sociedad como un todo, interesada en tener mejores políticas.

Otra parte de la respuesta es que nacemos con intuiciones primitivas que nos sirvieron bien en sociedades tradicionales, pero que se han vuelto obsoletas en sociedades científicamente sofisticadas. Por ejemplo, tenemos la intuición de que los seres vivos albergan una esencia, una sustancia interna que los hace funcionar y les da sus poderes, y que la enfermedad proviene de contaminantes externos que los infectan. Eso nos lleva a buscar remedios de curanderos como sangrías, purgas, ventosas y homeopatía, y a oponernos a los alimentos genéticamente modificados. Asimismo, tenemos la intuición del dualismo, la idea de que las personas tienen mentes además de cuerpos, lo que conduce naturalmente a la creencia de que puede haber mentes sin cuerpo, y como consecuencia, creemos en fantasmas, en percepción extrasensorial y en que podemos comunicamos con los muertos. Tenemos la intuición de un diseño en nuestros planes y artefactos, lo que conduce al Creacionismo y la superstición de que «todo sucede por una razón».

Hoy la mayoría de nosotros desaprendemos estas intuiciones cuando aceptamos el consenso del establecimiento científico, lo cual no implica que debamos entender a fondo la fisiología, la neurociencia o la cosmología. Pero muchas personas no confían en el establecimiento científico, por lo que se basan en estas intuiciones primitivas.

Por último, la convicción de que todas nuestras creencias deben basarse en pruebas es psicológicamente antinatural. Cito a Bertrand Russell: «No es deseable creer en una proposición cuando no hay ningún fundamento para suponer que sea verdad». Pero eso no es una obviedad: es un manifiesto radical. La mayoría de nosotros entendemos la realidad cuando se trata de nuestro entorno inmediato y nuestra vida cotidiana. No tenemos otra elección, ya que esto es necesario para vestir y alimentar a los hijos, ponerle gasolina al auto y tener alimentos en la nevera. Pero quizás no nos importan los hechos factuales cuando se trata de preguntas distantes y cósmicas del tipo: ¿Cómo surgió la vida? ¿Qué ocurre en los remotos pasillos del poder? ¿Cuál es la causa fundamental de la enfermedad? Mientras que no tuvimos ciencia moderna, archivo de los registros y periodismo, no había manera de encontrar las respuestas. La mitología era lo mejor que teníamos, y los criterios fueron la elevación, la solidaridad y el entretenimiento, no la verdad literal.

 

“Es demasiado fácil culpar a las redes sociales por ciertos desarrollos, como el aumento del populismo ignorante, que podrían ser más atribuibles a las noticias y a los programas radiales”, dice Steven Pinker. Foto de Rebecca Goldstein.

 

GAZETTE: ¿Se puede aplicar lo que ha dicho específicamente a la oposición a las vacunas y a las mascarillas? Los médicos y científicos dirían que esas creencias son muy irracionales, pero millones de personas las comparten, a pesar de que los estudios científicos demuestran que salvan vidas.

PINKER: La oposición a la vacunación se remonta al origen de la vacunación en sí, porque es intuitivamente antinatural, de hecho, es repugnante inyectar en el cuerpo un organismo que es la enfermedad. Las personas que superan esa intuición son las que confían en el establecimiento científico: «Lo que la gente con bata blanca diga es suficientemente bueno para mí». Pero las personas ajenas a la corriente política y científica no tienen razones para dudar de sus intuiciones.

Otro factor que contribuye es el sesgo de My side (mi lado), probablemente el más poderoso de todos los sesgos cognitivos, es decir, si algo se convierte en un artículo de fe dentro de su propia coalición, y si promoverlo le otorga estatus, eso es lo que usted cree. Qué posiciones se adhieren a qué coaliciones es algo arbitrario, pero con el populismo trumpista, la oposición a las vacunas se convirtió en un punto de reunión de la derecha política. No siempre fue así. Solían ser el Sr. y la Sra. Naturalistas, que se abrazaban a los árboles, quienes recelaban de las vacunas —una oposición romántica a la ciencia y a la tecnología hizo de la resistencia a las vacunas una causa izquierdista. Pero ahora se ha pasado para la derecha. En cualquier caso, la gente está más decidida a proteger las creencias sagradas de su tribu política que a buscar las evidencias.

 

GAZETTE: ¿Cree usted que las personas son más o menos propensas a creencias y acciones racionales o irracionales hoy que en el pasado?

PINKER: Siempre he sospechado del salto entre «Ahora todo anda mal» y «Todo pasado fue mejor». Ese ha sido un tema de mis libros, Los ángeles que llevamos dentro y En defensa de la Ilustración, donde explico cómo la gente piensa, erróneamente, por ejemplo, que la guerra y la pobreza han aumentado, cuando los datos muestran lo contrario. Como dijo Franklin Pierce Adams, «La mejor explicación para los buenos viejos tiempos es un mal recuerdo». En el caso de la irracionalidad, las teorías conspirativas probablemente sean tan antiguas como el lenguaje. En siglos pasados, por ejemplo, tuvimos los Protocolos de los sabios de Sion y los Illuminati. Un estudio longitudinal de cartas al editor no encontró ningún cambio en la prevalencia de ideas conspirativas en más de un siglo.

Lo mismo ocurre con la creencia en lo paranormal: muchas religiones se basan en milagros y otros fenómenos paranormales, y las escrituras que los reportan eran noticias falsas originalmente. Antes de las redes sociales, teníamos tabloides de supermercado, con avistamientos de Elvis, y bebés que nacían hablando; y teníamos leyendas urbanas, como la niñera hippie y los caimanes en las alcantarillas. Si ha habido un repunte en los últimos años con el auge de las redes sociales es difícil saberlo.

Ciertamente ha habido un aumento en la desigualdad de la racionalidad. En el extremo superior, nunca hemos sido más racionales, con desarrollos como el altruismo efectivo, la medicina basada en la evidencia, la vigilancia basada en datos, las estadísticas en los deportes. Pero en el otro extremo, ha habido una proliferación de tonterías, que se transmiten fácilmente a través de las redes sociales.

 

GAZETTE: Tengo curiosidad por las redes sociales, que han sido fuente de información errónea, al igual que ciertos medios de comunicación. ¿Cómo podemos utilizar la tecnología para ayudarnos a pensar o actuar de manera más racional?

PINKER: Todavía no sabemos la respuesta, porque las redes sociales son muy nuevas. Es demasiado fácil culpar a las redes sociales de ciertos desarrollos, como el surgimiento del populismo ignorante, que podría ser más atribuible a las noticias por cable y la radio. Y algunas características de las redes sociales, como las noticias falsas, no parecen ser factores importantes en nuestra política: los estudios sugieren que excitan a los partidarios en lugar de persuadir a los indecisos.

Algunos desarrollos, sin duda, son casi con certeza atribuibles a las redes sociales. La hiperpolarización en política puede ser uno. Otro puede ser la intimidación a quienes debaten, y el aumento del castigo a los académicos por sus aseveraciones, gracias a la facilidad de una demonización instantánea y de juntar una gran masa que haga avergonzar al académico, en vez de emplear mecanismos más lentos y deliberativos que contengan nuestra irracionalidad, como la revisión por pares, la verificación de hechos, la edición y la reputación que surge de la precisión, en vez del sarcasmo chismoso. La fricción y la lentitud en la difusión de ideas en el pasado significaba que había filtros y formas de examinar las afirmaciones en busca de precisión en lugar de difundirlas instantáneamente.

 

GAZETTE: Entonces, ¿cómo podemos equilibrar lo emocional con lo racional en nuestra vida?

PINKER: Las reacciones emocionales como el amor, las relaciones gratificantes y la apreciación de la belleza no se oponen a la racionalidad, porque la racionalidad siempre persigue una meta, y esas son metas claramente dignas. Cuando hablamos de una tensión entre la racionalidad y la emoción, a menudo nos referimos a un contraste entre el bienestar inmediato y el bienestar a más largo plazo, como entregarse a los impulsos o hacer lo que se siente bien ahora, sabiendo que nos hará sentir mal a largo plazo. Solo hay metas en diferentes marcos de tiempo, lo que los economistas llaman descontar el futuro. Otra tensión real proviene de los conflictos entre los objetivos de diferentes personas: lo que es bueno para mí puede no serlo para las personas con las que trabajo, trato y vivo. Allí también debemos aplicar nuestras facultades racionales para reconciliar los conflictos entre las personas. Eso es lo que entendemos por ética y política.

 

GAZETTE: Le dedicó el libro a su madre. ¿Por qué?

PINKER: Muchos académicos usan «mi madre» como un término condescendiente para «lector poco sofisticado» cuando intentan atraer a una audiencia amplia. Dirán: «Hazlo lo suficientemente simple para que tu madre pueda entenderlo». En mi caso, mi madre de ochenta y siete años, Roslyn Pinker, no es una lectora sencilla; es racional, culta e intelectualmente sofisticada; simplemente no es académica. Le mostré un borrador y recibí sus comentarios. Saber con certeza que podía seguir mis argumentos y entender las explicaciones fue una prueba para saber si mi escritura era clara y coherente.

También hay una circunstancia personal. Cuando comenzó la pandemia y ella estaba confinada en su casa, como todos lo estábamos, se intensificó nuestra interacción a larga distancia, y creo que nos acercamos más mientras yo trabajaba en el libro.

 

La entrevista fue publicada el 13 de octubre de 2021

 

 

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