Ricardo Bada – Cartas desde Alemania: Carmen, la pistolera
En febrero de 2018, la catedrática de Literatura Hispanoamericana del alma mater de Florencia, Martha Canfield, nos invitó a Esther Andradi –también colaboradora de La Jornada Semanal– y a mí, para participar en un coloquio sobre las relaciones entre Iberoamérica y Alemania. Días más tarde, ella misma nos comunicó que la invitación se ampliaba a Roma. Acepté encantado porque de Italia sólo conozco Génova, Milán y Venecia, pero hice la reserva de que mi aceptación dependía de lo que dijese mi cardiólogo, con quien tenía cita una semana después para mi chequeo anual.
Donde el cardiólogo, todas las detecciones ultrasónicas de mi corazón y las arterias claves dijeron al unísono que tengo il cuore en orden, pero luego vino la prueba de la bici ergométrica, y ella puso de relieve (hasta un lego como yo se da cuenta de esas cosas) que, si bien mi corazón trabajaba al cien por ciento, mis pulmones no lo hacían sino al cincuenta y seis. Por lo cual mi cardiólogo argumentó que no me prohibía viajar a Florencia y Roma, pero me lo desaconsejaba: “Tal como yo lo veo, va a ser una fatiga excesiva, y además tendría que interrumpir su fisioterapia”, fueron sus palabras. Al regresar a casa, y tras platicarlo a fondo con mi esposa, decidimos que lo mejor era renunciar a Florencia y Roma. Nada que hacer, “mi cuerpo enfermo no resiste más”, dice el tango, y dice bien: muy de a deveras lo sentimos muchísimo, mi esposa estaba leyendo fascinada Las piedras de Florencia (ese maravilloso libro de Mary McCarthy) como preparación al viaje. Pero es aquello que decía Rafael Guerra, alias Guerrita, torero muy sentencioso como buen cordobés, igual que Séneca: “Lo que no pué sé, no pué sé, y además es imposible.” Comuniqué mi decisión a Martha en Florencia y al profesor Tedeschi en Roma, y me sentí pésimo al hacerlo.
Pero no es tan sólo que me sintiera mal, es que me perdía la ocasión de asistir a una función de Carmen en la Ópera de Florencia, que en esos momentos era la comidilla de todos los melómanos del mundo y a mí me había hecho pensar en unas notas que tomé años ha, acerca del aciago final de las heroínas operísticas. Y otras sobre las vinculaciones de la política con la ópera, por ejemplo, fuera de Alemania no se sabe que Aida se prohibió en la RDA; ¿por qué?, porque sus protagonistas mueren en un cuarto sin salida, encerrados tras un muro.
Pero volvamos a los fatales destinos de las heroínas operáticas. La Beatrice di Tenda, de Bellini, y la Ana Bolena de Donizetti, decapitadas; la Mimi de La bohème, de Puccini, y la Violetta de La traviata, de Verdi, tísicas; la Aida del mismo Verdi, emparedada; la Leonora de La fuerza del sino, también de Verdi, muerta con una espada; la Gilda de Rigoletto, suma y sigue de Verdi, apuñalada; la Desdémona en Otelo, del feminicida Verdi, estrangulada; la Elizabeth de Tannhäuser y la Elsa de Lohengrin, ambas de Wagner, mueren de pesadumbre y de tristeza; y de amor la Isolde en Tristan e Isolde, también de Wagner; las dieciséis monjas de Diálogos de carmelitas, de Poulenc, guillotinadas; la Norma de Bellini, en la hoguera; las dos Manon Lescaut, de Massenet & Puccini, extenuadas; la Lucia de Lammemoor, de Donizetti, loca; la Margarethe del Fausto, de Gounod, en la cárcel; la Cio–Cio–San de Madame Butterfly, y la Tosca, ambas de Puccini, obligadas a suicidarse; la Mélisande de Pélleas et Mélisande, de Debussy, de fiebres puerperales; la Lulú de Alban Berg, asesinada por Jack el Destripador; la Katerina Ismailova de Lady Macbeth de Mzensk, de Shostakovich, se suicida tirándose desde un puente; etcétera, etcétera.
Todo esto con el trasfondo del estreno entonces, en Florencia, de una puesta en escena de la Carmen de Bizet, donde Carmen no muere apuñalada por don José, sino que don José muere de un disparo que le propina Carmen. Y todo ello, a su vez, con el trasfondo del movimiento #MeToo.
La accidentada muerte de una camarógrafa en Nuevo México, a manos de Alec Baldwin, durante el rodaje de una escena de un western, me ha hecho escarbar en mi memoria todo lo que vide supra.