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The Economist: La seductora promesa de la financiación descentralizada

Y sus muchos peligros

La seductora promesa de la financiación descentralizada
 
Y sus muchos peligros
 
Los escépticos tienen mucho que hacer. Los primeros en adoptar el bitcoin, la criptomoneda original, lo utilizaban para comprar drogas, mientras que los ciberpiratas piden ahora su rescate en él. Cientos de millones de dólares de ether, otra moneda digital, fueron robados este año después de que los piratas informáticos encontraran un error en algún código. Muchos «creyentes» están en realidad tratando de hacerse ricos rápidamente con la manía global que ha hecho que el valor de las criptomonedas alcance los 2,2 billones de dólares. Otros tienen una devoción insólita. El empresario que anunció en junio que El Salvador adoptaría el bitcoin como moneda oficial sollozó en el escenario, afirmando que salvaría a la nación.
 
Los sinvergüenzas, los tontos y los proselitistas son desalentadores. Sin embargo, el surgimiento de un ecosistema de servicios financieros, conocido como finanzas descentralizadas, o «DeFi», merece una consideración seria. Tiene el potencial de cambiar el funcionamiento del sistema financiero, con todas las promesas y peligros que ello conlleva. La proliferación de la innovación en DeFi es similar al frenesí de invención en la fase inicial de la web. En un momento en el que la gente vive cada vez más en línea, la cripto-revolución podría incluso rehacer la arquitectura de la economía digital. 
 
DeFi es una de las tres tendencias tecnológicas que perturban las finanzas. Las empresas de «plataformas» tecnológicas se están abriendo paso entre los pagos y los bancos. Los gobiernos están lanzando monedas digitales, o govcoins. El DeFi ofrece una vía alternativa que pretende repartir el poder, no concentrarlo. Para entender cómo, hay que empezar por las cadenas de bloques, vastas redes de ordenadores que mantienen un registro común abierto e incorruptible y lo actualizan sin necesidad de una autoridad central.
 

Bitcoin, la primera gran blockchain, creada en 2009, es ahora una distracción. En cambio, Ethereum, una red de blockchain creada en 2015, sobre la que se construyen la mayoría de las aplicaciones DeFi, está alcanzando una masa crítica. Sus desarrolladores ven las finanzas como un objetivo jugoso. La banca convencional requiere una enorme infraestructura para mantener la confianza entre extraños, desde las cámaras de compensación y el cumplimiento de las normas de capital y los tribunales. Es caro y a menudo está en manos de personas con información privilegiada: pensemos en las comisiones de las tarjetas de crédito y en los yates de los banqueros. En cambio, las transacciones en una cadena de bloques son fiables, baratas, transparentes y rápidas, al menos en teoría.

Aunque la terminología es intimidante (las comisiones son «gas»; la principal moneda es el éter, y los títulos de propiedad sobre activos digitales se conocen como NFTS), las actividades básicas que tienen lugar en DeFi son familiares. Entre ellas se encuentran la negociación en los intercambios y la emisión de préstamos y la aceptación de depósitos a través de acuerdos autoejecutables denominados contratos inteligentes. Una vara de medir la actividad es el valor de los instrumentos digitales que se utilizan como garantía: de casi nada a principios de 2018 ha llegado a 90.000 millones de dólares. Otro es el valor de las transacciones que Ethereum está verificando. En el segundo trimestre se alcanzaron los 2,5 billones de dólares, aproximadamente la misma cantidad que procesa Visa y que equivale a una sexta parte de la actividad del Nasdaq, una bolsa de valores.

El sueño de un sistema financiero de baja fricción es sólo el principio. DeFi se está extendiendo a terrenos más ambiciosos. MetaMask, un monedero DeFi con más de 10 millones de usuarios, actúa como identidad digital. Para entrar en un «metaverso» descentralizado, un mundo con tiendas gestionadas por sus usuarios, hay que vincular la cartera a un avatar de dibujos animados que deambula por él. Estos mundos digitales serán objeto de una competencia cada vez más intensa a medida que el gasto se traslade a Internet. Las grandes empresas tecnológicas podrían imponer enormes impuestos a estas mini-economías: imagina la App Store de Apple cobrando tasas, o Facebook vendiendo los secretos íntimos de tu avatar. Una alternativa mejor podrían ser las redes descentralizadas que alojan aplicaciones y son gestionadas mutuamente por los usuarios. DeFi podría proporcionar pagos y derechos de propiedad.

Los criptoentusiastas ven una utopía. Pero hay un largo camino por recorrer antes de que DeFi sea tan fiable como, por ejemplo, JPMorgan Chase o PayPal. Algunos problemas son prosaicos. Una crítica común es que las plataformas de blockchain no se escalan fácilmente y que los ordenadores que utilizan consumen cantidades de electricidad desmesuradas. Pero Ethereum es una máquina de superación. Cuando tiene mucha demanda, las tarifas que cobra por la verificación pueden subir, lo que anima a los desarrolladores a trabajar para minimizar la intensidad con la que la utilizan. Habrá nuevas versiones de Ethereum; otros blockchains mejores podrían sustituirlo algún día.

Sin embargo, DeFi también plantea cuestiones sobre cómo una economía virtual con sus propias normas interactúa con el mundo real. Una de las preocupaciones es la falta de un ancla externa de valor. Las criptomonedas no son diferentes del dólar, ya que dependen de que la gente tenga una expectativa compartida de su utilidad. Sin embargo, el dinero convencional también está respaldado por Estados con el monopolio de la fuerza y por bancos centrales que son prestamistas de última instancia. Sin ellos, DeFi será vulnerable a los pánicos. El cumplimiento de los contratos fuera del mundo virtual también es una preocupación. Un contrato de blockchain puede decir que eres dueño de una casa, pero sólo la policía puede ejecutar un desalojo. 

 
La gobernanza y la responsabilidad en DeFi-landia son rudimentarias. Una secuencia de grandes transacciones irrevocables que los humanos no pueden anular podría ser peligrosa, especialmente porque los errores de codificación son inevitables. El blanqueo de dinero ha prosperado en la zona gris no gobernada de los servicios que se encuentran entre Ethereum y el sistema bancario. A pesar de los reclamos de descentralización, algunos programadores y propietarios de aplicaciones tienen una influencia desproporcionada sobre el sistema DeFi. Y un actor maligno podría incluso hacerse con el control de la mayoría de los ordenadores que ejecutan una cadena de bloques.

Las aventuras de Alicia en DeFi-landia

Los libertarios digitales preferirían que la DeFi siguiera siendo autónoma, imperfecta pero pura. Sin embargo, para tener éxito debe integrarse en los sistemas financieros y legales convencionales, como ha señalado Gary Gensler, un experto en criptografía que es el guardián financiero de Estados Unidos. Muchas aplicaciones de DeFi son gestionadas por organizaciones descentralizadas que votan sobre algunas cuestiones; estos organismos deberían estar sujetos a leyes y regulaciones. El Banco de Pagos Internacionales, un club de bancos centrales, ha sugerido que las govcoins podrían usarse en las aplicaciones DeFi, proporcionando estabilidad.
 
Las finanzas están entrando en una nueva era en la que las tres visiones novedosas pero defectuosas de las plataformas tecnológicas, el gran gobierno y DeFi competirán y se entremezclarán. Cada una de ellas encarna una arquitectura técnica y una ideología sobre cómo debe funcionar la economía. Al igual que ocurrió con Internet en los años 90, nadie sabe dónde acabará la revolución. Pero está destinada a transformar el funcionamiento del dinero y, al hacerlo, todo el mundo digital.
Traducción: Marcos Villasmil
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ORIGINAL:
THE ECONOMIST

The beguiling promise of decentralised finance

 
And its many perils
 
The sceptics have plenty of fodder. The earliest adopters of bitcoin, the original cryptocurrency, used it to buy drugs, while cyber-hackers now demand their ransom in it. Hundreds of millions of dollars of ether, another digital money, were stolen this year after hackers found a bug in some code. Many “believers” are in reality trying to get rich quick from the global mania that has seen the value of cryptoassets reach $2.2trn. Others are freakishly devoted. The entrepreneur who announced in June that El Salvador was adopting bitcoin as an official currency sobbed on stage, claiming it would save the nation.
 

The crooks, fools and proselytisers are off-putting. Nevertheless, the rise of an ecosystem of financial services, known as decentralised finance, or “DeFi”, deserves sober consideration. It has the potential to rewire how the financial system works, with all the promise and perils that entails. The proliferation of innovation in DeFi is akin to the frenzy of invention in the early phase of the web. At a time when people live ever more of their lives online, the crypto-revolution could even remake the architecture of the digital economy.

DeFi is one of three tech trends disrupting finance. Tech “platform” firms are muscling in on payments and banks. Governments are launching digital currencies, or govcoins. DeFi offers an alternative path which aims to spread power, not concentrate it. To understand how, start with blockchains, vast networks of computers that keep an open, incorruptible common record and update it without the need for a central authority.

Bitcoin, the first big blockchain, created in 2009, is now a distraction. Instead, Ethereum, a blockchain network created in 2015, upon which most DeFi applications are built, is reaching critical mass. Its developers view finance as a juicy target. Conventional banking requires a huge infrastructure to maintain trust between strangers, from clearing houses and compliance to capital rules and courts. It is expensive and often captured by insiders: think of credit-card fees and bankers’ yachts. By contrast, transactions on a blockchain are trustworthy, cheap, transparent and quick—at least in theory.

Although the terminology is intimidating (fees are “gas”; the main currency is ether, and title deeds over digital assets are known as NFTS), the basic activities taking place on DeFi are familiar. These include trading on exchanges and issuing loans and taking deposits through self-executing agreements called smart contracts. One yardstick of activity is the value of digital instruments being used as collateral: from almost nothing in early 2018 it has reached $90bn. Another is the value of transactions that Ethereum is verifying. In the second quarter this reached $2.5trn, around the same sum as Visa processes and equivalent to a sixth of the activity on Nasdaq, a stock exchange.

The dream of a low-friction financial system is just the beginning. DeFi is spreading to more ambitious terrain. MetaMask, a DeFi wallet with more than 10m users, acts as a digital identity. To enter a decentralised “metaverse”, a looking-glass world with shops run by its users, you link your wallet to a cartoonish avatar who roams around. These digital worlds will become the subject of intensifying competition as more spending shifts online. Big tech firms could impose huge taxes on these mini-economies: imagine Apple’s App Store charging fees, or Facebook selling your avatar’s intimate secrets. A better alternative might be decentralised networks that host applications and are run mutually by users. DeFi could provide payments and property rights.

Crypto-enthusiasts see a Utopia. But there is a long way to go before DeFi is as reliable as, say, JPMorgan Chase or PayPal. Some problems are prosaic. A common criticism is that blockchain platforms do not scale easily and that the computers they harness consume wasteful amounts of electricity. But Ethereum is a self-improvement machine. When it is in high demand the fees it charges for verification can climb, encouraging developers to work on minimising the intensity with which they use it. There will be new versions of Ethereum; other, better blockchains could one day replace it.

Yet DeFi also raises questions about how a virtual economy with its own norms interacts with the real world. One worry is the lack of an external anchor of value. Cryptocurrencies are no different from the dollar, in that they rely on people having a shared expectation of their utility. However, conventional money is also backed by states with a monopoly on force and central banks that are lenders of last resort. Without these, DeFi will be vulnerable to panics. Contract enforcement outside the virtual world is also a concern. A blockchain contract may say you own a house but only the police can enforce an eviction.

Governance and accountability in DeFi-land are rudimentary. A sequence of large irrevocable transactions that humans cannot override could be dangerous, especially as coding errors are inevitable. Money-laundering has thrived in the ungoverned grey zone of services lying between Ethereum and the banking system. Despite the claims of decentralisation, some programmers and app owners hold disproportionate sway over the DeFi system. And a malign actor could even gain control over a majority of the computers that run a blockchain.

Alice’s adventures in DeFi-land

Digital libertarians would prefer that DeFi remain autonomous—imperfect but pure. Yet to succeed it must integrate with the conventional financial and legal systems, as Gary Gensler, a crypto-expert who is America’s financial watchdog, has outlined. Many DeFi applications are run by decentralised organisations which vote on some issues; these bodies should become subject to laws and regulations. The Bank for International Settlements, a club for central banks, has suggested that govcoins might be used in DeFi apps, providing stability.

Finance is entering a new era in which the three novel but flawed visions of tech platforms, big government and DeFi will compete and intermingle. Each embodies a technical architecture and an ideology about how the economy should be run. As with the internet in the 1990s, no one knows where the revolution will end. But it stands to transform how money works and, as it does so, the entire digital world.

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