Oswaldo Páez-Pumar: La esclavitud
La marcha convocada en Cuba para el pasado 15 de noviembre y lo ocurrido tanto allá como fuera de Cuba por eso que llaman asociación de ideas, me hizo recordar una lectura no acabada de un libro que vio la luz en 1931, obra de un médico y diplomático venezolano J. Joaquín Díaz-González que lleva por título “La esclavitud en la antigüedad”.
No llegó a mis manos la edición original, sino una de 1976, en la que el autor en un Proemio para la Segunda Edición, se muestra complacido porque forma parte de las “Ediciones del Rectorado” de la Universidad de los Andes, incluida por el propio rector Pedro Rincón Gutiérrez; y en la cual el autor relata que llegado a Venezuela en 1932 para revalidar su título y acompañado del libro, fue informado que el general Gómez estaba enfadado, porque alguien le había dicho que el libro era una alusión deprimente a su gobierno. Díaz González regresó a Roma.
Para cuando se imprimió la primera edición imperaba en Italia Mussolini desde 1922, en la Unión Soviética Stalin desde 1929, aunque más bien fue desde 1917 junto a Lenin; y Hitler saldría victorioso el año siguiente 1932, de lo cual puede el lector deducir por qué la marcha convocada en Cuba me trajo a la memoria un libro sobre la esclavitud.
Quizás, o sin el quizá, es una pretensión mía, que lo que pasa por mi cabeza es de tal modo “natural”, que pueda deducir que por la cabeza de mis lectores pasa, o debe pasar, lo que ha pasado por la mía. Pero dejemos a un lado que es donde deben reposar, por ser cosas tangenciales lo que ha pasado por mí cabeza, y centremos la atención en lo que se cuenta en ese libro y lo que yo capté, recibí o aprendí de lo leído.
La esclavitud es tan antigua, como lo es la historia no del hombre sino de la civilización; y la civilización es una lucha del hombre por hacer cesar la esclavitud, que surge como resultado de la confrontación de unos pueblos con otros; y la consiguiente victoria del uno sobre el otro, aunque algunas formas de esclavitud se dieron históricamente dentro de un mismo pueblo, más bien dentro de varios pueblos. Pero esta especie pudiéramos llamarla pre-histórica y la que se conoce y se define como tal, como esclavitud, es la que se impone por un pueblo sobre otro como resultado de un conflicto, que determina una victoria y una derrota y la consiguiente sujeción del derrotado por el victorioso.
Salvo las mencionadas formas de esclavitud que se dieron dentro de un mismo pueblo y que hemos apreciado como prehistóricas, la única que se ha dado sobre el propio pueblo es la que vino, inspirada en el marxismo, a instalarse en pleno siglo XX primero en Rusia, luego China, después Corea del Norte y, que a pesar de los esfuerzos fracasados para extenderse en Europa y África, logró en América, primero en Cuba y luego Nicaragua y Venezuela apoderarse del aparato estatal y militar para imponer sobre el pueblo, más bien sobre todos los pueblos, el bien que supuestamente nos traerán y que encuentra en esta frase de Juan Vicente Gómez, la síntesis más grande de la estupidez que encierra: “a los venezolanos hay que hacerles el bien a la fuerza”.
Es por eso que la marcha del pasado 15 de noviembre me hizo recordar el libro de Díaz González, porque esa marcha es parte de la lucha contra la esclavitud que la humanidad ha sostenido desde que el hombre dejó de ser nómada, se asentó, creó civilizaciones y ha sufrido de parte de sus congéneres la imposición de la fuerza, que desde hace ya un siglo, pues comenzó en el año 17 del siglo XX, tiene no solo la pretensión de perpetuarse como forma de poder, sino lo que es más grave aún, como pensamiento único. Todavía retumba en mis oídos y escucho el grito de Castro proclamándose marxista, que no era una confesión de su fe que ojalá lo hubiera sido, sino el anticipo de una conversión que les sería impuesta a los cubanos y que el 15 de noviembre dejó claro su fracaso.
Caracas, 17 de noviembre de 2021