HistoriaHumanismoObituarios

Baltazar Porras // In memoriam: Guillermo Morón

 

El sábado 20 de noviembre de 2021 se apagó la vida del historiador y amigo, Doctor Guillermo Morón. Cargado de años y méritos, con 95 a cuestas, desde que cumplió los noventa, decidió cerrar su ciclo público, y nos privó de su columna de opinión. Pero tras de sí deja una huella memorable y perdurable en el rescate y dar a conocer nuestra historia, la de antes y la de ahora, la de siempre, la de nuestra identidad, que pasa por ver con ojos inquisidores, la memoria de la que somos herederos con el compromiso de multiplicar lo recibido para bien de todos. Su vocación de historiador y maestro, lo convirtió en el contacto de las aulas a todos los niveles en un catedrático que amplió su radio de acción con la publicación de enjundiosas obras y la promoción de las investigaciones de muchos otros, a su fecundo paso por la Academia Nacional de la Historia en la que ocupó diversos cargos hasta la dirección de la Corporación. La serie de libros publicados durante su gestión hablan por sí solos. Abierto a diversos pensamientos. Editor y promotor de más de 1.100 títulos al frente de la Academia.

Mostraba con orgullo su origen trujillano de las últimas estribaciones de la cordillera andina, el simpático pueblo de Cuicas y el ser hijo de una maestra de escuela de la que aprendió mucho. Pero se sentía también muy caroreño pues como alumno de la escuela Cecilio Zubillaga Perera, bebió de la polifacética cultura de los prohombres de las orillas del río Morere. El recio clima de esta región larense curtió su espíritu, abierto a todo, crítico de lo que estimaba no lo era, con la savia humanística que lo hizo cultivar la historia y la convivencia amigable con personas de pensamiento plural. Coincidimos en varias ocasiones en esa tierra que quiso y añoró siempre. Allí comenzó su inquietud periodística en los rotativos de Carora y Barquisimeto.

En Caracas tuvo la dicha de cursar la carrera de Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico que contaba con una pléyade de profesores y pensadores de primera línea. Volvió como José Gregorio Hernández a la tierra, como profesor del Liceo Lisandro Alvarado, para ir luego al viejo continente a doctorarse en historia en la Universidad de Madrid, hoy Complutense, perfeccionándose después en varias universidades germanas, Gotinga y Hamburgo, en lenguas clásicas y filosofía de la historia y la cultura. Tenía dominio del alemán. Superando los treinta años de edad regresa a Caracas incorporándose a la Academia Nacional de la Historia como el benjamín, llegando a ser en el momento de su deceso el decano de la Corporación.

Su amor a la patria se volcó en su vasta obra en la producción y difusión de la historia patria, con su aporte personal y con la animación a muchos para hurgar, investigar y escribir sobre el alma venezolana. Muchos jóvenes se formaron en contacto personal con él y/o con sus manuales. A la labor académica unió el trabajo en los medios, prensa, radio y televisión, en los que deja una obra de su etapa juvenil y lo mejor, el fruto sazonado de la madurez, como los buenos vinos que se añejan con el tiempo y el buen cuidado. Es sin duda uno de los paladines del pensamiento humanista venezolano de la segunda parte del siglo XX y de algo más de la primera década del actual. No es exagerado afirmar que ha sido el historiador más conocido en Hispanoamérica y más importante del siglo XX. Sus obras están publicadas en varios idiomas, incluido el chino. A los noventa, nos dijo, me retiro de la escena pública. Su rica biblioteca es parte de la herencia que deja a las actuales y futuras generaciones.

Siento una especial admiración y gratitud hacia el Doctor Morón, pues, siendo muy joven sacerdote con inclinaciones a la historia, me acogió siempre con cariño y me enseñó de su experiencia, mucho de lo que aprendí de él. Gocé de su amistad y ya retirado de buena parte de sus ocupaciones públicas, compartí con otros académicos amigos, sabrosas tertulias en las que poníamos sobre la mesa comentarios, divergencias y coincidencias, de las que salía más animado a otear un horizonte nuevo para esta tierra nuestra herida por tantas vicisitudes adversas. Un grupo de amigos queríamos hacerle un homenaje reciente, en su casa, de la que no salía, pero no fue posible. La Chinita, la zuliana y la larense de Aregue lo reclamaban en el cielo para recibir al rebelde pero fiel discípulo y llevarlo a la presencia del Padre celestial. Merece mucho más de lo que la mezquindad que nos rodea no le ha reconocido en la hora de su muerte. Descanse en paz, querido amigo y maestro.

 

 

Botón volver arriba