Ibsen Martínez / Oposición venezolana: el Twitter no basta
No basta solo una tropilla de componedores en traje plantados por Maduro en un hotel de Ciudad de México para derrotar las dictaduras posmodernas del Caribe
De las tres dictaduras del Caribe, dos lo han hecho hasta ahora como cuadra en todo tiempo a las tiranías de nuestra cuenca: dejándose de melindres y de vainas.
La de Venezuela, en cambio, con ser superlativamente sanguinaria y mendaz, se ciñe aún a la pantomima democrática que sostuvo a Chávez en el poder durante tres lustros. La fórmula resultó infalible.
La muerte del Gran Charlatán en 2013, el desplome global de los precios del crudo y la crueldad inherente a todos los militarismos precipitaron cambios drásticos en la ejecución que trajeron consigo los ocho años de emergencia humanitaria y violencia política que han caracterizado el régimen de Nicolás Maduro. Sin embargo, el periódico llamado a elecciones, pese a ser claramente fraudulentas, aún funciona.
Igual que las célebres familias desdichadas de Ana Karenina, cada una de las tres dictaduras caribeñas oprime a su propia manera. La de Maduro ha ido depurando un admirable eclecticismo, un oculto sentido de las cadencias de la vida política ha regido el arte de perdurar del antiguo chofer de colectivos. Para sorpresa, claro, y acaso rabiosa frustración de Leopoldo López y Henry Ramos Allup, dos de nuestros ilustrados, fracasados francmasones de la alta política.
Observando los resultados de las elecciones regionales del 21 de noviembre, varias ideas pajarean, perplejas, por las góticas galerías de mi cerebro exiliado.
Se mueven todas en torno a la errónea y descaminadora proposición “Maduro es un autobusero cabeza de bombilla”. Ella tiene su recíproco, igualmente falaz y descaminador, en la noción de que la muchachada de 2007—con no pocos politólogos en ella—, trocada hoy en un brain trust con mucho “capital relacional” en Washington y apoyo de la administración Trump despacharía a los cleptócratas cívico-militares de Maduro antes de la Navidad de 2019.
Daría cualquier cosa por leer una crónica a la manera de Jefrrey Golberg sobre por qué ello no ocurrió. No lucen satisfactorias las explicaciones que suelen dar nuestros políticos y sus tablones de rebote. No parece ser solamente cosa de la insidiosa antipolítica ni solamente inatención de la masa ocupada en sobrevivir. Una entrevista concedida a EL PAÍS por el destacado economista chileno Sebastián Edwards me dio, al respecto, mucho que pensar.
Edwards es muy reconocido como coautor de un trabajo seminal, hoy clásico, sobre la macroeonomía de los populismos. Su imaginación política anima también un estupendo thriller – El misterio de las Tanias (Alfaguara, 2008) que nunca dejo de recomendar. Pues bien, hablando de las medidas económicas que los candidatos presidenciales de su país con mayor opción a ocupar La Moneda, Edwards dice:
“Bien intencionadas [las del Gabriel Boric], pero altamente nostálgicas. La mayoría de sus propuestas ya fueron planteadas y ejecutadas durante la segunda mitad del siglo XX. Un ejemplo muy claro es la política industrial de promoción de manufacturas nacionales con grandes ayudas estatales. Los asesores de Boric no saben que lo que proponen son políticas añejas, ni saben que en el pasado no funcionaron. Y no lo saben porque no leen, porque no estudian, porque no conocen la historia económica. Son voluntarismo puro”. Las bastardillas son mías.
Edwards no es más benévolo con los asesores de José Antonio Kast y dice de ellos que son otros nostálgicos. A mí me dio mucho en qué pensar el retrato intelectual que hace Edwards de los asesores. Divagando, di en la idea de que lo que vale para ellos vale también para nuestros ya no tan jóvenes políticos de oposición. Ellos tampoco leen, ni estudian ni conocen la historia económica o natural ni ninguna otra historia.
Son voluntarismo puramente mediático, del tipo que se agota en una foto en el Salón Oval de la Casa Blanca; son solo ideas recibidas y frases hechas de doscientos ochenta caracteres sobre el populismo redistributivo. Son solo una tropilla de componedores en traje y corbata plantados por Maduro en un hotel de Ciudad de México.
Eso no basta para derrotar las dictaduras posmodernas del Caribe.