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Villasmil: A ser creativos

 

Todo viaje creativo se inicia con un problema. Casi siempre con un sentimiento de frustración, ese dolor interno que surge ante la imposibilidad de encontrar una respuesta adecuada, ya que pareciera que nos estrellamos con una pared. Y no sabemos qué hacer para poder superarla.

Así nos sentimos los venezolanos ante la imposibilidad de trascender la presente realidad de la tiranía que se resiste a entregar el poder. Uso el verbo “trascender” en su significado de ‘ir más allá o sobrepasar cierto límite’. Porque hay límites, hay situaciones que los venezolanos no hemos podido o querido superar; peor aún, a veces pareciera que ni siquiera entendiéramos la naturaleza de la dificultad.

El filósofo español José Antonio Marina afirma que crear es producir intencionadamente novedades valiosas.” Si hablamos de creatividad desde un punto de vista práctico, debemos entender que hay que desarrollar la creatividad en función de problemas específicos. La inteligencia siempre está resolviendo problemas. No existe una real inteligencia contemplativa, la verdadera inteligencia es resolutiva.

Además, la creatividad se aprende. Ello es así porque crear es un acto, una capacidad y una competencia. Es el hábito de crear. Para algunos, un acto creador es como una explosión incandescente, un bombillo que se prende de repente, usualmente en la mente de un genio creador, cubriéndonos a todos como maná caído del cielo.

Es, mutatis mutandis, lo que los venezolanos pensamos cuando oímos el histórico discurso de Juan Guaidó, al juramentarse como presidente interino de Venezuela, en enero de 2019. Porque los venezolanos tenemos una herencia maldita: siempre nos gusta pensar en clave de caudillos, de salvadores de la patria. De héroes a los que se les prende el bombillo con la idea que nos va a salvar.

La realidad democrática y republicana es muy distinta.

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En ese mismo discurso, Juan Guaidó lo advirtió, cuando nos dijo a todos  que nos alistáramos para la lucha. “Sabemos que esto no es algo de una persona”, dijo. Pero ¿cuántos compatriotas recuerdan esa parte del discurso?

En cambio todos recordamos amargamente las palabras que pronunciaba como una ametralladora verbal asesina Hugo Chávez Frías, después de su fracasada intentona golpista, hasta siendo ya presidente. Él iba a destruir todo lo bueno que tenía, que había construido, la democracia venezolana.  Y así lo anunciaba. Su mensaje no podía ser menos democrático, más cargado de odio y deseos de venganza. Pero muchos compatriotas lo aplaudieron. Incluso exitosos empresarios, dueños de medios de comunicación, banqueros florecientes. ¿Dónde estaba el espíritu democrático entonces? ¿Qué significaba para ellos ser un “demócrata”?

El ideal democrático estaba aplastado -como casi siempre lo ha estado- por el sentimiento oscuro y negativo de que la vida me la resuelve esa persona que desde Miraflores (o desde Washington) hará todo lo necesario -incluso sin importar demasiado que sea un corrupto- para que yo sea feliz.

Como sociedad, los venezolanos (con algunas excepciones), olvidamos los valores con los cuales comenzó nuestra historia civil y democrática, a la caída de la dictadura perezjimenista. De hecho, tres de los más importantes documentos de nuestra historia surgieron en pocos años: la pastoral de Monseñor Arias Blanco, el 1 de mayo de 1957; el Pacto de Puntofijo (31 de octubre de 1958), y la Constitución aprobada el 16 de enero de 1961. El mensaje de los tres era claroson las instituciones de la civilidad, de la convivencia y el diálogo democrático las que generarán el progreso, luego de más de un siglo de liderazgos caudillistas, la mayoría con uniforme y bota militares.

 

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Que haya una cultura democrática proclive a la convivencia y al acuerdo creadores no depende únicamente del sistema político. Toda democracia es un acto equilibrista entre acuerdo y ruptura, entre respeto y desconfianza, entre cooperación y competencia, entre la teoría y la práctica. La política implica necesariamente reconocer en qué cosas debemos estar siempre de acuerdo, y en cuáles se admite e incluso se debe prever el desacuerdo.

Al hablar del aprendizaje de hábitos creativos se reconoce la necesidad de constancia, de método; los que le faltaron al actual liderazgo opositor, que encaró el reciente acto electoral de la tiranía en un estado de desacuerdo interno irresponsablemente caótico, signado más por ambiciones que por ideas. Por una movilización más emocional que institucional. Y eso lo estamos viendo todavía en las redes sociales, donde todo el debate -cuando lo hay, porque lo que abunda es la confrontación, la descalificación y el insulto- se centra en cuál líder debe seguirse, o por qué ya fulanito no sirve, debe ser descartado, y cambiado por este otro, que sí promete cumplir, ¿con qué? Con mi deseo de ser salvado.

Nuestros renqueantes partidos son hoy meras sombras en la cual se cobijan las ambiciones de A, de H, de M y de R.

Crear un nuevo país, en libertad, es un acto de todos, cada uno en su sitio correspondiente. En todo acto creativo la crítica es vital y decisiva, pero como ha sido dicho siempre, una crítica necesariamente constructiva.

Necesitamos un nuevo liderazgo político que sustituya al actual, con más de veinte años de fracasos. Un liderazgo capaz de poseer altruismo, autocontrol (al interior) y autocrítica (hacia fuera), disciplina. ¿Qué es disciplina? Primeramente, dominio de sí mismo. Capacidad de identificar los sentimientos y cómo se desencadenan. Comprender los sentimientos de los otros y tomarlos en cuenta al actuar. Poseer el sentido de lo que es justo y la motivación para comportarse justamente.

Muchos análisis de los años pre-chavistas se centran en la economía. Pero ello no fue lo decisivo en la caída; fue la pérdida del consenso sobre qué eran la libertad y sus instituciones, y cómo se impulsan y defienden, lo que nos perdió como sociedad. Ojalá lo entendamos y nos pongamos desde ya a la hermosa pero dura tarea, sin caudillismos y egoísmos salvacionistas, de crear una nueva Venezuela democrática.

 

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