Democracia y PolíticaEconomía

Mauricio Rojas: Mariana Mazzucato, la economista referente de la izquierda

La académica italo-estadounidense propone transformar el capitalismo mediante amplias intervenciones estatales que orienten la actividad económica hacia lo que ella llama “misiones”, asumiendo las inversiones clave y creando las estructuras, las competencias, los mercados y los incentivos para que ello ocurra.

 

Mariana Mazzucato es la estrella más brillante del firmamento económico tanto de burócratas ansiosos de acumular más atribuciones como de una izquierda que no deja de soñar con un Estado cada vez más grande y poderoso. Su libro El Estado emprendedor (2011/2013) tuvo gran impacto y en su obra más reciente, Misión economía: Una carrera espacial para cambiar el capitalismo (Taurus 2021), la académica italo-estadounidense desarrolla sus tesis proponiendo todo un programa de acción para transformar el capitalismo mediante amplias intervenciones estatales que orienten la actividad económica hacia lo que ella llama “misiones”, asumiendo las inversiones clave, así como creando las estructuras, las competencias, los mercados y los incentivos para que ello ocurra.

La obra se inspira en la misión lunar del Programa Apolo que llevó, en julio de 1969, los primeros hombres al satélite natural de la Tierra. El subtítulo del libro en inglés capta mejor esta referencia que la traducción al español: A Moonshot Guide to Changing Capitalism. Se trata de imitar el ambicioso proyecto lanzado en plena guerra fría por John F. Kennedy para derrotar a los soviéticos en la carrera espacial. En ello se jugaba no solo la hegemonía tecnológico-militar de los Estados Unidos, sino su prestigio fuertemente golpeado por los éxitos de los sputniks soviéticos y el vuelo espacial realizado por Yuri Gagarin en abril de 1961.

El Programa Apolo fue un esfuerzo gigantesco de creatividad y movilización de recursos. Kennedy lo definió en su célebre Moon Speech de septiembre de 1962 como “un acto de fe y visión”, con resultados y beneficios inciertos, pero por el que así y todo debía pagarse lo que fuese necesario pagar (“We must pay what needs to be paid”, dijo Kennedy en esa ocasión).

Se trata, como la autora lo subraya, del mismo tipo de decisión que se toma en tiempos de guerra o, más en general, de amenaza extrema a la supervivencia de una comunidad determinada. En un contexto así, el cálculo de costos de una determinada inversión respecto de su utilidad y usos alternativos deja de tener sentido. En ese caso, la única pregunta realmente relevante es: “¿qué hay que hacer?”. Entonces, la economía libre de mercado y los miles y miles de decisiones individuales que la conforman quedan suspendidas o relegadas a un segundo plano y se impone, con toda la fuerza y los instrumentos de que dispone el Estado, una voluntad única.

Esta es, en toda brevedad, la propuesta de Mazzucato para reorganizar la economía capitalista y contrarrestar todo aquello que debilita “los vínculos del interés común en favor del progreso individual”. El único criterio válido para evaluar el éxito de las misiones es su resultado o, como escribe Mazzucato: “Las políticas orientadas por misiones tienen una métrica clara: ¿se consiguió llevar a cabo la misión?” Todo lo demás es secundario para nuestra autora, tal como para Kennedy lo fue respecto de llegar a la luna o para Churchill de ganar la guerra contra los nazis.

Fijar grandes objetivos, establecer normas adecuadas, destinar recursos y luego enrielar mediante diversos incentivos a los diferentes actores para poder lograr esos objetivos es el gran modelo de gestión pública que Mazzucato propone generalizar. En su diseño no se incluye, como en las propuestas socialistas ortodoxas, la estatización masiva de los medios de producción, sino, en su lugar, el uso de contratos públicos de adquisiciones, subvenciones, préstamos blandos y la manipulación de los sistemas de precios a fin de “recompensar a los innovadores que asumen riesgos para resolver problemas públicos”. Se trata de lo que podríamos llamar un “Estado-comandante” que estructura y lidera esta nueva “economía de las misiones”.

El gran problema de las propuestas de Mazzucato es que, más allá de su retórica a la moda, en nada son innovadoras. La verdad es que se han probado reiteradamente con efectos muy poco alentadores. Entre los ejemplos más lamentables de grandes misiones que subordinan toda la economía a un fin común tenemos la industrialización forzada de Stalin y “el gran salto adelante” de Mao, en ambos casos con un costo de millones de muertos y un despilfarro colosal, así como, en una especie de parodia tropical, la “zafra de los diez millones” de Castro o las tristemente célebres misiones chavistas.

Con todo, el modelo que más se acerca a las propuestas de Mazzucato es el de la economía nazi, que es el prototipo insuperado de una economía misionera de comando que fija grandes objetivos nacionales, crea una mística y una estética en torno a ellos, cuenta con un amplio apoyo popular participativo y utiliza como herramienta el poder del Estado en combinación con un capitalismo servil que hizo pingües ganancias gracias a los comandos y misiones del régimen nazi (con el fascismo italiano como una versión light de lo que logró el nazismo).

Como han mostrado Christoph Buchheim y Jonas Scherner en su ensayo The Role of Private Property in the Nazi Economy: The Case of Industry, el régimen nazi no solo respetó, sino que incluso reforzó la propiedad privada mediante importantes privatizaciones en los años 30 y consideraba la competencia entre firmas capitalistas como un mecanismo de selección de los mejores, siempre, claro está, que se encuadrasen dentro de los propósitos del régimen y no se tratara de propietarios judíos (sobre las privatizaciones en particular véase Germá Bel, Against the mainstream: Nazi privatization in 1930s Germany).

Ni siquiera en el caso de la industria bélica se recurrió normalmente a la estatización o a crear empresas estatales, buscando en lugar de ello diseñar, tal como propone Mazzucato para sus misiones, una variedad de mecanismos de intervención estatal a fin de “inducir a las firmas a proveer voluntariamente al Estado de los medios necesarios para hacer la guerra”, como escriben los recién mencionados Buchheim y Scherner. Ello incluía, entre otros mecanismos, una financiación favorable y abundante, precios regulados, garantías de ventas y rentabilidad, así como el acceso a fuerza de trabajo y materias primas (para profundizar se recomienda la notable obra de Adam Tooze The Wages of Destruction: The Making and Breaking of the Nazi Economy, de 2006).

Por cierto que nuestra autora y sus entusiastas partidarios protestarán por esta comparación, alegando que sus misiones nada tienen que ver con la expansión del Lebensraum para la raza aria por medio de la guerra, la conquista y el exterminio. Sin duda es así, pero lo interesante es, más que los fines que cada uno pueda elegir para sus misiones, el método o forma de organizar la economía que Mazzucato propone en reemplazo de una economía abierta de mercado.

En esencia, de lo que se trata para nuestra autora es reemplazar la demanda de bienes y servicios realizada a partir de decisiones individuales por decisiones colectivas representadas por el Estado. Que a esto se le llame “bien común”, “interés público” o “propósito público”, como hace Mazzucato, tiene poca importancia más allá de la retórica. Ninguna intervención estatal, especialmente en un régimen “dirigista”, sea este una economía plenamente estatizada o una de comando y misiones, ha dejado nunca de justificarse con ese tipo de etiquetas altisonantes que pueden ser más o menos compartidas por su pueblo. Ello no quiere decir que no existan, dentro de las tareas legítimas de un Estado que no pretende limitar innecesariamente el ámbito de la libertad individual, tareas que deban ser asumidas colectivamente bajo la dirección del Estado. De ello ya nos habló con detención Adam Smith en el Libro V de La riqueza de las naciones. De lo que se trata es de no transformar la excepción en regla o la necesidad en virtud y respetar al máximo la autonomía económica, social y política de los ciudadanos. En la propuesta de Mazzucato es evidente que la regla es la intervención estatal, es decir, política, y la excepción las decisiones libres de cada uno. El que esa intervención esté revestida de ropajes democráticos no obsta para que, como toda decisión colectiva, se base en la coacción y el sacrificio de ciertas voluntades en favor de otras (las mayoritarias).

Desplazar los recursos y con ello la demanda hacia órganos estatales es ya de por sí problemático desde el punto de vista la libertad individual, pero igualmente o más lo es construir un sistema de precios o imprimir dinero a voluntad de quienes detentan el poder, cosas que Mazzucato propone como si fuesen innovaciones maravillosas de su fértil cosecha. Sin embargo, este tipo de medidas son y siempre han sido la ilusoria panacea de todo régimen intervencionista y en América Latina se han probado miles de veces con resultados bien conocidos.

En suma, las recetas de Mariana Mazzucato no son en absoluto una buena guía para una especie de viaje espacial hacia un futuro mejor, sino un cazabobos al gusto de populistas, autócratas y burócratas ansiosos de extender su poder, los que sin duda seguirán aplaudiendo con entusiasmo a nuestra autora y pagando generosamente sus asesorías con el dinero de otros.

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