Escándalo con jorobas
No ha resultado fácil hallar un tema amable y pintoresco, afín a la época navideña en que quisiéramos, como Mafalda, bajarnos de un planeta que sólo brinda noticias conflictivas y estresantes; hasta topar con el escándalo que sacude a la Arabia Saudita por las trapisondas en el concurso anual para seleccionar al camello más glamoroso.
Es cierto que en la poderosa monarquía las mujeres obtuvieron autorización en fecha reciente para conducir sus automóviles, pero como aún está lejano el momento en que un émulo de Osmel Souza haga desfilar por las pasarelas a las jóvenes saudíes, la atención del Reino se desvió hacia su animal más emblemático; en un evento patrocinado nada menos que por el mero rey Abdulaziz, en un rincón del desierto cercano a Riyadh, donde los criadores compiten por premios millonarios.
En Dubai funciona sin descanso un sofisticado centro de clonación que permite a los archimillonarios del Golfo eliminar las imperfecciones naturales de sus ejemplares, a un costo que puede rebasar los 100 mil dólares, realzando su belleza e incrementando hasta siete veces su capacidad lechera.
Y ha sido precisamente el monto de la recompensa que indujo este año al maquillaje fraudulento de 43 participantes, con inyecciones de botox para realzar los detalles que suelen atraer la atención de los jurados, haciendo sus labios más protuberantes, y más sensuales las jorobas que los identifican mundialmente en las cajetillas de cigarrillos.
Nunca se habían registrado tantas descalificaciones en los seis años del certamen, aunque en 2018 el análisis con rayos X revelase el empleo del botox responsable de un sinfín de horrendas deformaciones en los rostros humanos, que los organizadores quieren evitar a los rumiantes.
Por eso castigan las adulteraciones con fuertes condenas y privan a los responsables de participar en futuras ediciones del evento que se prolonga bajo el sol del desierto durante cuarenta días e incluye carreras que alguna vez atrajeron el interés de la prensa mundial.
Y es que eran niños quienes conducían a esos enormes bichos a 65 kilómetros por hora, hasta que la UNICEF se preocupó por su seguridad en los albores del milenio, propiciando su reemplazo por robots humanoides de fabricación suiza, tan auténticos que incluso exhalaban el pachulí de los jinetes verdaderos para tranquilizar el aguzado olfato de los animales.
La primera carrera tuvo lugar en Catar en 2005, pese a la oposición de los sectores más tradicionalistas y de las familias que vivían del sudor y a veces de la muerte de los infantes y desde entonces la tecnología ha producido máquinas más pequeñas y económicas, dotadas de látigo y GPS, que pueden medir la velocidad y el pulso de los ejemplares y trasmitirle la voz de su propietarios.
Ahora, a la luz de lo ocurrido, tendrán las autoridades saudíes que extremar la vigilancia para asegurar la transparencia del evento y salvaguardar el prestigio de los inocentes jorobados.
Varsovia, enero de 2022.