Ética, unidad opositora, y república democrática: ¿se puede construir lo nuevo sin cambiar los métodos?
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Para un ciudadano que, como yo, como la inmensa mayoría de los ciudadanos nicaragüenses, no vive ni vivirá de la política, ni del activismo profesional [ocupación que, confieso, no conocía hasta hace poco], abrir los ojos tras el shock de terror del 2018 y ver desde cerca el mundo de las pequeñas minorías que “hacen política” –lo que la gente llama “clase política”, sea esta vieja o de aspirantes– es una experiencia que decepciona y duele; pero a la vez, alecciona, y nos prepara para enfrentar los retos de la realidad con mayor inteligencia y fortaleza.
Ya lo dice el texto bíblico: “La verdad los hará libre”. Aparte del contenido teológico de esta afirmación, su sabiduría es transcendental y universal: si no conocemos la verdad no podemos caminar sin caer en precipicios el camino de la vida personal, y el de las naciones.
Y para conocer la verdad no solo es necesario tener los ojos abiertos y usar la inteligencia, sino, ante todo, proceder con integridad. De algún autor leí que ser íntegro consistía en actuar correctamente cuando nadie nos ve. Equivalentemente, ser íntegro es buscar el aprendizaje, pensar cuidadosamente, y luego aceptar las conclusiones de nuestro pensamiento. No esconder a otros la verdad que creemos haber descubierto, ni ocultarnos a nosotros mismos la realidad que logramos discernir, por más desagradable que esta sea. Imagínense a un cirujano que cierre los ojos a la hora de operar. ¿Podrá hacerlo con éxito?
La tragedia ética de Nicaragua
A todo lo dicho asentirán sin parpadear, y sin que por sus ojos cruce la menor apariencia de duda, sin tartamudear, con toda firmeza, universalmente, los políticos viejos y nuevos de nuestra atormentada tierra, empezando, claro, por los monstruos de El Carmen, quienes recitan y predican beatitudes evangélicas mientras recetan y practican crueldad y maledicencia.
Pero la realidad es otra, como me he atrevido a señalar, luego de atisbar hacia el interior de las catacumbas y barracas donde se “hace política” entre los nicaragüenses: hay gente íntegra, pero el aire está viciado, cuesta respirar; y quienes entran con la intención sana de practicar la política como vehículo de libertad y por el bien común, se convierten fácilmente en el blanco de la ferocidad con la que la codicia y la mezquindad se defienden ante el bien. La sociedad nicaragüense es un organismo a tal extremo dominado por la corrupción ética que sus anticuerpos atacan al “virus” de la integridad tanto como atacan al “virus” de la democracia. Si no fuera así, ¿no te parece, respetado lector, que otra sería nuestra realidad?
La Buena Nueva
La noticia de la esperanza, la que aterra a las élites, clanes aspirantes al poder, y a muchos charlatanes que buscan beneficio en el barullo, es que el virus de la integridad, y el de la democracia viven. Viven y vivirán, porque en el ser humano también reside la conciencia del bien y la necesidad de acogerse a su sombra. Viven y vivirán mientras haya entre nosotros quienes prefieran ser llamados “pendejos”, e “ilusos” a vivir como inmorales a expensas de la esperanza y del futuro de millones. No puedo menos que recordar el consejo bien intencionado, producto de la inteligencia de un joven y noble pensador, que en privado me ha advertido, varias veces, que deje de soñar, porque la putrefacción hace imposible el cambio. Sus palabras más recientes han sido algo así como una lápida pesada que viene de su propia y amarga experiencia: la clase política (se refiere a los “nuevos”, a los que dicen oponerse a la dictadura) está podrida y parece hasta carecer de racionalidad; pero, me dice (y aquí parafraseo): “no queda más remedio que pactar con gente podrida”. Mi respuesta, a él y a todos, desde el fondo de mi corazón y de mi mente: “no es posible construir una casa con madera podrida”. Pero, lo más importante, y esto lo sabemos la inmensa mayoría de ciudadanos, es que hay un bosque de maderas preciosas entre nosotros, que hay madera, de la buena, y que hemos visto destellos de lo que puede florecer y de la casa que se puede construir con ella.
Algunas conclusiones relevantes a la lucha por la libertad de Nicaragua
La primera y más importante conclusión—a la cual ya llegaron los pensadores griegos hace 25 siglos—es que la ética es práctica. Si nuestra sociedad padece de opresión e injusticia, si hemos caído en una miseria injustificable, si, aprovechando nuestros vicios, los más perversos logran usurpar el poder, necesitamos, no solo desalojar a los actuales usurpadores, sino combatir los vicios que crecen junto a la opresión, y son a su vez semilla de esta. No estamos solos en esta batalla, que es parte de la naturaleza humana. Se dice que Napoleón Bonaparte afirmó: “a los pueblos no se les gobierna por sus virtudes, sino por sus vicios.” Veámonos en ese espejo, y veamos cómo otros pueblos, sin ser perfectos, han logrado hacer retroceder la barbarie, y los vicios de esta y para esta.
Lo segundo, el corolario, es que hay que comportarse de acuerdo con principios, independientemente de que la vieja cultura política, y los mañosos de todos los colores, “peguen el brinco”, armen berrinches, ofendan e intenten sabotear el camino de quienes quieren marchar por la recta senda.
Por esto concuerdo con lo que entre los organizadores del Congreso de Unidad de los Nicaragüenses Libres hemos tratado de defender como sagrado; un proceder que desde el punto de vista ético es innegociable. Porque esa es otra conclusión: ¡no todo es negociable! El bien no es transable, la integridad no tiene precio, y el futuro de la nación y de la democracia no se compran y venden en un bazar.
Por eso, no puede tolerarse la exclusión por razones de diversidad política que viola los derechos humanos, ni los pactos ilegítimos para repartirse cuotas de poder pasando por encima de lo que la mayoría decida en votación abierta. No puede despojarse a los ciudadanos del derecho a decidir a través de su voto, ni permitir que se les someta a pantomimas en las que apenas sirven de público para aplaudir y “ratificar” programas ya hechos y acordados por cúpulas, en lugar de ser protagonistas y votar.
Por eso, cuando hablamos de “Congreso” y “organización”, hablamos de hombres y mujeres libres, en control de sus actos y de la organización que ellos mismos construyen, con orden democrático y respeto a su capacidad de proponer y decidir.
Porque no creemos ser, o que haya, ungidos que tengan derecho a ser mandamases. No hay ciudadanos de segunda, hay ciudadanos. Nadie tiene derecho a imponerse a los demás porque “ha estado en la lucha”, una versión del nefasto “le cuesta la causa” con que se ha justificado tantas veces la corrupción de quien luchó quizás en un momento y luego reclama privilegios y beneficios.
Todas estas fallas éticas, muy comunes entre nosotros, deben ser combatidas porque nos hacen más difícil la transformación democrática del país, y en momentos cruciales quitan aliento a la lucha. Son manifestaciones de la corrupción que corroe nuestra sociedad y nos lleva al caciquismo, la exclusión de la mayoría, la intolerancia contra minorías, nuestra capacidad colectiva de vivir una cultura de orden democrático, sin la cual la libertad es imposible.
Las mañas viejas hacen imposible que haya democracia, porque sin orden en la toma de decisiones se aprovechan los grupúsculos corruptos y los aspirantes a caudillos para pactar a espaldas y a expensas de los demás.
Ya basta de eso: hay que regresar a valores esenciales, a actuar en política de acuerdo con principios, y no seguir la práctica de pantomimas y “vivezas” para que un pequeño grupo gane cueste lo que cueste.
Esta ha sido hasta ahora la filosofía de muchísimos en la lucha por el poder en Nicaragua, y es manifiesta en sus peores expresiones, los Ortega-Murillo, pero también entre individuos y grupos que están en la oposición.
Esta es la filosofía que hay que superar, porque el camino aparentemente más corto, el de la “viveza”, la mentira, las mañas y los arreglos y pactos antidemocráticos, es en realidad para el pueblo, para la nación, el calvario más largo.
Dejemos ese engaño atrás y abracemos la verdad, que nos hace libres. Dejemos de considerar iluso o idiota, o pendejo, al que “no se arregla” cuando le conviene, al que rechaza los medios corruptos de los viejos zorros de la política y el activismo profesional.
Construyamos una sociedad libre de gente libre. Para caminar más rápido hacia ese noble destino, ¡despojémonos del lastre de la corrupción!