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Cecilia Bartoli: «La música demuestra que hay otra dimensión»

Es una de las mezzosopranos más famosas del mundo. Espectadores y críticos adoran a esta italiana, la primera mujer en la historia a la que se le ha permitido cantar con el coro de la capilla Sixtina. En esta entrevista, Cecilia Bartoli nos habla de sus aventuras en París, de Roger Federer y de por qué cuando canta un aria cree en Dios.

Lleva tres décadas en la cumbre. A sus 55 años, Cecilia Bartoli es una de las mezzosopranos más famosas del mundo, aclamada en los escenarios más importantes: la Metropolitan Opera de Nueva York, la Opernhaus de Zúrich, el Festival de Salzburgo… Se convirtió en una estrella con poco más de 20 años y ha vendido más de 12 millones de ejemplares de sus grabaciones en audio y vídeo. Ejerce como directora artística del Festival de Pentecostés de Salzburgo y en breve se pondrá al frente de la Ópera de Montecarlo. Ha ganado cinco premios Grammy. También ha sido la primera mujer en la historia de la cristiandad a la que se le ha permitido cantar con el coro de la capilla Sixtina. El mes pasado salió a la venta su último álbum, Unreleased. Incluso un cocinero de San Francisco le ha puesto su nombre a una receta de raviolis. Espectadores y ensayistas, periodistas y críticos adoran a Cecilia Bartoli con una pasión que lleva a preguntarse si no habrán bebido todos ellos de la misma pócima de amor.

Nos recibe sonriente en el hotel Amigo del centro histórico de Bruselas. A lo largo de la conversación, Cecilia Bartoli ríe mucho y con ganas, aunque hay un momento en el que también le asoman lágrimas a los ojos y otro en el que, hablando de cómo salvar el mundo, golpea la mesa.


XLSemanal. Lleva más de 30 años sobre los escenarios. ¿Cómo ha cambiado su voz en este tiempo?

C.B. La voz es el instrumento más poderoso porque es el que está más cerca del alma. Pero también es muy peculiar. Los demás instrumentos, el piano, el violín, están fuera del cuerpo, solo la voz está dentro. Tienes que pintar con la voz. Y eso lleva tiempo. Cuando eres muy joven, descubres que tienes ese instrumento, pero todavía no sabes hacer gran cosa con él. Solo utilizas tres, cuatro colores. Pero con los años, con la práctica, aprendes a usar más y más colores.

XL. ¿Acaba de decir de una forma elegante que cada vez es mejor cantante?

C.B. La voz cambia. La experiencia te permite ir más lejos.

 

«La voz es el instrumento más poderoso porque está cerca del alma. Es la forma más sincera de transmitir un mensaje. Con palabras, si se es bueno usándolas, se puede retorcer todo. Si no, mire a los políticos»

 

XL. Una carrera internacional como la suya debe de ser brutal para el cuerpo. ¿Cómo les va a sus rodillas?

C.B. A mis rodillas les va bien. ¡Pero los pies ya son otra cosa! Estar tres horas en el escenario con tacones no es nada bueno. Lo más complicado no es cantar, sino andar con zapatos altos.

XL. ¿Alguna vez ha temido por su voz?

C.B. ¿Temer? No. Cantar es como hablar, andar o comer. Cuanto más natural lo hagas, menos paranoica te vuelves. Normalmente no te levantas por la mañana pensando: «¿Podré andar hoy?».

XL. ¿Es cierto que no monta en Vespa porque tiene miedo de resfriarse?

C.B. Cuando era joven, en Roma, bailaba en un grupo de flamenco y nos duchábamos después de actuar. Después salíamos a la calle corriendo con el pelo mojado y recorríamos la ciudad en Vespa. Así es normal que acabes cogiendo un resfriado. Hoy intento evitarlo. Por otro lado, si acostumbras un poco al cuerpo, al final no te constipas tanto. Pero, si siempre estás con bufanda y una vez te la dejas en casa, ese día te enfrías seguro.

XL. ¿No tiene miedo entonces?

C.B. ¿Miedo? No. Pero los resfriados son mi enemigo número uno, obviamente.

XL. Y el coronavirus sería el rival definitivo.

C.B. Lo es para todos. No es una cuestión solo de las cuerdas vocales. Pero hemos avanzado con respecto al año pasado. Hay conciertos. Pero todavía sigue habiendo muchas cancelaciones. De hecho, mi próxima actuación tendría que haber sido en Ámsterdam, pero se suspendió. Por suerte pudimos cerrar otro concierto para el mismo día en Burdeos y las entradas se agotaron en 24 horas. Sorprendentemente.

 

 

 

 

 

alternative textSueños de ‘bailaora’. Cecilia, antes de ser ‘la Bartoli’, quiso ser bailarina de flamenco. «Me encanta bailar y ver bailar». Lo dejó porque ya había comenzado sus estudios musicales y, en ese momento, dice, se podría afirmar que los genes se hicieron cargo y se decidió por el canto.
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XL. ¿Sorprendentemente? Bueno, en fin, usted es Cecilia Bartoli…

C.B. No creo que esa sea la causa. Lo que pasa es que la gente tiene unas ganas enormes de volver a la vida, y los conciertos son parte de ella.

XL. Otros cantantes pierden la voz. ¿Cómo protege la suya?

C.B. Muchos la fuerzan, la llevan al límite. Mi secreto ha sido y es intentar no ir al límite. De todos modos, si alguna vez llego al límite, nunca lo muestro. Es lo mismo que pasa en el deporte con los músculos. Si un día trabajas un músculo demasiado, al día siguiente te duele. Tu cuerpo te está diciendo que deberías parar, dejarlo descansar. Pero, cuando son jóvenes, muchos cantantes piensan: «Vale, sí, me duele un poco, pero puedo seguir». Hay que escuchar al cuerpo; si no, le hacemos daño, lo destruimos.

XL. ¿Cantar es un deporte?

C.B. De vez en cuando veo algún partido de Roger Federer. Es fantástico. Nunca ha forzado su cuerpo. El factor determinante es su técnica. Y todavía sigue jugando, a su edad… Aprendo mucho de él. Lo hace todo con técnica, con clase, con estilo, no con presión.

XL. ¿Cree que a Federer le gusta su música?

C.B. Creo que sí. Una vez quiso venir a un concierto, pero no sé si al final lo hizo.

XL. ¿Canta en la ducha?

C.B. Oh, sí. Canto para mí. No necesariamente música clásica. Eso sí, cuando escucho rock, intento no cantar. Te destroza las cuerdas vocales.

 

«En el escenario no dejo traslucir los nervios aunque tenga las manos heladas. Aprendo mucho del tenista Roger Federer. Lo hace todo con técnica, con clase, con estilo, no con presión»

 

 

XL. Una vez dijo que cantar a Rossini era la mejor terapia para mantener el instrumento fresco y flexible. ¿A qué se refería?

C.B. Rossini sabía lo que una voz necesita. Sabía que hay que mantener la voz flexible. En sus notas ves constantemente variaciones, pasos de notas bajas a muy altas, y de altas a bajas. Es armonioso. Si quieres cantar a Rossini, tienes que mantenerte ágil y entrenar. Con Rossini no puedes forzar.

XL. ¿Sigue practicando?

C.B. Claro. Durante los peores momentos de la pandemia se me hizo muy duro, horrible, lo único que vale de verdad es el escenario. Sin la adrenalina del escenario se canta de otra manera. Se tiene un equilibrio corporal diferente. Durante el confinamiento sentía cómo se me adormecían los músculos. Me preguntaba: «Oh, Dios, ¿cómo haré para ‘despertarlos’?». Y, bueno, al final los desperté. La respiración también es mucho más difícil de controlar sobre el escenario, cuando estoy nerviosa.

XL. ¿Sigue poniéndose nerviosa?

C.B. Naturalmente.

XL. Y miedo escénico ¿sigue teniendo?

C.B. No dejo traslucir los nervios, como es lógico. En el momento en el que, como cantante, muestras tu nerviosismo estás en peligro. Tiene un efecto muy negativo sobre la representación. Así que tienes que hacer como si no estuvieras nerviosa, aunque tenga las manos heladas.

XL. Una vez dijo: «Cuando canto, a veces tengo la sensación de que Dios está a mi lado, y lo está en su forma femenina». ¿Qué significa eso?

C.B. La música nos demuestra que hay otra dimensión. A través de un aria de Händel, por ejemplo, todos podemos entrar por un instante en una dimensión diferente, y en esos momentos yo creo en Dios. Para mí, Dios es más bien femenino.

XL. ¿Hay un lado oscuro de la fama?

C.B. Hay un precio que tienes que pagar. Todos transigimos con algo, todos hacemos concesiones cada mañana, desde que nos despertamos.

XL. Pero las concesiones que tiene que hacer la mayoría de la gente poco se parecen a las suyas.

C.B. Las de unos son más grandes, las de otros son pequeñas, pero siguen siendo concesiones.

XL. ¿Le apetecería fumarse de vez en cuando un cigarrillo a escondidas y pasarse toda la noche dando vueltas por Roma en una Vespa con un vestido ligero?

C.B. Cuando tenía 20 años, me iba de fiesta por la noche con mis amigas y, cuando al día siguiente tenía que salir al escenario, pensaba: «Oh, oh, ¡problema!». Pago un precio, pero por algo que me gusta.

XL. Es una de las mezzosopranos más famosas del mundo. ¿Esa posición produce soledad?

C.B. Si eres deportista, tienes que imponerte a otros. Pero nosotros somos nuestros propios rivales. Los espectadores te comparan con hoy, con ayer, con el año que viene. Y las expectativas terminan siendo muy altas. Pero me encanta.

 

«Durante los peores momentos de la pandemia se me hizo muy duro, horrible. Sin la adrenalina del escenario se canta de otra manera. Se tiene un equilibrio corporal diferente»

 

XL. ¿Hay que ser viejo y rico para ir a la ópera o a un concierto?

C.B. Existe la idea de que la música clásica solo es para personas cultivadas, pero Mozart era una estrella pop. Vivaldi, Händel… componían para las masas.

XL. Hace tres siglos.

C.B. Sí, pero creo que es más cuestión de cómo le hacemos llegar hoy la música a la gente. Y no es verdad que la ópera sea demasiado cara. Una vez compré entradas para ir a ver al grupo One Direction con mi sobrina en Milán…

XL. ¿También va a conciertos de música pop?

C.B. Durante mucho tiempo no tuve oportunidad de ir a ese tipo de conciertos, pero aquel día pensé: «Me voy con ella». Imaginaba que las entradas costarían unos 20 euros. Pero costaban 100. ¡Y encima para estar de pie! Al próximo que me diga que un concierto de música clásica es caro ¡lo mando a ver a One Direction!

XL. Una vez dijo que la música puede ayudar a salvar el planeta. ¿Cómo?

C.B. La música tiene el poder de ir directamente al corazón. No necesitas palabras. Por eso es tan poderosa. ¡Bam!, entra directamente. La música es la forma más sincera de transmitir un mensaje. Con palabras, si se es bueno usándolas, se puede retorcer todo. Mire a los políticos. Pero cantar exige sinceridad. Si la gente escuchara de verdad la música de los demás, probablemente dejaríamos de tener guerras.

XL. ¿Me permite preguntarle por un par de leyendas bastante locas que circulan sobre usted?

C.B. Sí, claro.

XL. ¿Una vez se fue a Japón con el coche desde Roma por su miedo a volar?

C.B. Es cierto que no me gusta volar, pero tengo un Fiat 500, habría sido complicado llegar con él a Japón.

XL. ¿De qué color es?

C.B. Rojo. Con uno de esos cambios antiguos con los que tienes que estar cambiando de marcha todo el tiempo.

 

«Claro que canto en la ducha, pero no necesariamente música clásica. Eso sí, intento no cantar ‘rock’, te destroza las cuerdas vocales»

 

XL. ¿A los 16 años se fue con su novio a París y tuvo que cantar en una boca de metro para poder pagar el billete de vuelta a casa?

C.B. Es cierto. Pero no era mi novio, éramos tres amigas. Estudiábamos las tres en el conservatorio. A nuestras madres les dijimos que nos íbamos a dormir a la casa de alguna de las otras dos. Y en vez de eso nos fuimos las tres a París con muy poco dinero. Aunque dormimos en un hotel muy barato, al final nos lo gastamos todo. Por aquel entonces ya éramos cantantes, no tan buenas como hoy, pero ya habíamos hecho algunas cosas. Decidimos ir al Boulevard des Capucines, en los alrededores de la Ópera Garnier, hay muchos restaurantes en la zona. Cantamos a cappella. Con un par de arias de Purcell ya habíamos sacado dinero suficiente para comprarnos los billetes de vuelta. ¿Sabe lo más curioso de todo? Tres años más tarde canté en la Ópera Garnier. Fue una sensación indescriptible.

XL. ¿Es cierto que durante un concierto en Chicago con Daniel Barenboim se le rompió el vestido?

C.B. Sí, pero no llegué a quedarme desnuda del todo. El problema era el corpiño, no cerraba bien.

XL. ¿Por qué tenía que llevar corpiño una mezzosoprano como usted?

C.B. Porque así es como iba la gente en el siglo XVIII. El caso es que se abrió en mitad del escenario y tuve que salir como pude para que no se me cayera el vestido entero. Barenboim lo vio y empezó a reírse mientras seguía dirigiendo.

XL. Hábleme, por favor, de la sopa minestrone de su abuela…

C.B. Mi abuela era una granjera de los alrededores de Parma. Una vez la invité al Met de Nueva York. Luego nos fuimos a cenar y nos sirvieron una cena descomunal, mi abuela no podía creérselo. Unas semanas más tarde fui a verla a su granja y, cuando estábamos en la cocina, me dijo: «Oh, Dios mío, mi pequeña ha venido desde tan lejos y yo le doy de comer mi humilde minestrone, ¡qué vergüenza!». Y yo le respondí: «Nonna, tu minestrone es insuperable, no se puede comparar ni con todo el caviar del mundo». Mi abuela se sintió muy feliz.

XL. Una vez dijo: «En casa como pasta para desayunar».

C.B. Entonces pesaría 200 kilos…

XL. ¿En su casa comen pasta en Navidad?

C.B. La tradición es comer raviolis con relleno de calabaza en Nochebuena.

XL. ¿Y cantan junto al árbol?

C.B. Somos una familia italiana. La Navidad al principio siempre es muy bonita, preparamos una comida maravillosa, bebemos vino, luego abrimos los regalos. ¿Que si cantamos? Bueno, lo que de verdad suele pasar en Navidad es que nos peleamos.

 

 


 

 

 

© Der Spiegel

 

Fotografía: Wandycz Kasia

 

 

 

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