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 Steven Pinker: Tres maneras de ser más racional este año

Steven Pinker

Traducción de Ana Vélez

 

Mucha gente aprovecha el Año Nuevo para pasar la página –actuar de una manera más racional, en aras de sus intereses. Sin embargo, hay que confesar que esto es mucho más difícil de lo que parece.

Aquí encontrarán tres ejemplos de la serie de la BBC, Think with Pinker, acerca de trampas irracionales comunes y cómo evitarlas.

  1. El futuro tú

Cuando las personas contrastan lo que «piensan» con lo que «sienten», a menudo lo que tienen en mente es la diferencia entre el disfrute inmediato y a largo plazo. Por ejemplo, entre un banquete ya y un cuerpo esbelto mañana; entre una baratija hoy y fondos suficientes para cuando toque pagar el alquiler; entre una noche de pasión y los hechos de la vida nueve meses más tarde.

Este contraste entre los tiempos se siente como una lucha interna, como si tuviéramos un yo que disfruta de pasar mucho tiempo viendo una serie de televisión y otro yo que disfruta de sacar buenas notas en un examen.

En un episodio de Los Simpson, Marge advierte a su esposo que se arrepentirá de su conducta, y él responde: «Ese es un problema para el Futuro Homero. Hombre, no envidio a ese tipo». Esto plantea una pregunta: ¿deberíamos sacrificarnos ahora para beneficiar a nuestro futuro yo?

La respuesta es: no necesariamente. Minimizar la importancia del futuro es hasta cierto punto racional. Es la razón por la cual insistimos en que los intereses bancarios compensen el hecho de entregar dinero ahora a cambio de obtener más después. Después de todo, tal vez muramos y nuestro sacrificio haya sido en vano. Como lo advierte la calcomanía pegada en el carro, «La vida es corta. Cómete el postre de primero».

Tal vez la ganancia prometida nunca llegue, como cuando un fondo de pensiones quiebra. Y, después de todo, solo eres joven una vez. No tiene sentido ahorrar durante décadas para comprar un costoso equipo de sonido y adquirirlo a una edad en la que ya no puedes notar la diferencia.

Por tanto, nuestro problema no es que minimicemos la importancia del futuro, sino que se nos va la mano en ello. Comemos, bebemos y nos regocijamos como si fuéramos a estar muertos en unos pocos años. Y dejamos miopemente el futuro a un lado. Sabemos que en algún momento deberíamos empezar a ahorrar para la época de las vacas flacas, pero el dinero que tenemos ahora nos hace un agujero en el bolsillo.

La lucha entre un yo que prefiere una pequeña recompensa ya y un yo que prefiere una recompensa mayor después está entretejida en la condición humana. Desde hace tiempos se representa en el arte y el mito. Como en la historia bíblica de Eva que se come la manzana a pesar de la advertencia de Dios de que ella y Adán serán exiliados del Paraíso si lo hace, y también en la de la cigarra de la fábula de Esopo, que pasa su verano cantando mientras la hormiga trabaja para almacenar comida, y en el invierno pasa hambre. Pero la mitología también nos cuenta de una famosa estrategia de autocontrol. Odiseo se hizo atar al mástil para no ceder al seductor canto de las sirenas y así evitar dirigir su barco hacia las rocas. Es decir, nuestro yo presente puede ser más astuto que el yo futuro al restringir sus opciones.

Cuando estamos saciados, podemos botar el chocolate, para que cuando tengamos hambre no tengamos con qué desmandarnos. Cuando aceptamos un trabajo, autorizamos a nuestros empleadores a sacarnos parte de nuestro salario para la jubilación, para que no haya excedentes para malbaratar a fin de mes.

Esta una forma en la que podemos usar la razón para vencer la tentación, sin depender del esfuerzo bruto de la fuerza de voluntad, que fácilmente va a dejar de funcionar en el momento.

  1. «Me parece que es como una comadreja»

Hamlet no fue el único observador del cielo que vio cosas en las nubes lejanas. Este es un pasatiempo de nuestra especie. Buscamos patrones en el caleidoscopio de la experiencia porque pueden ser signos de una causa o un agente ocultos. Pero esto nos hace vulnerables a alucinar causas falsas en ruidos al azar.

Cuando los eventos ocurren aleatoriamente en el tiempo, se agrupan inevitablemente en conjuntos en nuestra mente, a menos que haya algún proceso no aleatorio que los separe. Y así, cuando experimentamos eventos que suceden en tiempos aleatorios en la vida, es probable que pensemos que las cosas malas suceden juntas, que algunas personas nacen con mala estrella, o que Dios está probando nuestra fe.

El peligro radica en la idea misma de «aleatoriedad», que en realidad son dos ideas.

La aleatoriedad puede referirse a un proceso anárquico que arroja datos sin ton ni son, como el lanzamiento de un dado o de una moneda. Pero también puede referirse a los datos mismos cuando se asocian de una manera simple.

Por ejemplo, «cara, sello, sello, cara, sello, cara» parece aleatorio, mientras que «cara, cara, cara, sello, sello, sello» no, porque el segundo ejemplo se puede asociar en «tres caras, tres sellos».

Las personas consideran que el segundo resultado es menos probable, aunque cada secuencia de lanzamientos de la moneda sea igualmente probable. Incluso, pueden apostar a que después de una larga serie de caras, tiene que venir un sello, como si la moneda tuviera memoria y el deseo de parecer justa —la tristemente célebre falacia del tahúr.

Lo que a menudo no apreciamos es que un proceso aleatorio puede generar datos de apariencia no aleatoria. De hecho, está garantizado que tarde o temprano lo hará. Nos impresionan las coincidencias porque olvidamos cuántas formas hay de que ocurran.

Por ejemplo, estás en una fiesta con dos docenas de invitados, ¿cuál es la probabilidad de que dos cumplan años el mismo día?

La respuesta es «mayor que el 50%». ¡Y con 60 invitados, es el 99%!

Las altas probabilidades nos sorprenden, porque nos parece poco probable que un invitado al azar comparta nuestro cumpleaños o cualquier otro cumpleaños. Lo que olvidamos es cuántas oportunidades de coincidencias hay (60 X 59, o 3 540), en comparación con la cantidad de cumpleaños (366).

La vida está saturada de estas oportunidades. Quizás la matrícula del carro que tengo delante muestre parte de mi número de teléfono al revés. Quizás un sueño o un presentimiento se haga realidad; después de todo, miles de millones de ellos flotan todos los días en la mente de las personas.

El peligro de sobreinterpretar las coincidencias explota cuando las destacamos después de los hechos, como el adivino que se jacta de una predicción correcta escogida entre una larga lista de errores que él espera que todos hayan olvidado. Esta se llama la falacia del francotirador de Texas, refiriéndose al tirador que dispara una bala en la pared de un granero y luego pinta un objetivo circular alrededor del agujero para que parezca que es un gran tirador.

Detectar patrones es especialmente atractivo cuando elegimos el patrón solo después de haberlo mirado, cuando decimos, como Hamlet con sus nubes, será una comadreja, o un camello o una ballena.

Sobreinterpretar la aleatoriedad es un riesgo ocupacional cuando se vigila el camino aleatorio de los mercados financieros, mientras que, resistirse a toda tentación brinda una oportunidad al inversionista ducho. También brindan la oportunidad de vivir la propia vida no pensar que todo sucede por una razón y no guiar las elecciones personales por razones que no existen.

  1. Tener razón o dar en el clavo

Siempre que participamos en una discusión intelectual, nuestro objetivo debe ser converger en la verdad. Pero los humanos son primates y, a menudo, el objetivo es convertirse en el polemista alfa, lo que se puede hacer de manera no verbal: con la postura arrogante, la mirada dura, la voz profunda, el tono perentorio, las interrupciones constantes y otras demostraciones de dominio.

La dominación también se puede buscar en el contenido de una discusión por medio de una serie de trucos sucios, diseñados para hacer que el oponente parezca débil o tonto. Estos pueden incluir:

Argumentar «ad hominem»: atacando a la persona en lugar de al argumento en sí.

Derribar al «hombre de paja»: distorsionando el argumento de la otra persona y luego atacando la distorsión.

Culpabilizar por asociación: en lugar de exponer fallas en un argumento, llamar la atención sobre las personas de mala reputación que simpatizan con este.

El combate intelectual, sin duda, puede ser un deporte excitante para los espectadores. Los lectores de revistas literarias se saborean con los fulminantes contra-argumentos entre los gladiadores intelectuales. Un género popular de videos de YouTube presenta a un héroe que «destruye», «posee» o «derriba» a un desventurado interrogador (fíjense en las metáforas).

Pero si el objetivo del debate es aclarar nuestra comprensión, en lugar de arrodillarnos ante un alfa, deberíamos encontrar formas de controlar estos malos hábitos.

Todos podemos promover la razón cambiando las costumbres de las discusiones intelectuales, de modo que la gente trate sus creencias como hipótesis que deben probarse en lugar de eslóganes que deben  defenderse.

 

En inglés en: Steven Pinker

 

 

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