Ortiz: La autocracia digital de Putin
Vladimir Putin, heredero ruso de la vocación imperial de los zares y de Stalin, perpetra una estrategia de mandamás doblemente digital:
Por un lado digita la vida política, social, económica, cultural, deportiva, comunicacional y hasta religiosa rusa,
con un afán de atropello que no vacila en envenenar a sus adversarios o agredir a las naciones vecinas.
Por el otro usa los avances cibernéticos para consolidar su abuso de poder y su continuismo en el gobierno. Así sostiene los laboratorios de guerra sucia digital que interfirieron a favor del Brexit en Inglaterra, de candidatos en elecciones norteamericanas, del separatismo catalán en España, de la corrupción, guerrerismo y represión de las dictaduras de Bolivia, China, Cuba, Irán, Nicaragua, Siria, Turquía, Venezuela…
El astuto, carismático y amoral Putín, ya lleva más de 20 años al frente del gobierno despótico de Rusia (y acomodó las leyes para mandar más de 30) y, además de la demagogia hipernacionalista, tejió una telaraña para afincar su dominio absoluto, en la cual medran el ejército ruso, partidos fantoches, medios y periodistas serviles, jueces y fiscales sumisos, la jerarquía de la Iglesia ortodoxa, el empresariado oligárquico alérgico a la libre competencia, la gendarmería opresiva y los “soliviks” (antiguos espías y esbirros obedientes a su colega Putín y, por ende, convertidos en burócratas de rango y/o potentados), entre otros cómplices.
Este es el Putín que hoy moviliza 100 mil hombres y armas ofensivas para humillar a Ucrania, e improvisa un arreglo de ocasión con China para someter las alianzas democráticas de Europa, Estados Unidos, Japón, Taiwan, Corea del Sur y controlar a la Latinoamérica confusa.
Pero los caudillos totalitarios suelen embriagarse de narcisismo y perder el sentido de la realidad. Es así que comprometen guerras infames, inconducentes y onerosas, que muchas veces terminan sacándolos del poder.
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