Villasmil: Mutilaciones a la dignidad
“La afirmación de la dignidad es el postulado básico para fundar el modo de vida que queremos”. Respetables palabras del filósofo español José Antonio Marina en su libro “La lucha por la dignidad – Teoría de la felicidad política”.
¿Y qué es la dignidad? Sigamos con Marina: “ Afirmamos que el ser humano tiene un valor intrínseco, sólo por ser persona, y que ese valor debe ser protegido. ¿De qué y cómo? En primer lugar del dolor, luego del miedo, de la esclavitud, de la ignorancia, de la discriminación. ¿Cómo? Afirmando que hay un modo claro, creador, operativo, práctico de definir la dignidad: Dignidad es poseer derechos y reconocérselos a todos los seres humanos”. Alguien que se lo recuerde a Vladimir Putin.
Es obvio que un dato esencial en la protección de una democracia hoy atacada por todos los flancos, es la defensa de la dignidad. Hoy haremos referencia a una expresión fundamental: la dignidad de la mujer.
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No respetar los derechos humanos es convertir al ser humano en un medio, no en un fin, es no tomar en cuenta sus penas y tribulaciones, es instrumentalizarlo para darle provecho a la ambición de un autócrata, o para negarle sus derechos individuales colocando por encima valores ideológicos, culturales e identitarios.
A lo largo de la historia razones “culturales” han sido colocadas por encima del individuo; un ejemplo actual es la defensa -en especial por ciertas posturas de izquierda- de un supuesto “predominio” de las culturas no occidentales, como las indígenas. Se derrumban estatuas de Colón por doquier, el presidente de México no deja de hacer el ridículo -como en su momento lo hizo otro autócrata populista, Hugo Chávez- defendiendo una aparente cultura del “buen salvaje” que habría sido violada por la llegada del europeo.
Un ejemplo contrario: el rey Ahuízotl (quien gobernó a los Mexicas entre 1486 y 1502, siendo sucedido por Moctezuma) sacrificó en México a 80.400 personas -esclavos y prisioneros de guerra de poblaciones cercanas- sólo para la inauguración de un templo.
Pero hoy, en el presente, a la vista de todos, hay una práctica cultural que afecta a decenas de millones de mujeres en todo el mundo, y que ha sido sistemáticamente denunciada por organizaciones como Amnistía Internacional: la mutilación genital femenina.
“La mutilación genital femenina (MGF) es una práctica que implica la alteración o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos y que internacionalmente es reconocida como una violación grave de los derechos humanos, la salud y la integridad de las mujeres y las niñas” (ONU).
Según las Naciones Unidas se practica en 30 países africanos y en Oriente Próximo. En países como Egipto la sufre casi la totalidad de las mujeres. En Asia, en Irán, Malasia e Indonesia. También en algunos tribus indígenas –“de buenos salvajes”- en América Central. Incluso en Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda en comunidades de inmigrantes.
Los efectos físicos o psicológicos son tremendos. Puede causar complicaciones de salud a corto y largo plazo, incluido dolor crónico, infecciones, sangrados, mayor riesgo de transmisión del sida, ansiedad y depresión, trastornos renales, complicaciones durante el parto, infecundidad y, en el peor de los casos, la muerte. Obviamente, el primer acto sexual se convierte en una terrible experiencia para la mujer. Para algunas siempre será doloroso.
Lo peor es que hay incluso una forma extrema de mutilación: la infibulación, conocida también como “circuncisión faraónica”. Hasta un 15% de las mutilaciones que se practican en África serían infibulaciones. Con perdón del lector, no voy a ahorrarle la horrorosa descripción:
“El procedimiento incluye la extirpación total o parcial del clítoris, la extirpación total o parcial de los labios menores, y la ablación de los labios mayores para crear superficies en carne viva que después se cosen o se mantiene unidas con el fin de que al cicatrizar tapen la vagina. Se deja una pequeña abertura para permitir el paso de la orina y del flujo menstrual. La mutilación se lleva a cabo utlizando un cristal roto, la tapa de una lata, unas tijeras, o cualquier otro instrumento cortante”.
La edad en que se realiza varía, oscila entre poco después del nacimiento y el primer embarazo, pero generalmente se practica entre los cuatro y los ocho años.
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Las Naciones Unidas han establecido el 6 de febrero como el día de “tolerancia cero” con la mutilación genital femenina. Y hay el objetivo de erradicarla para el 2030.
Pero una cosa son los buenos deseos y otra la realidad político-cultural. Y existe una lista de defensores de la práctica incluso en ámbitos académicos, los llamados “culturalistas”, que afirman que todas las manifestaciones culturales merecen ser protegidas. Olvidan que todas las grandes conquistas occidentales a favor de la dignidad humana -la lucha contra la esclavitud, contra el racismo, contra la tiranía- comenzaron oponiéndose a una praxis cultural arraigada.
Estos señores convierten asimismo el mito de la cultura como único criterio moral supremo, despreciando absolutamente los derechos de la persona.
Como recuerda el profesor Marina, el mito del relativismo cultural se relaciona con el fetichismo de la defensa de la “identidad”, el ataque al progreso, el gusto al primitivismo, el nacionalismo, los indigenismos, y la imposibilidad de una ética universal.
Las culturas deben protegerse, pero no poniéndolas por encima del derecho de las personas, a las que se quiere convertir en víctimas propiciatorias. Poner la cultura por encima del individuo acaba con frecuencia en violencia contra las personas.
Alguna izquierda -veamos el caso del actual gobierno español- al poner por encima los valores identitarios sobre los ciudadanos (cual una bóveda asfixiante), asimismo coloca al Estado por encima del individuo.
No debe olvidarse nunca que los derechos humanos nacieron como limitaciones al poder del Estado. Y ello, a pesar de la praxis de muchos gobiernos de izquierda, como en la extinta Unión Soviética, o en la Cuba castrista y la Venezuela chavista.