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La puntita

Está hablando una mujer. Cállense los de enfrente (Díaz Ayuso)

Una entiende pocas cosas. O ninguna. Como escribía ayer Luis Herrero, no sé nada de nada. Sobre la guerra en Ucrania, sobre setas o sobre los sindicatos españoles. Sobre el hecho de que CC.OO. y UGT rechacen que el Gobierno rebaje los impuestos de la electricidad y los carburantes porque hay que huir de la simplicidad de bajar los impuestos. Y que a la vez no se echen a la calle, aunque los trabajadores lo estén pasando mal. Luego salen otros con que la extrema derecha trata de arrogarse la representación del pueblo llano. Alguien tendrá que hacerlo, no te digo. Que han dejado vacante el puesto.

Todo el mundo cree tener buen gusto y todo el mundo está a favor de la libertad de expresión. Salvo los tiranos, porque a sus súbditos los hacen ciudadanos. Salvo los nuevos censores, gente con sensibilidad progresista que ha inventado los delitos de odio. Juana Gallego, profesora de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha sido vetada por sus alumnas del máster de Género y Comunicación (¡que ella misma creó!) porque en sus artículos periodísticos defiende un feminismo contrario a la teoría queer y a la ley trans, según leo a Olga R. Sanmartín. «La identidad de género de las personas trans y no binarias no admite contraargumentación y no se puede discutir», sostienen. El dogma de la Inmaculada Concepción. Vivimos en un régimen de semilibertad.

Ojalá las feministas tradicionales (las sensatas) diciendo, como Ayuso en la Asamblea, lo de «Está hablando una mujer. Cállense los de enfrente». Y sí, eso sería actuar como la nueva Inquisición, pero es lo que merecen.

 

 

Andrew Doyle publica ‘La libertad de expresión’ (Alianza). Dice que nadie puede estar seguro de qué herejías de hoy se convertirán en las certidumbres de mañana. Lo peor es que esté pasando al revés. No me gusta que a los libros se les llame necesarios, sobre todo porque quienes tendrían que leerlos no admiten argumentos en contra y creen sólo en la puntita de la libertad de expresión. Pero a este libro de Doyle, al contrario que a los sindicatos y a la guerra, se le entiende todo.

 

 

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