Abandonar la «necrofilia ideológica»
La autorización legislativa para el endeudamiento con el FMI –resultado del acuerdo de facilidades extendidas por un monto equivalente a la deuda con el organismo, más el adicional de 4000 millones de dólares para “financiar el déficit fiscal primario”– permitió eludir, al menos en el muy corto plazo, las dramáticas consecuencias de incurrir en atrasos con la institución multilateral. Con la sanción del Congreso termina una etapa, que se extendió por más de dos años, signada por la “cronoterapia”: la ilusoria espera de que el mero paso del tiempo resolviera las insalvables contradicciones internas del consorcio oficialista.
Hasta el tratamiento de esta ley en el Congreso, el extravagante dispositivo de poder del oficialismo impidió, por ejemplo, la consideración por parte del Senado de las nominaciones presidenciales para sus cargos del procurador general, del presidente del Banco Central y de la directora de la Agencia Federal de Inteligencia. Del mismo modo, la anomalía originaria del oficialismo –la designación personal por parte de la actual vicepresidenta de los dos cargos políticos más relevantes del país, la primera magistratura y el gobernador de la provincia de Buenos Aires– produjo, entre otras cosas, el rechazo en la Cámara de Diputados del presupuesto general de la administración para el corriente año.
La incomprensible dilación del acuerdo no consiguió una reducción de las tasas de interés, la pretendida ampliación de los plazos del crédito –lo que hubiera requerido improbables cambios estatutarios del FMI– ni, tampoco, el reconocimiento de irregularidades en la tramitación y ejecución del acuerdo anterior, otra fantasiosa argumentación oficialista para justificar la postergación sistemática de las decisiones. Por el contrario, con el retraso no solo se desperdició la extraordinaria oportunidad ofrecida por la conmoción global producida por la pandemia, sino que se multiplicaron las evidencias de un gobierno incoherente e imprevisible en la escena internacional. Las temerarias e inoportunas declaraciones del Presidente en ocasión de su encuentro con el presidente ruso en su visita a Moscú tres semanas antes de la invasión de la Federación Rusa a Ucrania es el último y penoso ejemplo de una política exterior propensa a acercarse a las autocracias emergentes de todos los continentes.
A partir de hoy, además de un gobierno con numerosos actores con capacidad de veto y bloqueo, tenemos expuesta a la luz pública la fractura de su contingente legislativo. En efecto, ya sea votando negativamente o absteniéndose, 56 de los 152 legisladores nacionales del Frente de Todos rehuyeron el acompañamiento de la iniciativa presidencial, a pesar de las enmiendas introducidas por la oposición en el proyecto original. Con esa sensible merma, el oficialismo queda desplazado a una segunda minoría en ambas cámaras del Congreso, muy lejos de la comodidad del quorum propio. En este contexto de debilidad parlamentaria, la oposición supo interpretar a una ciudadanía que no se resigna frente a las adversidades, que no acepta la incompetencia del Gobierno y que se indigna frente a las obscenas disputas de poder, en un oficialismo que solo puede ofrecer utopías regresivas.
En ese carril de oposición al Gobierno, pero no al país, frente al riesgo de espiralización de la crisis, Juntos por el Cambio concilió ideales con responsabilidad y, aportando más votos positivos que los seguidores del Gobierno, exhibió la ponderación política necesaria para introducir cambios imprescindibles en la iniciativa oficial. A partir de ahora, el Gobierno debe afrontar el cumplimiento de los compromisos asumidos en un contexto global muy complejo e incierto y sumido en un estado de delicada vulnerabilidad política.
En relación con la evolución de los asuntos globales, la pandemia y ahora la guerra en Europa Oriental, además de las consecuencias en múltiples planos –sanitario, geopolítico, de derechos humanos y libertades, institucional y de la gobernanza global–, tienen efectos que se transmiten por canales económicos, comerciales y financieros. La invasión de Ucrania dispara otro shock económico negativo que obliga a todos los gobiernos a un ejercicio de análisis estratégico y, en nuestro caso, a atender las mejores prácticas de las experiencias políticas de la tradición democrática del hemisferio occidental.
En el plano político, a la fragilidad congénita del titular del Poder Ejecutivo, aumentada luego de la clara derrota electoral de las elecciones de renovación parlamentaria, se suma ahora la quiebra de los bloques parlamentarios. En esta hora decisiva del último tramo de su mandato, el Presidente tiene una nueva oportunidad para inaugurar una etapa de diálogo sincero, sustantivo y con proyección estratégica –en sede parlamentaria– con la oposición, que ya demostró su voluntad y capacidad de ejercer su papel de control desde el Congreso. Si, por el contrario, insiste en las prácticas que lesionan severamente la calidad democrática y desacreditan en el plano internacional al país, los argentinos asistiremos a la consolidación de la degradación institucional, el estancamiento económico y el atraso social.
Se trata, en suma, de que el titular de la administración y presidente del Consejo Nacional Justicialista entienda que debe abandonar la “necrofilia ideológica”, el camino de los populismos decadentes de América Latina que, según Moisés Naím, es el amor ciego por ideas probadas, fracasadas y muertas.