Carta a L.
Querida L., te cuento que estuve postrado un par de meses con un ataque de escarlatina electoral, pero ya se me pasó.
Pese a que hubo lunares, el resultado fue bastante menos malo de lo que llegué a temerme y eso se agradece.
En Bogotá salió elegido Enrique Peñalosa, de quien te he hablado varias veces en el pasado. Debo confesarte que, pese a la admiración y al aprecio que le tengo, yo me temía que su candidatura tuviera muchos tropiezos y así lo dije en una columna de periódico en marzo. ¿Cómo saber que el hombre había aprendido la lección tras varias derrotas sucesivas y que iba a dar sopa y seco a sus contrincantes? Sospecho que la sonrisa que Enrique exhibía la noche de su triunfo es una que ni siquiera él se había visto nunca antes. Dicen en los corrillos que llega al puesto muy endeudado con quienes lo apoyaron. No lo creo ni por un instante. Una de las grandes virtudes-defectos del alcalde electo es su testarudez, de suerte que si algún mandamás viene a cobrarle el apoyo, es previsible que de forma muy comedida le muestre la puerta.
Pero así como hubo ganadores, hubo perdedores. Dos duros de la política colombiana se dieron sendos cuerazos. Hablo del expresidente Uribe y del alcalde saliente de Bogotá, Gustavo Petro. En otros países los expresidentes y los excampeones de boxeo no siguen rondando por ahí hasta que llega algún joven prospecto a aplicarles un fulminante gancho al hígado, sino que se retiran. Aquí no, aquí insisten hasta que un día quedan tendidos cuan largos en la lona. Eso le pasó a Uribe, que el domingo prácticamente no ganó ni una: perdió incluso en Medellín, donde un joven poco conocido, Federico Gutiérrez, dio buena cuenta de su fiel alfil, Juan Carlos Vélez.
El lío de Petro es distinto. Lleva cuatro años cometiendo errores, el peor de los cuales paradójicamente consistió en no dejarse sacar de la Alcaldía cuando Alejandro Ordóñez, un procurador integrista que tenemos aquí, quiso sancionarlo por faltas disciplinarias. Petro hubiera podido reversar la sanción a la manera del otro Gustavo populista, Rojas Pinilla, quedando al igual que él como un mártir de la saña oligárquica. Sin embargo, peleó y peleó hasta que lo dejaron terminar un mandato cuyas miserias están a la vista de todos.
Decía yo que si Álvaro Uribe se va para su finca de El Ubérrimo, hasta nos olvidamos de él. ¿No será que Petro lo imita y se compra una finca que se llame, por ejemplo, El Celebérrimo o Mis Delirios? Acto seguido cuelga unas buenas hamacas en el corredor y a otra rosa mariposa.
Dejando de lado a Colombia por un instante, ¿qué demonios fue lo que pasó en tu país este domingo? El silencio de la autoridad electoral, que durante un pocotón de horas no dio signos de vida, hacía presagiar algo ominoso. Yo hasta mencioné las Malvinas en Twitter. Al final salieron los resultados y ahora resulta que el oficialista Scioli aventajó al opositor Macri por apenas el 1,5%, una chichigua, para decirlo en colombiano. El pupilo de doña Kristina parece estar perdido; de ahí la mala cara. En otras materias, es imposible no envidiarle a Argentina hasta el equipo de rugby, pero en política tu país es una Italia al cuadrado. Yo nunca he podido entender esa incomprensible fórmula para el desastre que es el peronismo.
Bueno, querida, ojalá que tus compatriotas terminen de sacar la basura a la calle. Un día de estos a lo mejor pasa el camión. Un abrazo.
Posdata: De las salvajadas del ELN hablamos después.