No son pocas las ciudades del mundo a las que nombramos haciendo uso de un epíteto o de una característica arquetípica. Así por ejemplo, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX Londres era la ciudad de la niebla (hay una novela de Baroja que se titula así y transcurre en ella), como Venecia es, por antonomasia, la ciudad de los canales, mientras que las Venecias del Norte son varias: Ámsterdam, Hamburgo, Estocolmo, San Petersburgo…, algunas de las cuales, o todas, tienen más canales y más puentes que la Venecia del Sur, es decir, la auténtica.
París fue conocida largo tiempo como la Cité de la Lumière [Ciudad de la Luz] hasta que el uso la redujo a Cité Lumière, lo que me deja con la sospecha de que quizá sea un velado homenaje a los hermanos Auguste y Louis Lumière, pioneros del cine. Por su parte, a Budapest se la llamó (no sé si se la sigue llamando) la París del Este.
En España, mi Huelva natal cuenta como la cuna del Descubrimiento, y Madrid, aludiendo a su heráldica, es la Villa del Oso y el Madroño… aunque si le hiciéramos caso al gran periodista que fue Corpus Barga («Madrid […] la ciudad donde se inventó el ruido»), también podría optar al título de la ciudad del estruendo.
En la antigua Mesopotamia, Bagdad es la ciudad de Sherazade, narradora insigne de Las mil y una noches. Y en Sudáfrica llevan las cosas al extremo de que una de sus ciudades se llama East London [Londres del Este]. Así mismo se procedió en los casos de Nueva Zelandia en Oceanía, Nueva Escocia en Canadá y Nuevo Mexico en Estados Unidos
A Nueva York también la conocemos como la Gran Manzana y la ciudad que nunca duerme, y en Colombia recuerdo al menos la Atenas sudamericana, la ciudad de la eterna primavera y La Heroica. Aquí aporto mi grano de arena con Caimanópolis, topónimo que inventé para Barranquilla y se abrió paso hasta la literatura colombiana, en la última novela del barranquillero Julio Olaciregui.
Buenos Aires es La Reina del Plata (según el evangelio de San Carlos Gardel, zorzal y mártir), pero también la Madrid del Sur, según Ramón Gómez de la Serna, que vivió en ella y decía que el centro de Buenos Aires era como Madrid, sólo que no se sale de la Gran Vía, nunca se llega a la Puerta del Sol.
Me queda en el carcaj Roma, dizque Ciudad Eterna. Pero lo eterno es por definición lo que no tiene principio ni fin, y aunque Roma no tuviera fin, lo seguro es que sí tuvo un principio: el 21.4.753 a.C., hace pues 2.775 años, fue fundada Roma, y el cómputo de los años lo hacían los romanos diciendo “a.u.c.” [siglas de “Ab Urbe condita”, o sea: “desde la fundación de la Ciudad”]. ¿Ciudad Eterna Roma? A otro perro con ese hueso.
Bueno: son huesos que se siguen royendo con gusto.