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Marxismo, no de Karl, sino de Groucho

Mi nieto Luis tiene 11 años y va a un colegio concertado. En clase de Historia, el año pasado Luis estudió el Neolítico, la civilización egipcia y la griega (no necesariamente en ese orden). Este año está estudiando la Revolución Gloriosa de 1868 y espera llegar hasta la Guerra Civil.

Tampoco importa mucho que llegue o no porque, según el real decreto de la ESO aprobado hace unas semanas, la Historia ya no se estudiará de forma cronológica. Ahora lo pedagógico es estudiarla según ‘bloques de contenidos’. Por ejemplo, cuando toque impartir la lección llamada ‘Marginación, segregación, control y sumisión en la historia de la humanidad’, se hablará al alumnado de Espartaco, de la abolición de la esclavitud a finales de XIX y de la segregación racial en los Estados Unidos en el siglo XX (no necesariamente en este orden tampoco, no sea que algún alumno avispado se entere de algo).

Esta forma de enseñar Historia busca evitar ‘enfoques academicistas’. Si toca, ya se informará de que España descubrió América

 

Otro bloque de contenido muy interesante, según veo, es el ‘Estudio del armamento, de los griegos a los Tercios de Flandes’, haciendo hincapié, naturalmente, en que las armas son muy malas, etcétera. Esta particular forma de enseñar Historia obedece, por lo visto, al deseo de no caer en ‘enfoques academicistas’, por lo que cuando toque –si toca y metido en algún pack idóneo– ya se informará al alumnado de que España descubrió América, que los árabes permanecieron ocho siglos en la Península Ibérica y que allá por 1789 se produjo algo llamado ‘Revolución francesa’.

Dicho todo esto, la asignatura de Historia es afortunada; otras, en cambio, han desaparecido directamente de los programas educativos, como la Filosofía. ¿Porque a quién puede interesarle una disciplina que enseñe a pensar, que abra la mente, que plantee preguntas? Lo importante según los elaboradores de este programa de enseñanza no son las preguntas, sino las respuestas. Y estas ya se las darán ellos precocinadas, no sea que a alguien se le ocurra cuestionarlas. Para que esto no ocurra, porque es peligrosísimo que un niño use la cabeza, el resto de las asignaturas también colaborará en inculcar valores, de modo que, cuando un niño aprenda inglés, se aprovechará para impartir ideas ecosociales; las clases de Dibujo servirán para luchar contra los roles de género; las Matemáticas tendrán que ser socioafectivas (sic), mientras que la Física y la Química son perfectas para instruir sobre cómo ha de ser un mundo más equitativo e igualitario. Supongo que la Biología les servirá para adoctrinar también sobre otros nobilísimos valores de esta índole y me chiflaría ver cómo lo argumentan, porque no hay nada menos equitativo, igualitario y justo que la Biología.

Otras novedades de esta ley son que los alumnos podrán graduarse y pasar de curso sin límite de suspensos, de modo que nadie se traume al quedarse sin veraneo, y, con el mismo propósito, ya no habrá clasificaciones numéricas ni exámenes de recuperación. A mí lo que más me llama la atención de este plan de estudios marxista (marxista de Groucho, no de Karl) es que no se den cuenta de que con su propósito de adoctrinar, igualar y lograr «que nadie se quede atrás» van a conseguir lo contrario de lo que se persigue. En vez de más igualdad social, más diferencia entre los estudiantes de familias acomodadas y los de las que no lo son. Porque antes, cuando primaba la excelencia, un niño de pocos recursos podía acceder a una educación similar a la de un niño rico gracias a becas y ayudas. Ahora, en cambio, los padres que se lo puedan permitir llevarán a sus hijos a colegios privados en los que no solo se premie el mérito y el esfuerzo, sino que se tenga una idea más racional de lo que es la educación. Una sin sesgos políticos que enseñe a pensar, a cuestionar, a disentir, a rebatir. Porque lo que parecen ignorar también estos genios de la pedagogía es que, como decía el ahora desterrado de las aulas maestro Confucio, aprender sin reflexionar es malgastar energía. Y es también, añadiría yo, crear borregos. Borregos que, por cierto, no abrazarán sus teorías buenistas y memas. Porque, como también decía Confucio, el primer mandato de la juventud es poner en solfa todo aquello que dan por cierto sus mayores.

 

 

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