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Villasmil: Macron, el sortario

 

La vigente V República francesa comenzó en 1958, cuando Charles de Gaulle propone una nueva constitución, aprobada en referendo ese año. Desde entonces los presidentes surgieron de dos movimientos, la derecha republicana y el socialismo, con predominio del primero.

Charles de Gaulle (derecha), Georges Pompidou (derecha), Valéry Giscard d´Estaing (derecha),  François Mitterrand (izquierda), Jacques Chirac (derecha), Nicolás Sarkozy (derecha), François Hollande (izquierda), fueron los presidentes escogidos en las primeras siete elecciones.

Entonces llegó Macron, el sortario, el presidente electo más joven de la historia de Francia (39 años, cuando ganó en 2017).

Fue beneficiado por un claro deterioro de las organizaciones inaugurales de la V República, y por el fortalecimiento de un movimiento de extrema derecha, letalmente nacionalista y antiliberal, el Frente Nacional (liderado primero por su fundador, Jean-Marie Le Pen, y ahora por su políticamente parricida hija, Marine). Las segundas vueltas presidenciales, entre uno de los Le Pen, y un candidato demócrata, han movilizado tradicionalmente a todo el abanico político tradicional a votar en contra del Le Pen que tocara, más que por las virtudes de su rival.

Ese hecho llevó al poder a Macron en 2017, y lo ha favorecido de nuevo en 2022.

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François Mitterrand afirmó que «él sería el último de los grandes presidentes de la República francesa». «Después de mí, todos serán contables y financieros»; ¿pronosticaba acaso la llegada de Macron?

Macron pertenece a una época en que los partidos -no solo en su país-  muestran una profunda decadencia en los liderazgos; las encuestas previas y los resultados de la primera vuelta no daban razones para la calma.

La señora Le Pen (cuyo partido ha recibido préstamos de bancos rusos),  en esta, su tercera candidatura presidencial, prometía trabajar por modificar la Unión Europea, criticando asimismo a la OTAN, y buscar relaciones diplomáticamente apacibles con Vladimir Putin (antes de la invasión putiniana a Ucrania, incluso llegó a proponer una alianza franco-rusa; eso sí, Le Pen también hablaba mucho de su amor a los gatos).

Lo de los bancos no es cosa menor; la institución rusa que otorgó los préstamos originales colapsó en 2016, y la deuda lepeniana fue adquirida por una compañía que, durante la URSS, dependía del ministerio de aviación. En su directiva está un antiguo militar de aquellos tiempos, y un director anterior fue un espía soviético expulsado de los EEUU.

Tenía razón Macron cuando en el último debate le espetó a Le Pen: “cuando usted habla con Rusia, está hablando con su banquero”.

Para colmo, Le Pen recientemente consiguió préstamos de un banco húngaro por $11.4 millones; Le Pen está endeudada no solo con Putin, sino además con otro ultraderechista, el actual presidente húngaro, Viktor Orban. Putin no solo ha sido un gran aliado de radicales; a veces también ha sido su financista.

Los otros candidatos -incluyendo sensibilidades ideológicas diversas- fueron pulverizados en la primera vuelta, con excepción del radical prochavista Melenchon, tercero, cerquita de Le Pen. Incluso el candidato de Donald Trump -sí, el expresidente norteamericano metió baza en las elecciones francesas- Eric Zemmour (quien prometía crear un ministerio “para expulsar extranjeros”), fue aplastado.

Los rivales de la primera vuelta, con excepción de Zemmour, se apresuraron a pedir el voto para Macron. El ritual de tiempos recientes se repitió. Todos contra Le Pen, contra la populista ultraderechista; en palabras de Macron:  contra las extremas derechas, «que amenazan nuestra sociedad, amenazan nuestra cultura, con proposiciones catastróficas y amenazantes».

¿Por qué la ha tenido difícil Le Pen para ganar? Francia posee una gran diferencia con las democracias vecinas: las elecciones presidenciales son a doble vuelta, con voto popular, y no una elección parlamentaria, donde los extremistas pueden llegar a gobernar si se logra una coalición mayoritaria (por ejemplo, España).

Pero lo cierto es que, en muchas partes, cada vez que los radicales de derecha o de izquierda convierten su lenguaje opositor en un programa de gobierno, con bombas de profundidad emocionales, y con la mentira destrozando la verdad y los hechos -pensemos en Hungría, EEUU, Brasil, México, la Venezuela chavo-madurista, Italia, el Reino Unido del Brexit- las democracias liberales están en aprietos.

 

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Francia tenía que escoger entre la ira y el miedo. Entre la insatisfacción por los problemas socioeconómicos no resueltos, y el miedo a una candidata que prometía un salto al vacío. Entre un presidente que había generado crecientes descontentos, y una radical que prometía una cirugía de corazón abierto pero sin anestesia.

Un triunfo de Le Pen hubiera sido una catástrofe para las instituciones europeas de la libertad, una derrota para Ucrania  y una gran victoria para Putin y para los diversos liderazgos autoritarios y populistas del planeta. Como bien señaló el semanario alemán Der Spiegel “si Le Pen vence, Francia se transformaría en otro país, y Europa en un continente diferente”.

Macron es un político pragmático, con aires tecnocráticos, que sabe envolver sus propuestas dentro de un proyecto donde cabe un gentío: conservadores, centristas, liberales, independientes y socialdemócratas: «Juntos, unidos en una ambición común, podemos defender nuestra soberanía y prosperidad. Ese proyecto es el único que puede impedir el aislamiento, los desastres y el empobrecimiento de los extremistas».

Su proyecto nació como un espacio reformista más allá de los partidos, uniendo a milones de descontentos con el statu quo tradicional.

Lo cierto es que Macron ha sabido navegar las procelosas aguas de una Francia en modo de protesta por casi todo, además de unas elecciones luego de una pandemia mundial inconclusa, y  durante la invasión militar de un estado europeo por un vecino autoritario y con poder de fuego nuclear,  situaciones todas con graves consecuencias económicas.

El demócrata Macron gana, pero las tribulaciones francesas no han terminado. Pronto, en junio, vendrán elecciones legislativas; de nuevo la incertidumbre será protagonista, aunque los primeros sondeos son muy favorables a Macron (pero también a Le Pen).

Un dato escalofriantemente preocupante para el futuro: en la primera vuelta los extremistas Le Pen, Zemmour y Melenchon  sumaron un 52.3% de los votos. Y en Martinica y Guadalupe, en la primera vuelta ganó el radical de izquierda prochavista Mélenchon; en la segunda vuelta, votaron por Le Pen. Los populistas y extremistas de izquierda y de derecha tienen más en común que lo que algunos creen.

Estemos claros: el demos francés está en problemas.

El domingo 24 los franceses decidieron que temen más a Le Pen que lo que detestan a Macron.

Por los momentos.

 

 

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