Sorman: A fin de cuentas, decide Washington
Son innumerables los libros, crónicas y posturas que anuncian el fin del imperio estadounidense desde 1930. Pero en vano; Estados Unidos sigue siendo insuperable. ¿Por qué misteriosa razón? Las dos claves de esta supremacía son las instituciones y el cosmopolitismo. Sean quien sean el presidente, los gobernadores o los parlamentarios, el Estado de derecho siempre prevalece y la Constitución es inmutable y sagrada».
Tras el rocambolesco mandato de Donald Trump y la precipitada retirada de Afganistán, analistas, diplomáticos y empresarios concluyeron apresuradamente que el siglo de Estados Unidos había terminado y que el relevo del poder pasaría a China, o incluso a Europa, si fuera capaz de unificarse. Gran error profético. Estados Unidos ha recuperado, sin haberla perdido nunca, su posición dominante en todos los ámbitos: militar, económico, científico y monetario.
Consideremos, para empezar, la guerra de Ucrania, que los ucranianos ganarán o perderán en función directa de las armas que el Gobierno de Washington acepte entregarles. Los éxitos de los ucranianos por tierra y por mar se deben, por supuesto, a los propios ucranianos, pero gracias a que Estados Unidos les proporciona armas cada vez más sofisticadas. Como ha señalado Vladímir Putin, que por una vez dice la verdad, los rusos, en realidad, están en guerra contra Estados Unidos. Mientras Estados Unidos mantenga su intervención, los rusos quedarán estancados; el único límite de este apoyo de Washington sería el riesgo de desencadenar una batalla nuclear. Pero los rusos perderían más de lo que ganarían al encontrarse aún más aislados e incapaces de ocupar las zonas irradiadas. También en este caso, resulta que Washington se encuentra en una posición dominante.
Esto es igualmente cierto en el caso de la economía global. Estados Unidos posee suficientes recursos naturales para prescindir de las importaciones de gas, petróleo y carbón de todo el mundo, ya sea Rusia o Irán o Arabia Saudí. El mundo puede quedarse sin energía, pero no Estados Unidos. Y como la mayoría de los ciudadanos estadounidenses son indiferentes a los problemas climáticos, hasta Joe Biden está decidido a volver a poner en marcha las centrales eléctricas de carbón. Estados Unidos también conserva todo el poder monetario que le confiere el dólar, que ni el yuan chino ni el euro han logrado suplantar. Las transacciones internacionales siguen denominándose en dólares, y los oligarcas -rusos, chinos, árabes o nigerianos- conservan en dólares sus fortunas bien o mal adquiridas, lo que permite a los Estados Unidos endeudarse ilimitadamente con unos tipos de interés insignificantes.
Esta supremacía de Estados Unidos durará mucho tiempo, porque sigue siendo el lugar de la innovación, desde la vacuna hasta el coche eléctrico, pasando por Twitter y Facebook; el resto del mundo se queda atrás, pero sin recuperación previsible a largo plazo. ¿‘Soft power’ [poder blando]? ¿Cuál sería el equivalente chino, ruso o lo que sea de Disney? Esta carrera liderada por Estados Unidos se ve reforzada estos días por la fuga masiva de cerebros de Rusia y China a las universidades, laboratorios y centros de investigación estadounidenses. Muchos investigadores y sabios europeos dividen su tiempo entre Europa y Estados Unidos, apostando a que el futuro se juega allí y no aquí. Proliferan los pseudo Silicon Valley, en Pekín y París por ejemplo, pero el único Silicon Valley auténtico, donde la financiación converge con la investigación fundamental y las empresas tecnológicas, todavía se encuentra entre Palo Alto y San José, y en ningún otro lugar.
Son innumerables los libros, crónicas y posturas que anuncian el fin del imperio estadounidense, y los primeros se remontan a la década de 1930. Pero en vano; Estados Unidos sigue siendo insuperable. ¿Por qué misteriosa razón? Las dos claves de esta supremacía son sin duda las instituciones y el cosmopolitismo. Sean quien sean el presidente de Estados Unidos, los gobernadores y los parlamentarios, el Estado de derecho siempre prevalece y la Constitución es inmutable y sagrada. Por consiguiente, el futuro es previsible: todos pueden invertir a largo plazo, con la casi certeza de que ningún Estado despótico confiscará sus propiedades, sus ahorros o su patente de invención. El hacerlo a largo plazo solo es posible en Estados Unidos, que, a diferencia de la mayoría de otros países amenazados por su propio Estado, favorece la inversión en lugar de la especulación. ¿Cosmopolitismo? El hecho de que todos los ciudadanos de Estados Unidos provengan de otros lugares y que todos los no estadounidenses puedan llegar a serlo, explica el carácter universal de la civilización de Estados Unidos. Google, por ejemplo, solo puede ser estadounidense, porque en Google trabajan juntos investigadores de todas las culturas. En consecuencia, todas las culturas se encuentran en Google; no es posible imaginar un buscador universal chino, ruso o alemán.
Esta preeminencia de Estados Unidos puede molestar a más de uno, pero no es ni amenazante ni peligrosa, porque Estados Unidos ya no es imperialista. En el fondo, Washington no nos impone nada, ni siquiera la democracia que ya no exporta. Si nuestro mundo sigue siendo unipolar desde la desaparición de la Unión Soviética en 1991, más vale que este polo se sitúe en Washington y no en Pekín o en Moscú. De todos los posibles imperialismos, el de Washington sigue siendo, con diferencia, el más aceptable.